La Muy Ilustre, Antiquísima y Real Hermandad de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo y Madre de Dios de Misericordia realiza durante toda la jornada del Sábado Santo, su Santo Sepulcro en la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal, consistente en la exposición en su sepulcro del “Cristo de la Cama” de forma ininterrumpida hasta el momento en el que se da inicio la procesión previa a la Vigilia Pascual. Un acto en el que, tras recibir la pertinente invitación de la Hermandad, participa la Cofradía haciendo del Sábado Santo un día especialmente intenso.
Y es que durante décadas, la actividad de la Cofradía durante este día se limitaba a recoger los pasos y atributos, preparar a nuestras Sagradas Imágenes para su culto ordinario en la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal y en la Iglesia Parroquial de San Gil Abad, y esperar el momento para la gran celebración de nuestra fe, la Vigilia Pascual. Sin embargo, desde la Semana Santa de 2011, y gracias a la invitación de la Hermandad de la Sangre de Cristo, hemos podido participar intensamente en una jornada de oración y reflexión esperanzada ante el Sepulcro de nuestro Señor que, en pocas horas, vencerá a la muerte.
I) El Sábado Santo en la tradición de la Iglesia
Durante siglos, se extendió la costumbre popular de reconvertir el Sábado Santo en un día cuasi jubilar rebautizándolo incluso como “Sábado de Gloria”, desvirtuando con ello el sentido litúrgico de este día de intenso duelo, meditación y abstención del sacrificio de la misa, por un deseo exacerbado de adelantar la celebración de la Resurrección, llegando incluso a celebrarse la Vigilia Pascual durante la propia mañana del sábado.
Sin embargo, en el mes de noviembre de 1955 y bajo el pontificado de Pío XII, la Sagrada Congregación de Ritos emitiría el decreto “Maxima redemptionis Nostrae” por el que se procedería a establecer el nuevo ordo de la Semana Santa, el Sábado Santo recuperaría su sentido penitencial original, incorporándolo al Triduo Sacro al obligar a celebrar la conmemoración de la resurrección en la Vigilia Pascual a la noche entre el Sábado y el Domingo. Poco tiempo después, el Concilio Vaticano II, a través de la promulgación por Pablo VI de la carta apostólica «Mysterii Paschalis» en la que se aprueban las «Normas Universales sobre el Año Litúrgico y el nuevo Calendario Romano General», refrendaría que el «Triduo de la Pasión y Resurrección del Señor comienza con la Misa vespertina de la Cena del Señor; tiene su centro en la Vigilia Pascual y concluye con las vísperas del domingo de Resurrección» (MP, 19).
De este modo, el Sábado Santo se transformará en el actual día que podríamos llamarlo alitúrgico, puesto que hasta la noche con la Vigilia Pascual no hay ningún tipo de celebración litúrgica, excepto el oficio divino. Es día de profundizar, para contemplar. El altar está despojado. El sagrario abierto y vacío. La cruz sigue entronizada desde el Viernes Santo. La comunidad cristiana contempla a Jesús en el sepulcro, en su silencio, en su dolor. Es el día del silencio: calla y ora. Ya sabe que resucitará, pero mientras tanto toma muy en serio el sepulcro de su Esposo.
En 1988, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos regularía las normas litúrgicas con las que se rige este día:
«Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, su descenso a los infiernos y esperando en la oración y el ayuno su resurrección. Se recomienda con insistencia la celebración del Oficio de Lectura y de las Laudes con participación del pueblo. Cuando esto no sea posible, prepárese una celebración de la Palabra o un ejercicio piadoso que corresponda al misterio de este día. Pueden ser expuestas en la iglesia a la veneración de los fieles la imagen de Cristo crucificado, o en el sepulcro, o descendiendo a los infiernos, ya que ilustran el misterio del Sábado santo, así como la imagen de la Santísima Virgen de los Dolores de los fieles. Hoy la Iglesia se abstiene absolutamente del sacrificio de la Misa. La sagrada Comunión puede darse solamente como viático. No se conceda celebrar el matrimonio, ni administrar otros sacramentos, fuera de la Penitencia y la Unción de los enfermos»
“La preparación y celebración de las fiestas pascuales”, nº 73-77
Más adelante, la propia Congregación recalcaría la importancia que los fieles cristianos deben otorgar al Sábado Santo, añadiendo como recomendación para la piedad popular la celebración de la Hora de la Madre:
«En María, conforme a la enseñanza de la tradición, está como concentrado todo el cuerpo de la Iglesia: ella es la “credentium collectio universa”. Por esto la Virgen María, que permanece junto al sepulcro de su Hijo, tal como la representa la tradición eclesial, es imagen de la Iglesia Virgen que vela junto a la tumba de su Esposo, en espera de celebrar su Resurrección. En esta intuición de la relación entre María y la Iglesia se inspira el ejercicio de piedad de la Hora de la Madre: mientras el cuerpo del Hijo reposa en el sepulcro y su alma desciende a los infiernos para anunciar a sus antepasados la inminente liberación de la región de las tinieblas, la Virgen, anticipando y representando a la Iglesia, espera llena de fe la victoria del Hijo sobre la muerte».
“Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia”, nº 146-147
El Sábado Santo es, por tanto, un día más de intimidad que de expresión, de silencio y oración hasta la celebración gozosa de la Vigilia Pascual. Sin embargo, en este día en que «la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte», las procesiones «que permiten a los fieles contemplar los Misterios de la Pasión de Cristo y los dolores y Soledad de la Virgen María pueden ser muy adecuadas también el Sábado Santo» siempre y cuando «ni impidan ni dificulten de hecho la participación del pueblo y de los propios hermanos cofrades en la Vigilia Pascual» (Obispos del Sur, 1988).
II) La piadosa devoción en torno al Santo Sepulcro y el acto organizado por la Hermandad de la Sangre de Cristo
Narra el evangelio de Mateo que «José de Arimatea tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en su propio sepulcro, nuevo, que había hecho excavar en la roca, y después de rodar una piedra grande a la entrada del sepulcro, se fue» (Mt 27,57-61). Pues bien, desde finales de la Edad Media, y especialmente tras la celebración del Concilio de Trento (1545-1563), el culto al Santo Sepulcro alcanzó un enorme auge al favorecerse de factores tan variados como el componente caballeresco emanado del contexto de las Cruzadas y la fundación de la Orden del Santo Sepulcro; el misticismo medieval, impulsado por los franciscanos (que, a su vez, son quienes también regentan el Santo Sepulcro de Jerusalén) y las contemplaciones de la Pasión de Cristo; las representaciones de dramas sacros, y en especial, del ceremonial del abajamiento o función del Descendimiento, que en nuestra ciudad llegaría a organizar tanto la Hermandad de la Sangre de Cristo como la Venerable Orden Tercera de San Francisco; y la «consideración de Cristo muerto como imagen del sacrificio eucarístico y la consecuente potenciación de esta iconografía durante el final del renacimiento y todo el barroco» (Fernández Díaz, 2013).
Así, en el siglo X surgiría la celebración de la Depositio Crucis et hostiae, que tenía lugar el Viernes Santo y que consistía en depositar simbólicamente la Hostia consagrada, la Cruz o ambas (e, incluso en siglos posteriores y en algunos casos, una imagen de Cristo yacente) en un hueco del altar o en, su defecto, en una arqueta velada bajo un baldaquino que simulaba el Sepulcro, permaneciendo allí para su veneración pública hasta la noche pascual cuando se procedía a abrir este monumentum para celebrar la elevatio de la hostia, que luego serviría para presidir, junto a la cruz, una complejísima y riquísima procesión con la que ambas eras trasladadas al altar mayor para su reposición (cf. Galtier Martí y García de Paso Remón, 2013).
Otras ceremonias se llevaban a cabo en la mañana del Domingo de Pascua y, aunque a lo largo de los siglos fueron evolucionando y adoptaron diferentes nombres (tales como la Visitatio Sepulchri, o el Quem quaeritis in sepulchro), todas ellas tenían un desarrollo muy similar en forma de tropo en el que se representaba la visita de las santas mujeres mirróforas al sepulcro vacío y la aparición del ángel (cf. Mt 28, 1-8; Mc 16, 1-8; Lc 24, 1-12; Jn 20, 1-18).
En estos dramas litúrgicos participaban diversas personas que representaban a los distintos personajes ataviadas con trajes de la época (como parece ser que ocurría en la parroquia de San Pablo, donde se hacía con actores o cantores) incluyendo, en otras ocasiones, imágenes de bulto, como sucedería en La Seo, quedando así narrado por su canónigo Pascual de Mandura un Oficio del Sepulcro desarrollado en 1598:
«Al otro claustro que está frontero del monumento, para la procesión, y la cruz pasa adelante y se pone junto a la capilla del Santo Rosario y toda la clerecía a dos coros; y estando el arzobispo y ministros frontero y junto de la capilla de Nuestra Señora, delante el monumento, comienza un tiple con voz alegre y alta a cantar, aleluya. Luego se siguió un estruendo y después de él se rompió un velo blanco y apareció un altar muy adornado con muchas flores y enramadas alrededor; en el cual había cinco imágenes muy lindas de bulto, doradas, a saber es, una Señora y las Marías. Luego los cantores cantaron de allá dentro entre aquellos corredores y ventanajes muy bien enramados, muchas aleluyas y cosas al propósito de la Resurrección. Luego bajó un ángel con una espada en la mano y rompió un velo de tafetán carmesí y apareció una figura de bulto de un Jesucristo resucitado, figura muy hermosa y muy dorado; y los cantores se detuvieron un ratillo con muy linda música de manera que no sólo regocijaron en esta fiesta a la gente que era mucha, pero aun enternecieron los ánimos de todos los presentes».
Transcripción de Pedro Calahorra Martínez, 1978
Pero como se puede constatar en nuestra propia ciudad, los ejercicios de culto y devoción al Santo Sepulcro se encontraban vinculados a la propia Pasión de Cristo (Jueves y Viernes Santo) y al acontecimiento Pascual (Domingo de Resurrección), lo que probablemente es debido a la citada costumbre popular de reconvertir el Sábado Santo en Sábado de Gloria, dejando a ese día sin espacio para la sentida devoción por Cristo muerto depositado en el Sepulcro. De hecho, en una de las más antiguas devociones que en nuestra ciudad surgieron en torno al Santo Sepulcro, el que se encontraba instalado en una de las capillas del antiguo claustro del convento del Carmen, los días establecidos para que quienes la visitasen «diziendo tres veces el Padre Nuestro, y Ave María» pudieran ganar gracias e indulgencias estaban marcados «en el Sacratísimo día de la Resurrección de el Señor, y los siguientes» (Faci, 1739).
De similar modo, los cofrades de la Muy Ilustre y Antiquísima Cofradía del Santo Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo, no solo vienen celebrando desde tiempo inmemorial su fiesta titular en el «tercer día de Pascua de Resurrección, día grande de la Cofradía» (Fernández Núñez, 2009) sino que además tenían concedidas diversas indulgencias por los pontífices Clemente VI, Urbano V, Celestino I y Alejandro IV si «visitaren el Santo Sepulcro en los días de Jueves y Viernes Santo, día de Pascua de Resurrección, día de Pentecostés, los de S. Pedro y S. Pablo, Ascensión y Natividad del Señor, en cada día Indulgencia plenaria, y remisión de todos sus pecados, y las mismas parciales que si visitaren el santo Sepulcro y Santos lugares de Jerusalén» y «a todos los que visitaren el santo Sepulcro y su iglesia el Domingo infraoctavo del Santísimo Sacramento, confesando y comulgando en dicho día, y rogando por la extirpación de las herejías y exaltación de nuestra Madre la Iglesia». Como se puede comprobar en su Carta de Hermandad, no existe referencia alguna de que se otorgasen indulgencias por visitar el Sepulcro el Sábado Santo, por lo que muy probablemente el tradicional Sepulcro que esta Cofradía monta en el interior de la iglesia conventual del monasterio de la Resurrección del Santo Sepulcro de las Canonesas Regulares permanecería cerrado desde la tarde del Viernes Santo hasta el Domingo de Pascua, lo que sucedería al menos hasta la citada reforma litúrgica de la Semana Santa, cuando si comienza a constar su apertura.
Por su parte, la Hermandad de la Sangre de Cristo, y tal y como se estipulaba en la capitulación y concordia para su incardinación en el convento de san Agustín firmada en 1554, también tenía la obligación de celebrar en su capilla «la festibidat y comemoracion de la Sangre de Jhesucristo el tercero día de pascua de Resurrection dixendo los dicho prior y conbento de frayres en dicha capilla la víspera y misa cantada e sermon y al otro día un aniversario». Adicionalmente, tenía indulgencias otorgadas con fecha 27 de febrero de 1666 en Santa María la Mayor de Roma por Alejandro VII, por las que concedía «Jubileo Plenísimo a todos los Cofrades, y Cofradesas que confesados y comulgados visitaren la Capilla de la Preciosísima Sangre de Cristo en el Convento de San Francisco, el primer día de Pascua de Resurrección». Asimismo, en las Ordinaciones de 1677 se especifica como obligación del mayordomo primero «hacer la fiesta de los tres dias de Pasqua de Resurreccion entoldando la capilla y el componer el altar como es uso y costumbre», señalando también que «al otro dia de Pasqua de Resurreccion» era cuando se celebraba el capítulo general «de los cofadres de numero».
Además, la Hermandad también celebraría otros cultos públicos tras la magna procesión del Santo Entierro, tales como la procesión que durante las primeras horas del Domingo de Pascua partía desde la iglesia conventual de San Francisco salía de la iglesia dando la vuelta por el Coso «con el Señor Cubierto y María», si bien, tal y como narra Faustino Casamayor en 1796, se sustituyó la costumbre de sacar al «Señor Manifestado» por la imagen de «un Niño Jesús resucitado».
Tal y como narra Blasco Ijazo, desde «luengos tiempos, también se celebraban cultos en la capilla que la Hermandad posee en la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal, dando comienzo el Domingo de Resurrección y prolongándose durante tres días con motivo de las Cuarenta Horas, concluyéndose «al cuarto día, miércoles, con una fiesta religiosa por la tarde, con Reserva del Santísimo», quedando desde el jueves «la imagen de Nuestro Señor internada en su vitrina de siempre hasta el año siguiente». Durante esos días, se establecían los servicios de Capilla y Mesa, atendidos en turnos de media hora por hermanos receptores, estando el primero de ellos, «sentado en un sillón, vela la Cama del Señor, colocada bajo palio, delante del altar tradicional, entrando a la derecha, tal y como es sacada en la procesión del Viernes Santo» y sin presentar más diferencia «que el haber sustituido el manto negro bordado en oro por una sábana blanca».
Este desarrollo celebrativo se llevaría a cabo hasta la primera Semana Santa adaptada a las directrices de la citada reforma decretada el 16 de noviembre de 1955, por lo que la Hermandad trataría de adaptarse a la nuevas instrucciones emanadas en “Maxima redemptionis Nostrae” tomando la decisión de ampliar un día más la exposición a los fieles del “Cristo de la Cama”, tal y como se hacía los días previos de Jueves y Viernes Santo, anunciando durante toda la Semana Santa que el Sábado Santo permanecería abierta la iglesia de Santa Isabel «desde las nueve de la mañana hasta las ocho de la tarde, donde se podrán admirar los pasos que componen la procesión del Santo Entierro y adorar la imagen de Nuestro Señor en el Sepulcro». Más detalles de cómo fue la jornada se pueden encontrar en El Noticiero en una breve crónica publicada el Domingo de Pascua de 1956:
«Como dadas las nuevas disposiciones litúrgicas el Sábado Santo ha sido considerado como día de dolor y la Pascua de Resurrección no ha comenzado hasta la media noche, el Santísimo Cristo quedó expuesto a la adoración de los fieles, con la tradicional guardia de hermanos Receptores y de la Guardia Romana, siendo bastantes los zaragozanos que desfilaron ante la Cama, a pesar de ser desconocida esta innovación».
El Noticiero, 1 de abril de 1956.
Esta nueva forma de celebrar el Sábado Santo en nuestra Semana Santa, que iría alcanzando progresivamente mayor dignidad al contar con la colaboración de algunas de las cofradías y hermandades que tenían su sede en la Iglesia de San Cayetano siguiendo organizando turnos de guardia ante los pasos, duraría aproximadamente una década hasta el Concilio Vaticano II, siendo en 1964 cuando muy probablemente se dejara de llevar a cabo esta solemne veneración.
Convertido nuevamente en el día de meditación y reflexión por excelencia, hasta mitad de la década de los años ochenta (cuando surgieron las modernas procesiones “de la Soledad”) la estampa más habitual en la jornada del Sábado Santo en las iglesias zaragozanas y, en especial, en la de Santa Isabel de Portugal, no era otra que un trasiego permanente de cofrades desmontando y trasladando pasos e imágenes para retornarlos a sus correspondientes almacenes o lugares de culto, quedando la imagen de Cristo en su cama, cubierta completamente por un paño mortuorio, en el interior de la capilla del Santo Sepulcro hasta que al día siguiente era reintegrada a su urna habitual del retablo.
Sin embargo, en 2011 y contando con el visto bueno de la Delegación Episcopal para la Pastoral de las Cofradías de Semana Santa, la Hermandad tuvo «la feliz idea de convocarnos durante ese día al Señor en su Sepulcro y a María en su soledad» con el fin de que «con nuestra mente y nuestro corazón lleno de los fuertes sentimientos que han provocado el acompañar por las calles zaragozanas a nuestras imágenes del Cristo sufriente y nuestra Madre llena de dolor, guardemos silencio para contemplar, en profundidad, la primera consecuencia del estremecedor drama que hemos vivido» siendo también un «momento excepcional para sintonizar con tantos velatorios de hombres y mujeres que viven continuamente el luto del Sábado Santo y que necesitan que alguien les abra a una esperanza real» (Gracia Lagarda, 2011).
III) Arte efímero para un «Sepulcro» en el interior de la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal
Con el fin de dotar al espacio de la suntuosidad y el recogimiento requerido que invite a orar y venerar la imagen yacente del “Cristo de la Cama”, la Hermandad de la Sangre de Cristo efectúa una ingente labor para montar el Sepulcro. Unas tareas de montaje que se llevan a cabo durante una ajetreada madrugada del Sábado Santo, en la que el cansancio hace mella tras la extenuante procesión del Santo Entierro, pero que no resta ni un ápice a la ilusión, voluntad y buen hacer de un magnífico equipo que se vuelca anualmente en un diseño que abarca infinidad de ideas que van surgiendo desde muchos meses atrás.
Gracias al hermano receptor Luis Segura, en cooperación con el hermano que ocupa el cargo de Luminero en el año correspondiente y de reputados expertos como Fernando Ortiz de Lanzagorta y Francho Almau (amén de otros priostes y vestidores de imágenes de las cofradías y hermandades zaragozanas que también colaboran puntualmente), la Hermandad consigue sacar el máximo rendimiento posible a su histórico patrimonio, levantando un auténtico altar de cultos (o más acertada y propiamente dicho, retablo de cultos) que, en cada ocasión, presenta diversidad de novedades con las que sorprender y tocar la fibra sensible de todos quienes se acercan a la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal durante esta jornada.
Este magno Sepulcro, que puede considerarse toda una obra de arte efímero de incalculable valor artístico y espiritual, lógicamente tiene como protagonista al “Cristo de la Cama”, si bien a diferencia del montaje que tradicionalmente realiza la Hermandad en los días de Jueves y Viernes Santo, la antiquísima talla cristífera se ve permanentemente acompañada por otra pieza de inigualable belleza: la imagen, que bajo la advocación de Virgen de los Dolores tiene en propiedad la Hermandad de la Sangre de Cristo y que encargara al escultor yeclano Antonio Palao Marco.
Tallada y policromada en su totalidad, aunque ataviada con saya y manto de luto, presenta «un rostro de gran realismo que hace pensar en el retrato establecido de acuerdo con el ideal femenino: ojos oscuros enmarcados por finas cejas, pómulos destacados sobre un rostro ovalado y boca muy bien dibujada sobre la que se muestra una nariz acorde con el más radical clasicismo» (Rincón García, 2000).
Bendecida el 15 de marzo de 1856 por el arzobispo Gómez de las Rivas, procesionaría en el Santo Entierro tras el cortejo fúnebre del “Cristo de la Cama”, más concretamente, después del palio y el clero del Pilar «acompañada de veinte y cuatro niñas vestidas con uniformidad, simbolizando la inocencia y seguida de las imágenes de san Juan, santa María Magdalena y san Pedro junto con luces de hermanas y devotas en bastante número, unas con túnicas negras y otras sin ella» («Guía de Zaragoza…», 1860). Una ubicación que mantendría a lo largo del tiempo con pequeñas variaciones, como cuando se incorporó la Congregación de Esclavas junto a sus estandartes de los dolores, hasta la aparición de la Sección de la Virgen de los Dolores de la Hermandad de San Joaquín en 1938, siéndoles entonces cedida para participar, consecuentemente, en su procesión titular del Miércoles Santo y siendo también acompañada por sus hermanos el Viernes Santo.
Sustituida en 1949 por la imagen de “Nuestra Señora de los Dolores” que tallara el granadino Manuel José Calero Arquellada, tras varias décadas sin salir en procesión y sin siquiera estar expuesta a culto público, la propia Hermandad de San Joaquín recuperaría su uso procesional a mediados de los años ochenta del siglo pasado con la creación de la procesión de la Soledad, portándola en una peana a hombros hasta que, su delicado estado de conservación, lo impidiera en 1994, debiendo entonces que volver a sacar a las calles a su Dolorosa titular hasta que en 2003 fue adquirida la imagen de “Nuestra Señora de la Soledad”, obra de Rafael Valero Ochoa Fernández (cf. Gracia Pastor, 2003). Magníficamente restaurada por el taller dirigido por Francho Almau, puntual y extraordinariamente retornaría a ser portada procesionalmente en la noche del Miércoles Santo de 2015 con motivo de la celebración de 75º aniversario de su Encuentro con la Cofradía de Jesús Camino del Calvario.
A continuación, se comentan brevemente cada uno de los efímeros montajes del Sepulcro llevados a cabo en la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal desde el año 2011:

Sábado Santo de 2011
En el montaje del primer año, la Hermandad continuó exponiendo el artístico y suntuoso monumento sepulcral construido por los hermanos Albareda y que desde el año 1946 sustituyó al vetusto escenario en donde la imagen del “Cristo de la Cama” era colocada bajo palio junto a unas columnas y como fondo una tramoya que simulaba un paisaje de la ciudad de Jerusalén. Siguiendo, por tanto, el modo de montar el Sepulcro en los días de Jueves y Viernes Santo, con el Cristo en su cama cubierto con la colcha que bordara Vicente Cormano en 1858, la gran novedad fue la incorporación de la “Virgen de los Dolores” que tallara Palao presentándola, además, con ligeras variaciones en su atavío, especialmente en el tocado de tul de seda bordado con hojilla de oro.

Sábado Santo de 2012
Consolidado el acto tras el éxito y la repercusión del año anterior, y pese a continuar con el monumento de los Albareda, este segundo año el montaje del Santo Sepulcro presentó llamativas novedades, siendo la más destacada que el “Cristo de la Cama” abandonase su intrínseco lecho para, despojado de su habitual de ajuar, mostrarse sobre un túmulo, quedando envuelto sencillamente con un sudario blanco. A su vez, la Virgen presentaba un tocado de tablas adornado con un alfiler advocativo prendido en su pecho y con el manto recogido en la cintura, completándose toda la escena con los faroles con el emblema de la Hermandad, unos candelabros y la Gran Cruz, con la Sábana Santa, la lanza y la esponja, y una corona de espinas natural.

Sábado Santo de 2013
Por primera vez, las imágenes abandonan el monumento sepulcral y, a modo de altar de cultos, la escena aparece bajo palio y con el estandarte real de fondo, destacando el túmulo púrpura sobre el que descansa el cuerpo completamente desnudo del “Cristo de la Cama” y la delicadeza de la Virgen, luciendo ambos en su máximo esplendor tras la restauraciones acometidas por Francho Almau. Además, la imagen mariana presentó un renovado atavío: con un manto de espolín, sin presentar la corona de espinas en la mano ni el corazón traspasado por siete puñales (que es sustituido por un único puñal de estilo art deco). Además, la cabeza, hombros y mangas de la imagen se envuelven en un tocado de aguas que sigue el estilo creado por Antonio Amians y Austria para la imagen mariana de la sevillana Hermandad del Museo y, que a su vez, se inspira en el tocado del personaje de Atenea de «Las Hilanderas» de Velázquez.

Sábado Santo de 2014
Repitiendo la composición bajo palio, aunque retirando el estandarte real de fondo y con todos los candeleros con velas y blandones de color tiniebla, la imagen de Cristo se muestra nuevamente despojada de vestimentas y ornatos, quedando postrada en una posición inédita de gran dramatismo, con el cuerpo reposado en un túmulo de telas doradas, conformando una gran diagonal descendente hasta los pies y con el brazo derecho extendido y caído hacia el suelo. La presencia de la Virgen, sin nimbo, elevada y formando una estructura piramidal, y aunque no llega a sostener a su Hijo, bebe de fuentes iconográficas flamencas de La Piedad, tales como los lienzos de Van Dyck o en grabados como los de Hendrick Goltzius, así como en la escultura barroca y neobarroca andaluza, como la cordobesa “Virgen de las Angustias” tallada por Juan de Mesa o por el impresionante paso titular de la hermandad sevillana del Baratillo.

Sábado Santo de 2015
El montaje se extendía por el presbítero de la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal, presentando la imagen de Cristo nuevamente en su cama, pero recreando un gran catafalco regio a modo de capilla ardiente medieval, con grandes blandones a los lados. Detrás del Gran Difunto, y justo delante de la bandera blanca de la Hermandad totalmente desplegada en alusión a la esperanza por la resurrección, aparece la Virgen ataviada sobria y rigurosamente en concordancia a las damas viudas de la corte en tiempo de la casa de Austria. Una forma de vestir luctuosa que irrumpió en el siglo XVII y gran parte del siglo XVIII, tanto en España como en toda Europa y que acabaría adaptándose en las imágenes de la Dolorosa, caracterizándose por el uso de prendas de color negro (en este caso la túnica, el peto y el primoroso manto conocido como «de las estrellas») en contraste con la larguísima toca blanca que envuelve todo el óvalo del rostro cayendo por el pecho.

Sábado Santo de 2016
La imagen de Cristo se muestra con el torso desnudo, quedando cubierto con la bandera negra de la Hermandad y reposando sobre un túmulo luctuoso aderezado con el antiguo palio de respeto. La Virgen, continúa velando a su Hijo, con la novedad de presentar un rostrillo ovalado de orfebrería con diferentes y bellos motivos ornamentales. Una pieza que generalmente es colocada en el aderezo de imágenes marianas de las llamadas en el sur de España como “de gloria”, tales como la Virgen almonteña del Rocío o la cacereña de Guadalupe, teniendo también constancia de que era portado, al menos desde mitad del siglo XVIII, por “Nuestra Señora de Zaragoza la Vieja” a la que se le profesaba gran devoción en nuestra ciudad, siendo traída en rogativa por la lluvia desde su ermita en el Burgo de Ebro hasta la Parroquia de San Miguel de los Navarros. El sacro conjunto quedaba completado con la Gran Cruz que, en esta ocasión, presentaba una elegante toalla de terciopelo carmesí.

Sábado Santo de 2017
En el montaje del primer año, la Hermandad Sorprendente la escenografía del Sepulcro de este año al unirse a las imágenes del “Cristo de la Cama” y de la “Dolorosa de Palao”, las correspondientes a las mujeres que estuvieron presentes en los momentos determinantes de la Pasión, desde el camino del Calvario hasta el sepelio de Jesús, siendo también las primeras testigos de la Resurrección al ir, pasado el sábado, con perfumes para ungir el cuerpo y encontrarse con la piedra movida y el sepulcro vacío. Las Tres Marías, que según los evangelios eran María Magdalena, María Cleofás y María Salomé (cf. Mc 15, 40; Mc 16, 1), estuvieron representadas respectivamente por una magnífica talla del insigne imaginero sevillano Antonio Castillo Lastrucci cedida por Fernando Ortiz de Lanzagorta; la segunda de ellas, esculpida y cedida por el joven artista y cofrade zaragozano, Víctor Carazo; y la tercera, por una antigua imagen procedente de la Parroquia de Ntra. Sra. del Portillo.

Sábado Santo de 2018
Magnífica composición del traslado y depositio del “Cristo de la Cama” en el Sepulcro, quedando suspendido en la Sábana Santa que es sujetada por sendas imágenes que representan José de Arimatea y Nicodemo, en una escena con reminiscencias a la antigua función del descendimiento, donde estos personajes encarnados por personas reales eran conocidos como Abad y Mathias, una deformación lingüística de Abarimatía. Precisamente, la imagen que correspondería a José Arimatea, puesto que por su edad y posición social ostentaría el privilegio de ocupar la cabecera (Réau, 1996), queda ataviada con turbante, botas altas y valona, lo que denota cierta inspiración en modelos del barroco castellano, como puede ser el paso de la Muy Ilustre Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de la Piedad de Valladolid conservado en el Museo Nacional de Escultura y concertado en 1641 con los escultores Antonio de Ribera y Francisco Fermín (discípulos de Gregorio Fernández).

Sábado Santo de 2019
En esta ocasión, regresaría la escenografía en la que aparecen únicamente las dos imágenes protagonistas, con el “Cristo de la Cama” nuevamente desnudo y dispuesto en un simulacro de túmulo ornamentado con ricas telas brocadas, flores silvestres y bornizo, incluyendo también la corona imperial en el suelo en alusión a la muerte del Rey de Reyes. La imagen de la Virgen variaría completamente su atavío, presentándose por vez primera vestida al modo hebreo, con un largo manto azul, saya de terciopelo granate y tocado de blonda aunque, eso sí, prescindiendo de otros elementos (como el aro de estrellas o el fajín con bandas de colores) que suelen ser característicos de este modelo de vestir que, ideado en los años veinte del siglo XX por el insigne bordador hispalense Juan Manuel Rodríguez Ojeda inspirándose en las obras del pintor Bartolomé Esteban Murillo, se ha consolidado en toda la geografía española como canon de vestimenta de las dolorosas propio del tiempo de Cuaresma.

Sábado Santo de 2021
Si bien no pudo celebrarse el “Acto del Sepulcro” como tal debido a las restricciones impuestas a causa de la pandemia de coronavirus, la Hermandad consiguió finalmente que el “Cristo de la Cama” estuviese expuesto al culto durante la tarde del Viernes Santo y la mañana del Sábado Santo en el Altar Mayor de la Catedral-Basílica de Nuestra Señora del Pilar para que pudiera ser venerado por el pueblo zaragozano. La presencia en el templo pilarista del venerado Cristo fue muy habitual en el transcurso de las rogativas celebradas a lo largo de la historia, desde las que llegaron al primitivo templo en 1683 y 1688 o en posteriores como las de 1876 o 1885, «para realizar el encuentro entre Madre e Hijo» (Gómez Urdañez, 1981). Además, la imagen también permaneció en El Pilar tras el rescate del Convento de San Francisco en 1809, y con motivo de las celebraciones del 150º aniversario y del 200º aniversario del citado rescate en 1959 y 2009, respectivamente.

Sábado Santo de 2022
Tras dos años en los que, debido a la pandemia de coronavirus, no se pudo celebrar el Acto del Sepulcro en su emplazamiento habitual, regresaba a la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal el monumental montaje. Cobijada la escena bajo palio, el “Cristo de la Cama” reposaría nuevamente en la cama que esculpiera Antonio Palao, mostrando el cuerpo desnudo y sustituyendo la tradicional colcha con la que se le había cubierto en los dos días anteriores, por una fina y bella tela de seda con bordados de hojilla de oro, transformando así el conjunto en todo un “lecho dorado”. Por su parte, la Virgen recuperaba su estampa habitual, con las vestimentas negras de su ajuar y usando el rostrillo de orfebrería, como hiciera en 2016. Destacable, sin duda, fue el exorno floral conformado por media docena de coronas de laurel simbolizando la gloria de Dios, el triunfo de Cristo sobre la muerte y la victoria que supone, tras los tiempos difíciles vividos, el poder celebrar de nuevo la Semana Santa.

Sábado Santo de 2023
El Sábado Santo de 2023 lució una escenografía inédita, propia de la iconografía mortuoria barroca, en la que por vez primera no aparecía la imagen de la Virgen que permanecería expuesta en el retablo en el que se halla habitualmente desde el año 2015 junto a la puerta de la sacristía. Con un fondo de terciopelo negro, en el que dos insignias doradas con el emblema de la Hermandad enmarcaban la “Bandera Blanca”, se situaba tras el “Cristo de la Cama” el esqueleto alegórico de la Muerte perteneciente al antiguo paso del “Triunfo de la Vida sobre la Muerte”, con la cabeza ladeada apoyada sobre una de sus manos y con la guadaña a sus pies. De este modo, y con la figura recuperada por la Hermandad que llegaría a participar en el Santo Entierro de 2016 y en diversas exposiciones realizadas desde entonces, se pone de manifiesto el descenso de Cristo al seno de Abraham y su inmediata victoria redentora sobre la muerte que supondrá la salvación de la humanidad redimida del pecado original.
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