Estando próxima la celebración del cincuentenario fundacional, la junta de gobierno presidida por Pedro J. Hernández Navascués consideraría que era el momento idóneo para afrontar la adquisición de un segundo paso, acordándose que éste representase la Quinta Palabra:
«Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca».
Del evangelio de san Juan (Jn 19, 28-29)
Contando con la inestimable implicación del nuestro hermano de honor Ricardo José López Lera y tras deliberarse en Capítulo diferentes proyectos, finalmente se encargaría la realización de las imágenes al escultor murciano Francisco Liza Alarcón, continuador de la escuela de Salzillo, siendo bendecido por el arzobispo de Zaragoza, monseñor Elías Yanes Álvarez, el Viernes Santo de 1989 al inicio de la quincuagésima salida procesional.
- I) «Tengo Sed» (Jn 19, 28)
- II) Un paso con el que conmemorar el "Cincuentenario fundacional"
- III) Francisco Liza Alarcón, un referente de la imaginería murciana del siglo XX
- IV) Unas imágenes talladas bajo los cánones barrocos de la "escuela salzillesca"
- V) Un paso, singular en sus características, con una greca que recoge la esencia de la Cofradía
- Referencias Bibliográficas
I) «Tengo Sed» (Jn 19, 28)

Después de soportar tantas y tan grandes humillaciones y de seguir sufriendo el tormento que forma parte de la pena de la crucifixión, Jesús experimenta la sed y lo manifiesta con un fuerte grito: «¡Tengo sed!» (Jn 19, 28).
Ya hace más de un día que ha comenzado la Pasión y desde la Última Cena no ha bebido ningún líquido más que aquellas gotas de sangre que se habrán colado entre las comisuras de sus labios. Es legítimo que pida agua; es lógico que grite que tiene sed. En medio de la Pasión, experimenta la necesidad biológica de la sed. Es en ese momento en el que no recibe agua, tan sólo una esponja empapada en vinagre. Esa es la respuesta a su necesidad física elemental, una respuesta que lejos de curar es capaz de producir más dolor si cabe, con el escozor propio del vinagre con las heridas.
La situación «es del todo realista: la sed del Crucificado y la bebida agria que los soldados solían dar en aquellos casos», si bien rápidamente se puede escuchar en el trasfondo el Salmo 69, en el que el sufriente exclama: «En la sed me dieron vinagre» (Sal 69, 22). En las palabras del salmista se trata de una sed física, pero en los labios de Jesús la sed entra en la perspectiva mesiánica del sufrimiento de la Cruz. Jesús es el justo que sufre y «en Él se cumple la Pasión del justo descrita por la Escritura en las grandes experiencias de los orantes afligidos» (Benedicto XVI, 2011).
El final de la Pasión se acerca, Jesús es consciente de ello. Sabe que no podrá aguantar mucho más clavado en la cruz. En medio de ese tormento, siendo consciente de que es el Hijo de Dios, reconoce su limitación, su necesidad de agua. ¡Ojalá la necesidad de agua fuera sólo la necesidad vital!. Y en medio del grito «¡Tengo sed!», Cristo llama la atención de esa agua que tantas personas necesitan. Él había prometido un agua que al beberla no tendrían jamás más sed. El dador de agua, se siente sediento. ¿Qué diría ahora la Samaritana a la que prometió el agua de la vida eterna? Es posible que ella se ofreciera a darle agua, a darle lo mejor que tiene y que más necesita.
La quinta de las palabras que Cristo pronunció en la Cruz es una verdadera escuela donde aprendemos a vivir nuestra humanidad con sencillez, a pedir con humildad lo que necesitamos, a sentirnos queridos y acompañados por este Dios que nunca nos defrauda. Cada uno de nosotros tenemos sed de amor y necesidad de sentirnos queridos, reconocidos y amados.
Pero la escenografía plasmada en nuestro paso también nos invita a pensar en esa agua que tantos hombres y mujeres de nuestro día necesita. Muchas personas viven sedientas de una palabra que les dé esperanza y ánimo para seguir adelante; muchas personas viven sedientas de construir un mundo diferente en el que nadie sufra ningún tipo de violencia por razones de sexo, religión, ideología; muchas personas viven la sed de la esperanza ante el sufrimiento, el dolor y la enfermedad; muchas personas viven la sed de un mundo sin guerras, sin violencia, en paz; muchas personas esperan con ansia el agua de un trabajo, seguramente para muchos jóvenes su primer trabajo; muchas personas anhelan con esperanza poder salir de su situación de pobreza y exclusión social. Eso también es tener sed.
Jesús grita «¡Tengo Sed!». Se ha quedado ya sin nada. Durante su vida pública, durante sus tres años anunciando el Reino de Dios, ha dado todo lo que tenía. Se ha quedado sin nada para sí. ¡Ni agua se ha quedado!. Todas y cada una de las personas que contemplan nuestro paso en la mañana del Viernes Santo reciben el testamento de Jesús con el que transformar nuestro mundo, tratando de que nunca más nadie tenga sed, estando llamadas a ser como la Samaritana que ofreció a Jesús sacarla agua del pozo para que bebiera en medio del desierto (cf. Jn 4,5-43). Un desierto en el que todavía siguen viviendo muchas de las personas con las que nos cruzamos en nuestro día a día. Una sed que es física pero también espiritual.
II) Un paso con el que conmemorar el «Cincuentenario fundacional»

Entre los actos y proyectos con los que se deseaba conmemorar el Cincuentenario fundacional de la Cofradía, tanto la junta de gobierno como la comisión creada decidieron impulsar la incorporación de la figura de María Magdalena en el paso de La Tercera Palabra, un antiguo anhelo que nunca llegó a hacerse realidad pese a encontrarse en el proyecto inicial de Félix Burriel. Sin embargo y debido al fallecimiento de dicho escultor, el hecho de poner una talla de autor distinto al de las otras hubiera supuesto más un pegote que un acertado complemento, por lo que pronto se desechó esta idea surgiendo la de construir un nuevo paso con el que enriquecer nuestro patrimonio y, por ende, el de toda la Semana Santa zaragozana.
En el Capítulo de San Juan del año 1985 ya se informaba a los hermanos que «un escultor murciano, de la escuela de Salzillo, estaba haciendo un boceto gratuito, para ver si gusta y es posible hacerlo». En los meses siguientes, y gracias al entusiasmo con el que la junta de gobierno afrontó el proyecto, contando especialmente con el impulso e inestimable implicación del que fuera hermano teniente, Ricardo J. López Lera, quien, gracias a sus numerosas amistades (como el gran estudioso de la Semana Santa levantina y reputado belenista, Francisco Zaragoza Braem), se podría contactar también con otros artistas de renombre para poder ofrecer a los hermanos la posibilidad de elegir el que estimasen mejor.
Así, en el Capítulo de Cuaresma de 1987 celebrado el 29 de marzo, se presentaron dos propuestas para la realización del nuevo paso, procediéndose a la votación entre las mismas: la primera, con un coste de un millón ochocientas mil pesetas, era la presentada por el murciano Francisco Liza Alarcón y que, a la postre, sería la elegida; y una segunda, con una cuantía de cuatro millones de pesetas, presentada por Francisco Rallo Lahoz, escultor alcañizano que fuera discípulo de Félix Burriel (razón ésta, por la que con anterioridad ya había llegado a intervenir en pequeñas restauraciones en nuestro paso titular) hasta que abrió su propio taller en la zaragozana calle Madre Sacramento, llegando a desarrollar una notabilísima carrera artística con obras tan conocidas como la imagen de la Virgen del Pilar que se utiliza en la Ofrenda de Flores, las fuentes de los niños con peces de la plaza del Pilar, el caballito del fotógrafo detrás de la Lonja, las musas que coronan el Teatro Principal, las alegorías del Teatro del Mercado o los cuatro leones del puente de Piedra, realizando también para la Cofradía de Nuestro Señor en la Oración del Huerto, la copia escultórica de la antiquísima imagen de Nuestro Señor de la Agonía del Huerto de Jerusalén (que procesionó desde 1984 hasta el año 2002).
Formalizado el encargo con el compromiso de tener el paso concluido para que pudiera estar en la esperada procesión de 1989, y tras abonar el primero de los cuatro plazos con los que se pagarían la totalidad de los trabajos (400.000 pesetas tras la firma del contrato y en enero de 1988; y 500.000 pesetas en la segunda mitad de ese mismo año y al entregar la obra), el reputado escultor comenzaría a trabajar en su taller ubicado en la pedanía murciana de Guadalupe, informándose en febrero de 1988 de que ya tenía realizados el busto del Cristo, las cabezas de María Magdalena y de los soldados, así como los brazos y piernas de estos dos últimos.
El trabajo de Liza y su cumplimiento de los plazos establecidos sería impecable, tal y como certificaría el hermano Ricardo J. López Lera al visitar su taller en verano de 1988, comunicando a la junta a su regreso que las imágenes se encontraban en su última fase, con el tallado de Cristo totalmente concluido y estando ya ensamblado para iniciar la policromía, siendo tal la dedicación y exigencia del autor que, no terminándole de gustar tanto el rostro como los brazos de la imagen cristífera que inicialmente había tallado, los rehízo hasta que fueran de su total satisfacción (conservándose actualmente la primigenia mascarilla en nuestra sede social), al igual que haría con el rostro del centurión romano, que de ser un hombre maduro con barba, lo sustituyó por otra cara de un joven. Concluidos los trabajos en febrero de 1989, finalmente se trasladarían las cuatro imágenes a Zaragoza, llegando así al día 23 de marzo (Jueves Santo) en el que, montado completamente en su paso y tras ser espléndidamente ornamentado con flores, quedó expuesto en la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal con el fin de que los hermanos pudieran realizar ante el mismo los tradicionales turnos de Guardia de Honor, quedando dispuesto para que al día siguiente, y tras cruzar por vez primera el dintel de San Cayetano para participar en nuestra procesión titular del Viernes Santo, recibiera la pertinente bendición por parte del arzobispo de Zaragoza, Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Elías Yanes Álvarez.
III) Francisco Liza Alarcón, un referente de la imaginería murciana del siglo XX

Nacido el 24 de marzo de 1929 en la pedanía de Guadalupe de Maciascoque, a escasos cuatro kilómetros de Murcia capital, sería el cuarto de cinco hermanos quedando su infancia marcada por la Guerra Civil.
A la corta edad de ocho años comenzaría a modelar figuras de barro decidiendo dedicarse al noble oficio de la escultura ingresando, pese a la oposición de su padre, como alumno de Real Sociedad Económica Amigos del País donde aprendería a dibujar. Continuada su formación en la Escuela de Artes y Oficios de Murcia, frecuentaría con asiduidad los talleres plásticos más afamados de Murcia, especialmente el de Carlos Rodríguez Galiano, con quien se iniciaría en el arte del dorado, y en el de José González Moreno, con quien comenzaría a modelar y tallar. Aunque si hay un artista que marcaría su trayectoria de forma definitiva sería José Sánchez Lozano, en cuyo taller ingresaría con 16 años trabajando en él durante más de treinta años en los que diariamente perfeccionaría sus conocimientos de modelado, talla, dorado, estofado y policromía.
Allí también se impregnaría del espíritu barroco heredado de la tradición salzillesca matizando que, al igual que sucede con otros destacados compañeros de taller como Manuel Ribera Girona, Juan Díaz Carrión, Domingo Blázquez Carrasco o Antonio Labaña Serrano, su impronta artística más que emular fielmente los postulados del genial Francisco Salzillo y Alcaraz se fundamenta en la tradición heredara por su maestro Sánchez Lozano, dotando a sus obras de singular elegancia pero con actitudes serenas y contenidas donde las poses y gestos se sitúan más cercanos a la estética decimonónica iniciada por Roque López.
Tras colaborar en la realización del retablo del santuario de la Fuensanta, patrona de Murcia, a partir de 1947 comenzaría a realizar las primeras obras salidas de su propia gubia, efectuando diferentes trabajos para su pedanía natal, como la Virgen del Rosario y Santa Cecilia, como para la cercana Javalí Viejo, para la que tallaría su primera gran obra procesional: el grupo escultórico del Santo Entierro, compuesto por las figuras de Cristo muerto, José de Arimatea y Nicodemo.
Trabajando como fiel colaborador de Sánchez Lozano durante más de tres décadas, apenas realiza trabajos individuales hasta que a principios de la década de los ochenta, y ante el cese de actividad de su maestro, Liza regresara a Guadalupe para abrir su taller donde desarrollaría una próspera carrera profesional dedicada al encargo de todo tipo de obra sacra, especialmente imaginería procesional y para retablos, realizando igualmente trabajos de restauración y breves incursiones en el belenismo (cf. Navarro Soriano y Rodríguez López, 2009).
Su dilatada producción artística abarca más de un centenar de obras de primerísimo nivel, recibiendo encargos para realizar pasos procesionales desde diferentes puntos de la región como Águilas, Cehegín, La Albatalía, La Ñora, Las Torres de Cotillas, Lorqui, Los Garres o Zarandona así como de otros municipios como Caudete (Albacete), Albox y Cuevas de Almanzora (Almería) o Callosa de Segura (Alicante), si bien sus principales obras se encuentran en las Semana Santas declaradas como fiestas de Interés Turístico Internacional como Jumilla, Murcia y, por supuesto, Zaragoza.
Para la Semana Santa de la capital murciana ha tallado varias obras, siendo la primera la imagen de santa María Magdalena que realizara en 1983 para la Pontificia, Real y Venerable Cofradía del Santísimo Cristo de la Esperanza, María Santísima de los Dolores y del Santo Celo por la Salvación de las Almas, formando parte del grupo denominado “Arrepentimiento y perdón de María Magdalena” junto a una imagen cristífera que tallara inicialmente Antonio Labaña pero que finalmente en 2014 fue sustituida por otra tallada precisamente por el sobrino de Liza, Antonio Castaño Liza; en 1994, realizaría el alegórico paso del arcángel san Miguel venciendo a Satanás con el que inicia la procesión titular del Domingo de Pascua la Real y Muy Ilustre Archicofradía de Nuestro Señor Jesucristo Resucitado; y, finalmente en 2009 y nuevamente para la Cofradía del Cristo de la Esperanza aunque en esta ocasión, para la hermandad infantil de la procesión del Domingo de Ramos, el singular grupo “Dejad que los niños se acerquen a mí”.
Por su parte, para la Real Cofradía de Jesús Nazareno de la localidad jumillana, Liza tallaría en 1999 la nueva versión del paso de “La Verónica”, con la que se reemplazaba la primitiva imagen de Joaquín Baglietho destruida durante la Guerra Civil.
Y, para nuestra ciudad y a raíz del éxito cosechado con nuestro paso de “La Quinta Palabra”, un año más tarde recibiría el encargo de la Real, Muy Ilustre, Antiquísima y Trinitaria Cofradía de la Esclavitud de Jesús Nazareno y Conversión de Santa María Magdalena para la realización de su paso de “La Conversión de Santa María Magdalena”, con el que la corporación con sede en San Miguel de los Navarros cumpliría el añejo anhelo de tener un paso dedicado a la que desde 1955 era su cotitular. Basado en la escena central del lienzo de Rubens titulado “La casa del fariseo” y siguiendo el modelo que Francisco Sánchez Araciel llevara a cabo a finales del siglo XIX para el paso titular de la Real, Ilustre y Muy Noble Cofradía del Santísimo Cristo del Perdón, representa el diálogo entre Jesús y la María que en Betania se convirtió y se arrepintió de su vida anterior, y que según el evangelio de san Juan, «ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos» (Jn 11, 2), siendo talladas en madera de pino y de ciprés, estofadas y pintadas al óleo caras y manos, y quedando coronadas por sendas piezas de latón bañadas en plata labradas por el valenciano taller de orfebrería Vadido.
Reseñable también en su producción de obras para altares y retablos, destacando principalmente las imágenes de la Virgen del Rosario, para la iglesia monasterio de las Dominicas de Baza (Granada, 1994-1995); la de San Andrés, para el retablo del altar mayor de la iglesia parroquial de San Pedro (Murcia, 1998); la de San Vicente mártir para la iglesia de la que es titular (Molina de Segura, 1999); o la de Santa Elena para la ermita que la madre de Constantino tiene erigida en lo alto del Cabezo de la Cruz (Caravaca de la Cruz, 2005). Ejerciendo su oficio, que a su vez era su auténtica pasión, hasta avanzada edad, falleció el 9 de marzo de 2015 a los 86 años, siendo nombrado hijo predilecto de la ciudad de Murcia a título póstumo en 2016. Su taller, donde tantas horas pasó modelando al Hijo de Dios, queda en buenas manos, puesto que es su propio sobrino Antonio Castaño Liza quien continúa con brillantez los pasos que su tío y maestro supo transmitirle durante su vida.
IV) Unas imágenes talladas bajo los cánones barrocos de la «escuela salzillesca»
El paso de misterio está conformado por cuatro figuras de tamaño natural que representan a Cristo clavado en la cruz, con María Magdalena arrodillada al pie de la misma, un sayón que le ofrece la esponja para beber y un soldado o centurión romano que vigila la acción. Talladas en madera de pino, continúan los cánones del estilo salzillesco, caracterizado a grandes rasgos por el suave modelado, el tratamiento dulce de los rostros, la blancura y morbidez de las texturas y la reproducción de los ropajes mediante la técnica del enlenzado, en la que se emplean telas bañadas en escayola a las que se aplica la policromía una vez moldeadas y endurecidas.
La imagen de Cristo, sobre la que gravita el conjunto, resulta impactante por reflejar fielmente el agotamiento provocado por tantas horas de tormentos y por el sufrimiento que sigue padeciendo en la cruz. Demacrado y extremadamente delgado, presenta una musculatura muy resaltada y las costillas salientes en el torso, con una palidez que evidencia la cantidad de sangre perdida. Regueros sanguinolentos que siguen brotando de las heridas en las manos, muñecas y pies provocadas por los clavos, y en unas rodillas con erosiones y excoriaciones causadas por las caídas sufridas durante el camino al Gólgota. La boca queda entreabierta y reseca, síntomas propios del elevado proceso febril mientras, que los ojos angustiados se dirigen hacia la esponja de vinagre empapada.
Junto a la parte inferior trasera del stipes de la cruz, que se presenta redonda con nudos y otras asperezas de la madera sin desbastar alcanzando una altura de cuatro metros, se sitúa santa María Magdalena. Semiarrodillada, tratando de abrazar con su mano izquierda los pies de Cristo, quizás con la intención de besarlos, enjuagarlos y limpiarlos con sus cabellos como haría tiempo atrás en Betania aunque en esta ocasión con sus propias lágrimas en vez de con costosos perfumes (cf. Jn 12, 1-8).
De tamaño natural, tiene una larguísima melena que cae sobre la espalda, yendo vestida con logrados y delicados ropajes de grandes pliegues, inspirándose el autor muy probablemente en la imagen anteriormente citada que realizara a finales de siglo XIX el escultor Francisco Sánchez Araciel, siendo éste un modelo que, con ligeras modificaciones, había ya utilizado para el murciano paso del “Arrepentimiento y Perdón de Santa María Magdalena” y que repetiría a lo largo de su carrera artística, como sucede con el paso de La Conversión, cotitular de la Real, Muy Ilustre, Antiquísima y Trinitaria Cofradía de la Esclavitud de Jesús Nazareno y Conversión de Santa María Magdalena.
Por su parte, el sayón que porta la caña con la esponja empapada en vinagre (o en posca, que era una bebida que se elaboraba mezclando agua y vino picado o avinagrado siendo muy habitual su consumo por las legiones romanas) muestra a un hombre de mediana edad con barba y pelo castaño largo que queda circundado por una venda de tela. Inicialmente policromado en marrón, siguiendo el prototipo del conocido como el sayón de la antorcha que el ya citado Francisco Sánchez Araciel tallara para el paso de “El Prendimiento” de la cofradía murciana del Santísimo Cristo del Perdón, en la restauración acometida en el año 2018 cambiaría a un verde intenso para hacer juego con nuestros colores corporativos. La larga caña rematada por una esponja, que bien podría haber sido realmente un hisopo por la envergadura que poseen las matas de esta planta herbácea, dibuja una diagonal semejante a la que hace la lanza de Longinos en el que fuera el primer paso que portara la Cofradía, el de “El Calvario”.
Finalmente, la escena se completa con la imagen de un joven centurión romano que se muestra ataviado con un peculiar y espectacular procinctus en el que se entremezclan prendas y elementos de diferentes épocas y hasta correspondientes a distintos rangos dentro del ejército romano.
De este modo, usa una decursio albata, o túnica corta blanca con mangas que en efecto era propia de centuriones, pero que empezó a ser empleada como signo distintivo del cargo por concesión de Lucio Septimio Severo (emperador del Imperio entre los años 193 y 211). Sobre la misma se puede observar el uso de subarmalis, evidenciado por las tiras de cuero que quedan visibles en hombros y cadera y que reciben el nombre de pteryges. Como armadura, se le elevó el honor de llevar una lorica musculata que presenta en relieve una musculatura muy desarrollada con águila apotropaica incluida, si bien este tipo de corazas tenían un fin más ceremonial que militar, siendo propias de generales y emperadores. Y sobre ésta, el centurión viste una capa escarlata, de corte más hollywoodiense que de sagum, quedando prendida en el cuello mediante una fíbula dorada. Asimismo lleva caligae en los pies y cingulum militare en la cintura; casco metálico, más semejante a un cassis con penacho púrpura que a una galea con crista transversa; y, finalmente como arma, en su mano izquierda porta una anacrónica alabarda en sustitución de la vitis latina (vara de mando propia de los centuriones que usaban tanto para dar señales visuales como para administrar castigos) o, en su caso, hasta o pilum.

Santa María Magdalena
La tradición cristiana occidental y la liturgia romana, desde san Gregorio Magno, ha venido identificando a María Magdalena con tres mujeres, posiblemente distintas, que aparecen en los evangelios: María de Betania, la hermana de Lázaro y Marta, «que había ungido con perfume al Señor y enjugado sus pies con sus propios cabellos» (Jn 11, 2); María, la prostituta y pecadora que en casa del fariseo Simón, lavaría los pies del Señor con sus lágrimas, y que también los enjugaba con los cabellos, besándolos y ungiéndolos con perfume (cf. Lc 7, 37-38); y, finalmente, con la mujer originaria de Magdala (al noroeste del lago Tiberiades) que, tras ser curada de los espíritus malignos que la afligían (cf. Lc 8, 1-29), seguiría a Jesús hasta la cruz y el sepulcro (cf. Mc 15, 40), siendo la primera en anunciar la resurrección cuando en la mañana siguiente al sábado, y junto a otras mujeres, acudió al sepulcro con los aceites aromáticos para terminar de ungir el cuerpo de Jesús (cf. Mc 16, 9-10; Jn 20, 1-2).

El sayón porta-esponja
Si bien su nombre no aparece ni en los evangelios canónicos ni en los apócrifos, el esbirro o sayón que, tras empapar una esponja en vinagre e insertarla en una caña, se la ofreció a Jesús para que bebiera, atribuyéndosele también el haber proferido en tono sarcástico que fuera Elías a bajarle de la cruz (cf. Mc 15, 36), fue llamado con el nombre de Esopo (derivado del hisopo) por el arte bizantino, y con el de Estefatón, por la tradición medieval.
De carácter impopular y negativo, este porta-esponja llegó a ser considerado símbolo del pueblo judío y de la Antigua Ley, tal es así que el afamado historiador francés y una de las voces más prestigiosas sobre arte sacro y medieval, Émile Mâle señala que este personaje era imagen de la sinagoga y «el vinagre con que empapa la esponja es la antigua doctrina que acaba de corromperse: porque, en adelante, la Iglesia será la única en verter el vino generoso de la ciencia divina».

El centurión romano
Pese a que en el Nuevo Testamente aparecen varios centuriones que interactúan con Jesús o con los apóstoles, dando los nombres de Quinto Cornelio, centurión de la cohorte Itálica y «piadoso y temeroso de Dios» (cf. Hch 10, 1-44), y el de Julio, de la compañía Augusta que llevaba a Roma a san Pablo (cf. Hch 27, 1-43), nada se especifica de aquellos que estuvieron al frente de la ejecución en el Gólgota, siendo tradición el llamarlos Longinos y Abenadar.
Sobre este segundo, de origen árabe, refiere Ana Catalina Emmerick que estaba al frente de un segundo grupo de cincuenta soldados que custodió a los condenados, siendo quien evitara el apedreamiento de Dimas, quien instara al sayón a que ofrecieran de beber a Cristo y, quien pronunciara la frase «Verdaderamente este era Hijo de Dios» (cf. Mt 27, 54; Mc 15, 39). Cuenta también que, al bajar del Calvario, abandonó su vida militar convirtiéndose a la fe, siendo bautizado con el nombre de Ctesifón.
V) Un paso, singular en sus características, con una greca que recoge la esencia de la Cofradía

Para que las imágenes talladas por Francisco Liza pudieran participar en nuestras procesiones era preciso la adquisición de un paso, acordándose la construcción de una carroza con ruedas y su correspondiente greca ornamental por un importe total cercano al millón de las antiguas pesetas. Iniciados los contactos con varios escultores y tallistas, la junta de gobierno decidiría que los trabajos fueran realizados sin salir de Zaragoza, por lo que se firmó un contrato de ejecución con el afamado escultor Manuel Arcón Pérez, ya que éste había sido en sus comienzos discípulo de Félix Burriel Marín, antiguo asesor artístico de la Cofradía y autor del paso de “La Tercera Palabra”.
Aunque nacido en la localidad oscense de Barasona en 1928, Manuel Arcón se trasladó a pronta edad a Zaragoza para formarse en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos, entrando al taller de Burriel donde permanecería durante más de seis años. Tras recibir una beca del Ayuntamiento de Zaragoza, ampliaría sus estudios en Barcelona, ejerciendo su faceta de pintor en la institución asociativa Fomento de las Artes Decorativas, llegando a trabajar también la escultura religiosa en el taller de Enric Monjó i Garriga.
De regreso a Zaragoza, realizaría trabajos para la Joyería Fací y para el taller de arte sacro de los hermanos Leopoldo y Manuel Navarro López, instalando posteriormente su propio taller en la calle Monzón del barrio zaragozano de Torrero, donde desarrollaría una exitosa y larga trayectoria profesional hasta su fallecimiento en 2018. Autor de pasos procesionales como el de La Cena y el de El Santo Entierro para Híjar, suyas son también otras muchas obras que podemos contemplar en la paisaje urbano de nuestra ciudad, destacando entre otras, el monumento a Don Bosco y Domingo Savio del patio del Colegio Nuestra Señora del Pilar de los Salesianos, la estatua de Goya sedente que se encuentra en la Plaza de Toros de la Misericordia, el monumento a Eduardo Jiménez Correas en la plaza Ariño así como los trabajos encargados por el Cabildo Metropolitano para la Basílica de Nuestra Señora: la talla de la beata Pilar de San Francisco de Borja expuesta al culto en la capilla de San Braulio, y el medallón con la efigie de san Juan Pablo II para la lápida conmemorativa de las visitas efectuadas por el papa Wojtyla en 1982 y 1984.
Pero, sobre todo, el nombre de Manuel Arcón quedará vinculado para siempre en nuestra Semana Santa (además de por nuestra greca de “La Quinta Palabra”), por la escultura ubicada en la plaza del Justicia que lleva por título “Monumento al Cofrade”. Promovida en 2009 por la Asociación Cultural Terceroles y fundida en bronce por los talleres Torres Hijo de la localidad zaragozana de San Juan de Mozarrifar, está dedicado «a todos los que han participado y participan en sus procesiones, en sus cofradías, en la vida diaria de la Semana Santa», y presenta a un hombre adulto que lleva de su mano a un niño, ambos vestidos de cofrades y con un tambor al hombro dirigiéndose hacia la Iglesia de San Cayetano para incorporarse a alguna de las procesiones que inician su salida desde este emblemático templo. Dos edades, que «representan la continuidad, la herencia, el testigo que se transmite de una generación a las siguientes» (Estrada Segarra, 2009).
La greca, tallada en madera y dorada, tiene unas medidas aproximadas de tres metros y medio de largura en cada uno de los dos laterales, y de dos metros y medio en la parte delantera y posterior, reproduciéndose unas delicadas cartelas alusivas a cada una de las siete palabras, presentándose casi a modo de biblia pauperum. Talladas en medio relieve y bajo una suave policromía, con predominio de los colores ocres, se sitúan tres palabras en cada uno de los laterales quedando en la trasera la correspondiente a la quinta, lo que hace que el espectador pueda contemplar en un mismo espacio, dos formas distintas de interpretar el mismo misterio. El frontal se reserva para el emblema de la Cofradía, situando en las esquinas, unas poderosas águilas simbólicas de san Juan Evangelista que, doradas y con las alas abiertas, sostienen entre sus garras un libro abierto alusivo del evangelio, en cuyas páginas van inscritas las siete frases, cerrándose en la octava página con una simple cruz latina.
Financiados parte de los gastos a través de unas tarjetas con las que se podía ganar un viaje a Canarias, el paso presentaría otra particularidad que pronto causaría asombro entre el público que acudiría a las procesiones del Viernes Santo de 1989. Y es que, en tiempos donde la presencia de costaleros era impensable en nuestra Semana Santa y algo reservado y exclusivo del sur de España, y en donde, exceptuando las pocas imágenes que eran portadas en andas o en peanas sobre hombros, lo habitual era ver a los esforzados portadores empujando las varas de los pasos, nuestra Cofradía decidiría apostar por un sistema compuesto por un chasis con volante de dirección y empujado desde dentro. De este modo y en los especializados talleres Lamana regentados por nuestros dos hermanos bienhechores Antonio y Sebastián Lamana Mareca, se ideó una innovadora carroza que integraría tanto la construcción del chasis, adaptando el de un camión cedido por el también hermano de la Cofradía José Gilberto Brizzolis Lambea, como el sistema de elevación de la cruz.
No tan infrecuente en la Semana Santa de algunas localidades del Levante español y, principalmente, en la de Ciudad Real, nuestra Quinta Palabra se convertiría en el primer paso zaragozano cuyos portadores no quedaban expuestos a las miradas de los espectadores, encontrándose ocultos entre los faldones, provocando así una sensación de que el paso anduviera solo. Delante del paso se situaría un cabecero ataviado con hábito completo y portando cetrillo y, tanto el hermano que ejercería de insólito conductor como los que lo empujarían para desplazarlo durante el recorrido, vestirían de calle portando únicamente la medalla, no teniendo más contacto con el exterior que lo que pueden ver a través de la mirilla delantera que, cubierta con flecos dorados, hace también las funciones de respiradero.
Habiendo sufrido pequeños desperfectos a lo largo de los años, en el año 2017 la Cofradía emprendería un importante esfuerzo para devolver a todo el conjunto el brillo de su primera salida, procediéndose entonces a la restauración de las imágenes en los talleres Antique de la localidad oscense de Almudevar; al tallado de una nueva cruz, por el hispalense Francisco Verdugo; a la construcción de una nueva carroza, por Orfebrería Orovio de la Torre de la localidad ciudadrealeña de Torralba de Calatrava; y, finalmente, a la restauración integral de la greca, llevada a cabo en Artesanía de la Talla y el Dorado Santos de la localidad sevillana de San José de la Rinconada.
Referencias Bibliográficas
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