La Cofradía organiza el Pregón por primera vez

La Cofradía organiza el Pregón por primera vez

26 de marzo de 1994

El sábado 26 de marzo de 1994, la Cofradía organizó por vez primera el pregón de la Semana Santa de Zaragoza, por delegación de la Junta Coordinadora de Cofradías.

Con inicio en la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal, el cortejo procesional recorrió las principales de la calle de la ciudad, en un recorrido ya estabilizado tras las numerosísimas variaciones sufridas desde mediados de la década anterior, hasta llegar a la plaza del Pilar donde Valentín Sebastián Pardos proclamara el Pregón.

Periodista y abogado zaragozano, aunque residente en Madrid, desde niño perteneció a la vigorosa Juventud de Acción Católica cesaraugustana y, consecuentemente, a nuestra Cofradía de las Siete Palabras y de San Juan Evangelista, a cuyos desfiles procesionales acude cada año indefectiblemente. Sus hijos pertenecen unos a nuestra Cofradía y otros a la Hermandad de San Joaquín y la Virgen de los Dolores.

Inició su vida periodística como colaborador del desaparecido diario zaragozano El Noticiero y en Radio Zaragoza. Luego, en colaboración estrecha con mosén Francisco Izquierdo Molins, puso en marcha Radio Popular de Zaragoza, en la que trabajó desde 1960 a 1970, año este último en que fue llamado a dirigir Radio Popular de Madrid y, dos años más tarde, fue nombrado director general de la COPE. Desde 1982, compaginó su trabajo en los servicios informativos de la radiodifusión estatal (en cuya Radio Exterior de España había permanecido hasta pocos meses antes del pregón) con su despacho de abogado.

Texto del pregón de la Semana Santa de Zaragoza del año 1994

Excmo. y Rvdmo. Sr. Arzobispo:
Hermanos mayores y representaciones de todas las Cofradías de Zaragoza;
Pueblo de Zaragoza:

Se me encomienda –gran honor para mí– llamaros a una manifestación.

Y voy a hacerlo con palabras llanas, con términos actuales de uso común y contenidos a ras de tierra, porque no tengo otra capacidad de vuelo.

Dejaré para oradores más doctos los significados profundos de estos días. En otras estaciones de la manifestación, ellos os traerán el mensaje teológico de las celebraciones. Constituiría una audacia sin límites asignarme la tarea. Por eso, insisto, en que mi reflexión volará bajo. Perdonadme si tropiezo; si el barro se adhiere a las alas de mi pensamiento.

En nombre de las Cofradías zaragozanas vengo a convocaros –digo– a una manifestación.

Manifestación que tiene expresiones varias en casi todo el mundo. Pero que aquí, en nuestra tierra, la tiene muy singular.

Una manifestación largamente preparada, concienzudamente diseñada, enriquecida cada año, que, en diversas concentraciones cada cual más vistosa e impresionante, recorrerá las calles zaragozanas.

Una manifestación de solidaridad y de protesta.

Solidaridad ¿con quién?

Con un soñador que nació para salvar al mundo y fue abandonado por todos, condenado a muerte injustamente y ejecutado con crueldad.

De protesta ¿por qué?

De protesta contra una Humanidad, de la que formamos parte, que permite hoy las mismas injusticias de hace veinte siglos.

Nos vamos a solidarizar con alguien que lo merece.

Recuerdo merecen quienes han hecho algo por los hombres.

Rememoramos, durante siglos, justamente, a los sabios, a los descubridores, a los gobernantes que mejoran la vida de sus pueblos.

Recordamos, con razón, a cuantos dieron su vida en aras de los ideales sociales de cada momento:

Desde Espartaco, crucificado cien años antes de Cristo, que luchó por la liberación de los esclavos y cuyo nombre han llevado diversos movimientos políticos.

Merecen y damos cada año nuestro recuerdo a aquellos acróbatas ejecutados el primero de mayo de 1890 en Chicago por defender los derechos humanos de los trabajadores, con lo que, desde entonces y hasta hoy, conocemos como la Fiesta del Trabajo.

Igualmente lo merecen y rememoramos cada año a las 100 mujeres que murieron abrasadas el 8 de marzo de 1908, en New York, con la celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora.

Y podría seguir con una larga lista de luchadores que merecen recuerdo permanente, que son ejemplo para las siguientes generaciones.

Nosotros, sin olvidar a cuantos lo merecen, en esta manifestación cuyas “pancartas” y “consignas” serán los pasos y sus gritos el sonido simbólico de nuestros atronadores tambores, bombos, timbales, carracas, matracas… o el sonido de nuestro silencio, recordamos y nos solidarizamos con un gran luchador por la libertad y el amor. Que vivió unos pocos años entre un pueblo sojuzgado por sus propias instituciones y por las de un país invasor; que se rebeló contra toda opresión, incluso contra la Antigua Ley, que era desvirtuada por los poderosos para su propio beneficio.

Que, como todo aquél que se enfrenta contra cualquier poder instituido, fue calumniado, vilipendiado, vejado, escupido, ultrajado, condenado a muerte y asesinado por la violencia legitimada por la voluntad popular.

Que fue abandonado por quienes le seguían, por quienes siete días antes le vitoreaban como su rey, por los suyos, por quienes decían que le amaban…

Que se sintió abandonado incluso por su Padre, que, según aquel hombre humillado aseguraba, era Todopoderoso.

Sólo por su histórica peripecia humana, sufrida por su lucha en favor del hombre, merecía nuestro recuerdo perenne.

Pero, además, sabemos con certeza que este crucificado era la Palabra. Y la Palabra cambió el mundo. Y con su resurrección redimió al hombre.

Está, por tanto, más que justifica nuestra manifestación de recuerdo y solidaridad.

Una manifestación largamente preparada –insisto– con un descomunal esfuerzo de muchos meses de ensayos, reuniones, capítulos, trabajo para adornar los pasos o restaurar los hábitos…

Una manifestación múltiple, que, cada año, durante nueve días, recorre las calles zaragozanas, congrega a miles de hombres y mujeres, en concentraciones y desfiles encabezados por unos encapuchados, que portan, entre signos luminosos, lo que he llamado sus pancartas: es decir, deslumbrantes pasos con la representación de los hechos históricos y entrañables peanas, cruces, faroles y pendones…

Y que gritan consignas con el símbolo tempestuoso de sus tambores o sus matracas y carracas o su silencio.

Van encapuchados para representar a la totalidad de los humanos. Porque cada uno, a pesar de su lucha íntima, es injusto y pecador, como todos. Cobarde y acomodado, como los demás. Es, muchas veces, egoísta e insolidario, al igual que el resto de la Humanidad.

Es decir, que tienen los mismos defectos y virtudes del común. Pero no están conformes, ni con ellos mismos ni con el mundo que les rodea. Quieren cambiar –quieren convertirse cada día– y quieren ser la sal de la tierra.

Por eso encabezan la manifestación.

Por eso esta manifestación es también de protesta.

¿Y qué dice los pasos y símbolos que portan los encapuchados?

¿Qué gritan éstos con su presencia en esta manifestación?

Vais a permitirme que diga lo que a mí, personalmente, me parece escuchar. Se trata de una interpretación subjetiva de significados que nadie tiene por qué compartir. Habrá quienes les parezca escuchar lo mismo que a mí. Para otros, mi reflexión, no tendrá sentido. Cada uno, en definitiva, deberá hacer su propia reflexión.

(1)

Los de túnica blanca y capirotes azul, que saldrán por nuestra calles mañana, domingo, los de la Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén, cuyo paso nos recuerda el momento en que un pueblo, representante de todos los pueblos, aclamaba, con hosannas, como rey; al hombre al que pocos días después trocaría por el delincuente Barrabás y le abuchearía cuando era arrastrado al injusto patíbulo, me parece oír que con sus carracas y tambores van gritando:

Sí eso hizo su pueblo con aquél que pasó por la tierra haciendo el bien, ¡qué tomen nota los líderes aupados por las masas! ¡Qué sepan que su confianza está puesta en arena movediza! ¡Qué están sujetos al juicio voluble de la opinión pública!

Habrán de concluir que sus decisiones, en cada oportunidad, deberán ser la que su conciencia les dicte, sean o no del agrado de quienes les aclaman; porque sólo quien escribió sus leyes en el corazón de los hombres les juzgará con justicia; y sólo en Él pueden, en definitiva, confiar; y ante Él darán cuenta de sus actos.

(2)

Los de la túnica y capirotes azul cobalto y capa blanca, con sus dos nuevos pasos, me recuerdan aquel hombre, que postulaba el cambio de una ley de la que se había apoderado unos pocos para sojuzgar con ella a los demás, era entregado al brazo destentado del invasor; porque resultaba molesto, inquietante.

La Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Señor Jesús de la Humildad entregado por el Sanedrín y de María Santísima del Dulce Nombre, nos grita una protesta: porque, entonces y ahora, quien pone en mínimo peligro a cualquier poder establecido, sea de la clase que sea, sucumbe indefectiblemente, por el precio de treinta monedas, pues los “sumos sacerdotes” azuzan al pueblo para que clame: «¡Crucifícale!, ¡Crucifícale!».

(3)

Los hermanos vestidos con túnica blanca, capirote y capa negros, con sus dos pasos, nos gritan que, como Aquél, hay hombres humillados por los demás; hombres que no tienen trabajo o medios de subsistencia y a otros parece no importarles, porque nada hacen por remediarlo; otros que hablan mucho sobre el paro y los parados, pero que no saben o no quieren –y no hablo sólo del entorno próximo de nuestro país ni estoy hablando sólo de los políticos– diseñar una economía que aleje la humillación de un hombre sin trabajo. Sin trabajo de verdad, no sólo estadísticamente parado.

Y me recuerda los hermanos de la Cofradía de Jesús de la Humillación, María Santísima de la Amargura y San Felipe y Santiago el Menor, que hay otros hombres –pueblos enteros– que mueren de hambre, mientras muy cerca –hoy en el mundo no hay distancias– viven en la opulencia o, al menos, hacen dos comidas y un desayuno cada día.

(4)

Los de túnica y tercerol morados, con sus dos pasos, nos traen la memoria de nuestro hombre mostrado, cuando ya está acabado, vencido, para que el pueblo se burle, porque aquél, tan temido por los poderosos, era, hasta ese momento, tan sólo «ese hombre».

La Muy Ilustre y Antigua Esclavitud de Nuestro Padre Jesús Nazareno y de la Conversión de Santa María Magdalena clama –me parece a mí– que la sociedad olvida frecuentemente que primero es el hombre; que las instituciones están para el hombre y no el hombre para las instituciones; y que es subvertir el orden natural, someter la dignidad inalienable de la persona a cualquier interés social.

(5)

Los de túnica blanca y capirote y capas granates, con sus dos pasos, nos gritan que, cerca y lejos de nosotros, hay personas cuya vida, por error propio o por la desatención del resto de los humanos, transcurre entre el desprecio, el dolor o la angustia.

¿Quién no encuentra en una familia próxima un drogadicto? ¿Quién no ha sido amenazada o tocado por otra desgracia?

La Cofradía de Jesús Camino del Calvario nos llama a una sensibilización que nos mueva a hacer algo eficaz por quienes se arrastran por una vía con un solo final.

(6)

La Cofradía de la Exaltación de la Santa Cruz, túnica blanca y capirote negro, con su proclama de un impresionante Cristo doliente, grita a nuestro interior, llamándonos a levantarnos desde donde hayamos caído, porque se alza una luz en el horizonte.

Y la luz es sólo nuestra. Tenemos un deber de señalar a todos los demás esa luz inextinguible, camino, verdad y vida.

(7)

Los hermanos de la túnica marrón y el tercerol crema, la Cofradía de la Crucifixión del Señor y de San Francisco de Asís, con la humildad de su Santo Patrón, con la humildad de su bello paso recogido de una sustitución, nos habla de la amargura de muchas situaciones humanas y nos grita que la solución está en los sencillo, en amar y aprender de los pequeños seres que nos rodean.

(8)

La Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad y del Santo Sepulcro, túnica de estameña blanca y capirote azul marino, nos pide con su piadoso paso y su simbólica peana, y con su tradicional petición de libertad para los presos, piedad para todos.

Y yo interpreto: solidaridad para las víctimas del terrorismo, de las cuales tenemos dolorosas muestras en nuestra ciudad; pero piedad también para los que matan, porque, como nos recordará pronto otra cofradía, «no saben lo que hacen».

No hay derecho –nos gritan los tambores de la Cofradía de la Piedad– a que nos matemos los hombres. No hay idea que valga una vida. Ni en España, ni en Bosnia, ni en Irlanda, ni en Georgia,…

Piedad para todos los hombres, es el mensaje que me parece escuchar a sus tambores.

(9)

Los de túnica y tercerol marrones y capa crema, que tiene su sede en la parroquia de mi niñez, en el Portillo, la Cofradía de Nuestro Señor en la Oración del Huerto, con su frondoso paso, nos recuerda el abandono que sufrimos muchas veces. El abandono que nosotros producimos a los demás. El abandono de quienes suplican ayudas, del tipo que sea, sin encontrar una mano que se les tienda.

El abandono y la sociedad que produce una sociedad en la que todos nos desentendemos de los demás, en la que se muere en la más completa soledad; el abandono que conduce, a algunos, a quitarse la vida, porque no le encuentran sentido. El abandono de los hijos de algunos matrimonios rotos. El abandono de los niños o de las mujeres maltratadas. El abandono al que sometemos a algunas personas por su orientación sexual… ¡Tantos abandonos sobre los que nos piden reflexión los tambores de la cofradía del Portillo!.

(10)

Y esos hermanos de la túnica blanca y el capirote verde son los de mi querida Cofradía de las Siete Palabras y de San Juan. La que introdujo los tambores del bajo Aragón en la Semana Santa zaragozana.

Con sus dos pasos, grita siete consignas, las últimas palabras del Verbo: que no sabemos lo que hacemos; que hay redención para todos; que tenemos una madre; que Dios muchas veces se nos esconde; que no saciamos la sed de nadie; que, con asombro para este mundo de chapuza, alguien remató bien la tarea; y que, en definitiva, volveremos al Padre.

(11)

Los cofrades de la túnica blanca y el capirote morado, los de la Cofradía de Cristo abrazado a la Cruz y de la Verónica, con su paso, además del profundo sentido de ese abrazo al suplicio que excede a mi capacidad, nos trae otra consigna:

Nos pone ante los ojos a la mujer, que, por supuesto, tiene o debe tener, en cualquier circunstancia, los mismos derechos que el varón. Y que en la circunstancia histórica que conmemoramos, demostró tener mayor sensibilidad por el dolor de los demás; evidenció una desusada valentía: en medio de la agitación desatada, fue capaz de arrancarse el velo para enjugar con él el sudor, la sangre, los salivazos de un rostro doliente.

Bendita seas, mujer, nos dicen los tambores de la Cofradía de la Verónica, si entre tus reivindicaciones se mantiene la voluntad de arrojo y de corazón en favor de quien sufre por la causa que fuere.

(12)

Los de la túnica blanca y capirote amarillo. ¡Ay, amigos! Aquí quiebra necesariamente mi interpretación, a ras de suelo, de las consignas que gritan los manifestantes.

La Cofradía de la Institución de la Sagrada Eucaristía nos trae un significado que queda fuera del alcance de mi lenguaje de hombre de la calle, de cristiano de a pie, imperfecto.

Habrán de ser los oradores de mayor preparación teológica que la mía, que intervengan en otras concentraciones de estos días, los que desentrañen el mensaje que transmiten estos cofrades.

Me alcanza, porque desde niño me lo dijeron muchas veces, que gritan palabras sublimes: amor, entrega sin límites, amistad, permanencia entre nosotros… La quintaesencia de la Palabra.

(13)

Y los de la túnica morada y capirote blanco y, en su pecho, el crismón hexagonal de las Congregaciones Marianas, con sus dos pasos, los de la Cofradía del Descendimiento de la Cruz y Lágrimas de Nuestra Señora, nos hablan también del dolor y la solidaridad con quien llora.

Dejando, como deliberadamente voy haciendo, sus profundos significados, diré que esta Cofradía, con sus dos impresionantes pasos, me parece que resalta a quienes participan activamente para mitigar las desgracias humanas; desde las congregaciones religiosas que se dedican a los marginados y desgraciados a las organizaciones laicas que, sólo por solidaridad, por filantropía, hacen algo por los demás.

Quizás estos últimos, los de las asociaciones no religiosas que ayudan a los demás, no estén aquí en la cabecera de nuestra manifestación. Pero lo están en su espíritu, porque «todo lo que hicierais a alguno de estos pequeñuelos, a mí me lo hacéis», dijo el hombre con el que nos solidarizamos.

(14)

Esos austeros personajes vestidos de túnica y tercerol negros, con unos sudarios en su cintura, son los de la Cofradía del Santísimo Ecce Homo y de Nuestra Señora de las Angustias. Son los continuadores del hábito de los antiguos penitentes que, desde hace más de tres siglos, convertían la Semana Santa zaragozana en una predicación pública visual.

Se integraron en esta Cofradía mis compañeros de los Movimientos Obreros de la Acción Católica. Y, desde la Parroquia de Altabás, la revitalizaron.

Gritan con sus matracas y carracones. Su pancarta es el doliente paso del Ecce Homo: la representación más vivida del hombre insultado, escupido, azotado, martirizado, caricaturizado… degradado, sojuzgado, explotado, envilecido, vendido, utilizado, abortado…

¡El hombre –genérico que incluye al varón y la mujer– ! ¡Pobre hombre! ¿Quién lo valora? Miremos con atención a lo ancho del mundo: ¡He aquí el hombre!

(15)

Los de túnica y tercerol negros de rico terciopelo y con un corazón atravesado por siete espadas como escudos, son la Hermandad de San Joaquín y la Virgen de los Dolores, con su paso y sus tambores.

Muy cercana también a mí, por razones familiares.

Una asociación mental muy sencilla me provoca su denominación: el anciano padre, el abuelo, se une con su hija que ha recibido el mayor dolor que cabe a una madre, y que los hermanos de esta Cofradía simbolizan en siete dolores diferentes.

Un lazo familiar. Se está descubriendo que muchos males que aquejan a nuestra sociedad pueden resolverse o aliviarse en el seno de la familia. Lo dicen pensadores de todas las latitudes y de todas las creencias.

¿Qué estamos haciendo con la familia? Grandes fuerzas destructoras de la familia, que no es necesario detallar, porque las vemos todos, se concitan contra la institución que es la base de la sociedad sana.

Sólo con la familia, se pueden curar drogadicciones; solo la familia es antídoto de soledades… La familia es uno de nuestros valores. Defendámosla. Este grito, me parece, nos lanza, para remover la responsabilidad de cada uno, la Cofradía de San Joaquín y la Virgen de los Dolores.

(16)

Los hermanos de túnica marrón y el capirote morado, los de la Cofradía de la Coronación de Espinas, con su paso y peana, nos recuerdan que todavía en el mundo actual hay hombres que persiguen a otros de sus semejantes por pensar de forma diferente. Que hay presos de conciencia.

Y nos gritan que el hombre es libre para pensar, porque para eso le fu dada tal facultad.

Y nos gritan que nadie debe poner coronas dolorosas, ni proferir amenazas, ni mucho menos matar a otros por pensar de manera distinta.

Esta cofradía proclama la más profunda libertad humana: la de pensar. Y el derecho a no ser perseguido por tal pensamiento.

(17)

Esos hermanos de capirote y túnica negros, que arrastran las largas colas de su hábito, que van ceñidos de esparto y apoyan el hacha en su cintura, son los manifestantes silenciosos y piden silencio a su paso con sus clarines.

Pero a veces son también un ruido distinto al del silencio: golpean con piedra recordando a los elementos, en los oficios de tinieblas de la Parroquia del Gancho.

Con su silencio y sus dos pasos, nos gritan también, solidarizándose con el desgraciado agonizante, que acepta su injusta ejecución, y con quienes sufren la agonía de la injustica y con quienes padecen persecución por la Justicia.

Dijo el Ajusticiado con el que nos solidarizamos, que éstos, los que sufren persecución, serán bienaventurados.

Para quienes padecen la injusticia, quienes son injuriados o calumniados; quienes no se pueden defender y no tienen quien les defienda de las situaciones injustas; quienes quedan marcados, sin motivo, a los ojos de los demás hombres; quienes por cualquier razón padecen el más doloroso daño moral que sufrir se puede, posiblemente serán consolados, pero, mientras, pueden sufrir largas agonías.

Protestamos y nos solidarizamos con todos ellos, llamados por la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Agonía y Nuestra Señora del Rosario en sus Misterios Dolorosos o del Silencio.

(18)

Generaciones de jóvenes zaragozanos, sanos, nobles y valientes, se incorporan cada año a todas las cofradías, a esta manifestación.

Los simbolizo a todos en la de los Escolapios, la Cofradía del Prendimiento del Señor y el Dolor de la Madre de Dios: túnica y capirote azul marino, capa blanca.

Con sus dos pasos y sus tambores nos llaman a solidarizarnos con la juventud prendida, atrapada por la falta de puestos de trabajo, tanto para universitario como para trabajadores manuales, que les hace ver un futuro incierto, muy negro.

Jóvenes que atisban salida para el mañana, que sólo la vitalidad que conlleva su sangre en crecimiento les permite seguir adelante.

Nos señala esta Cofradía una gran responsabilidad de todos: sólo el apoyo de nuestra fe en el hombre cuyo prendimiento conmemora, puede ayudar a salir adelante a la juventud. Sin los valores que transmite el mensaje del Crucificado, sin mirar esa figura, enhiesta a pesar de que los hombres le agreden, sólo van a topar con la desesperanza. Y tras ella se esconde el pasotismo, en sus diversas manifestaciones; quizás la droga; posiblemente el delito de fácil autojustificación; quien sabe si la destrucción de las instituciones, que se lo habrán ganado por inútiles…

Vuestro grito, hermanos del Prendimiento, debe tener una respuesta personal de todos los que acudimos a nuestra múltiple manifestación. Sólo los valores profundos aportados por la Palabra, por el Verbo, a la conciencia de nuestra civilización, y que se trata programadamente de sustituir por convicciones materialistas, hedonistas, pueden mantener una sociedad digna del hombre.

(19)

Túnica blanca y capirote rojo. Una peana y tres pasos. Uno de ellos, el más impresionante de nuestras procesiones.

Son los hermanos de la Real, Antiquísima, Ilustre y Penitencial Cofradía del Señor Atado a la Columna.

Quiero entender que, al conmemorar aquellos azotes lacerantes dados al hombre con el que nos solidarizamos, nos invita a luchar contra toda discriminación.

Cada vez son más los prójimos de otro color de piel que se asientan cerca de nosotros.

Criticamos la “limpieza” étnica en Bosnia, el “apartheid” de Sudáfrica, las matanzas entre judíos y palestinos; los repudios raciales en los Estados Unidos… Y hacemos bien en rechazar con nuestra palabra tales hechos.

Pero es menester que nuestro corazón esté preparado para que nadie sea apartado, para que ningún hombre sea discriminado por tener un color de piel distinto; mucho menos por interpretar de manera distinta la Palabra o adorar de otra manera a Dios.

La no discriminación no es sólo un mandato legal, es sobre todo, un mandato moral. El Crucificado que recordamos, murió por todos. Y eso debe prevalecer en nuestro corazón.

Es el grito que me parece escuchar de la Cofradía que sale de la Parroquia de Santiago.

(20)

Abundante son la hiel y el vinagre en nuestras vidas.

Al Hombre cuya memoria nos convoca, le dieron a beber el amargo trago.

La Cofradía de Nuestra Señora de la Asunción y Llegada de Jesús al Calvario, túnica y tercerol morados y capa blanca, con sus dos pasos, me parece entender que nos pide solidaridad para quienes pasan el amargo trago de la enfermedad o de la pobreza.

La enfermedad, de la que nadie estamos libres, hace meritorio el consuelo de nuestro compadecer; más eficaz si conlleva la rememoración de Aquél con quien nos solidarizamos en esta manifestación.

La pobreza no podemos erradicarla, siempre tendremos pobres con nosotros. ¡Felices mientras los nombremos en tercera persona! Pero es un deber de la solidaridad que aquí mostramos, luchar contra la pobreza. Primero no colaborando en ninguna expoliación, en ninguna explotación en ninguna corrupción. Después, compartiendo nuestros bienes. Porque somos ricos si miramos a otros.

Tenemos la obligación de hacer algo para paliar los efectos del hambre –de pan o de cultura– de quienes lo padecen. Eso nos dice –con autoridad– el grito de los tambores de esta Cofradía.

(21)

Y esos hombres, con severos hábito y tercerol negros, con aplicaciones de terciopelo morado o negro, son los hermanos receptores o de la sección de la Cama del Señor: los de la Muy Ilustre, Antiquísima y Real Hermandad de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo y de la Madre de Dios de Misericordia.

Es la Cofradía madre, de la que son filiales todas las demás.

Por tanto, los gritos de los tambores, también lo son de ella; todos los pasos de las procesiones, son las pancartas de esta Cofradía; y suyas también son, por tanto las consignas que en esta manifestación se gritan.

La Cofradía de la Sangre de Cristo aporta el sentido histórico a nuestra manifestación, en su jornada de la noche del Viernes Santo, con las tribus de Israel, los personajes del Antiguo Testamento, el pueblo hebreo, los apóstoles, las guardias pretorianas y romana, y otros integrantes.

Y, sobre todo, la Cama en que yace muerto el que fue crucificado.

En sus fines estatutarios, aparece una especial solidaridad con quienes mueren desamparados, a los que tradicionalmente recogen los hermanos de la Sangre de Cristo; y con los reos sentenciados por los tribunales de justicia ordinaria y militar. Al haberse abolido en nuestro país, acertadamente a mi juicio, la pena de muerte decretada por los tribunales, queda este fin como símbolo de la profundidad del compromiso de la Sangre de Cristo con la realidad última del hombre.

(22)

La Congregación de Esclavas de María Santísima de los Dolores, hermandad esencialmente femenina de nuestra Semana Santa, compendia el recuerdo que otras muchas hermandades nos traen de la Madre del Crucificado.

Nos unimos también con nuestros gritos de tambor a esta manifestación silenciosa de mujeres para sumarnos al dolor de una Madre, que conocemos aquí como María Santísima de los Dolores, o del Dulce Nombre; o de la Amargura o de las Lágrimas; o de la Piedad o de las Angustias; o del Rosario en sus Misterios Dolorosos o del Dolor de la Madre de Dios; o de la Asunción o de Misericordia; o de la Esperanza y del Consuelo…

…O del Pilar; que tan cerca tengo físicamente en este momento y tan cerca tenemos los zaragozanos a nuestro corazón.

Y en ella, nos solidarizamos con todas las madres, que aman con renuncia y sufren con sus hijos.

Y nos solidarizamos con las mujeres que se niegan a ser objeto.

Con las que no se dejan llevar por la desatada marea de erotismo, que hace aparecer los más bajos instintos como virtudes necesarias e inalienables.

Y con las mujeres, y también con los hombres, que, en servicio directo a la humanidad, ha hecho de sus vidas una oblación, cada vez más valiosas y menos comprendida por nuestra desorientada sociedad.

(23)

Y, por último: los de la túnica blanca y el tercerol azul celeste, con las pancartas de sus dos airosos pasos de ascendentes líneas, nos señalan el mañana. Son la Hermandad de Cristo Resucitado y Santa María de la Esperanza y del Consuelo.

Nos grita esta Hermandad –nacida del colegio de Agustinos– la salida de la dolorosa reflexión hacia la luminosa acción. Corea todas las virtudes humanas, a las que estoy ciñendo los mensajes que capto de la manifestación.

Sus tambores señalan que tienen salida los males del hombre. Y que éste puede alcanzar dimensiones más altas.

Nos cuentan que aquél Hermano Mayor nuestro, injusta y sañudamente ajusticiado, con el que nos solidarizamos, resucitó, venció a la muerte.

Que hemos sido redimidos. Que hay esperanza. Que hay mañana. Que tras el dolor de la vida, viene la luz. Que todavía es posible la alegría para todos.

Estos mensajes, me parece entender que gritan las pancartas y las veces que arrancan de los tambores de las Cofradías, en esta manifestación de varios días, con diversas concentraciones, que aquí se anuncian.

Aquél que se autodeterminó «el Hijo del Hombre», que hace veinte siglos fue arbitrariamente sentenciado, sin defensa; injustamente ejecutado: abandonado por los suyos; resucitó al tercer día y con su resurrección firmó y dio valor a su Palabra.

Es la libertad; es el camino, la verdad y la vida.

Quiso cambiar el mundo y lo cambió.

Quiso cambiar al hombre y lo consiguió a medias. Porque no hemos incorporado todo su mensaje a nuestras vidas.

La manifestación a la que os convoco tomará su fuerza en los templos, en los oficios y eucaristías, que son memorial y que dan la razón profunda a nuestras procesiones.

Habrá en esta manifestación, en sus diversas estaciones, oradores que señalarán lo divino de estas fechas. Mi pregón ha recogido, muy parcial y subjetivamente, lo puramente humano del mensaje.

Os convoco, pues, a esta manifestación de varios días, en nombre de las Cofradías zaragozanas, cuyas representaciones están aquí presentes.

Y os aseguro que el lunes de Pascua, lo digan o no los medios de comunicación, la noticia será esta:

«Zaragoza entera se ha manifestado durante nueve días en recuerdo y unión a un hombre que cambió el mundo; los suyos no le reconocieron; fue crucificado y resucitó, redimiendo y trayendo la esperanza a la Humanidad. Han encabezado las diferentes concentraciones, unos encapuchados, símbolo de los hombres y mujeres de la Ciudad, y su voz han sido los tambores, los timbales, los bombos, las matracas, las carracas o el silencio».

Amén


Autoría del artículo: Valentín Sebastián Pardos, pregonero de la Semana Santa de Zaragoza del año 1994

Fotografía de cabecera: El emblema de la Cofradía de uno de los cetros portados por hermanos de la Junta de Gobierno durante su participación en el Pregón de la Semana Santa zaragozana (fotografía de Óscar Puigdevall).