El anhelo de nuestros hermanos fundadores de poder tener en propiedad un paso en el que se presentase una iconografía de Cristo en la Cruz acorde a nuestra advocación y con el que se pudiera llevar a cabo con fidelidad la predicación pública de las Siete Palabras, se vería cumplido cuando el arzobispo de Zaragoza, Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Rigoberto Doménech y Valls, procediera en la tarde del lunes santo de 1948 a la bendición de las tres imágenes que había tallado el insigne escultor aragonés Félix Burriel Marín, con las que compuso la escena en la que en el Gólgota, Jesús se dirigió a María, su madre, y al discípulo al que más amaba, san Juan Evangelista, pronunciando la tercera de sus palabras:
«Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio».
Del evangelio de san Juan (Jn 19, 26-27)
Estrenado en la procesión titular de la mañana del 26 de marzo de 1948, y una vez completada por Burriel y sus colaboradores la policromía de las tallas y la construcción de la hermosa greca del paso, las imágenes acabarían encontrando un espacio idóneo para recibir culto público, pudiendo contemplarlas y rezar ante ellas en uno de los retablos de la que es nuestra sede canónica: la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal.
- I) «Mujer he ahí a tu Hijo. Hijo he ahí a tu Madre» (Jn 19, 26)
- II) El sueño de tener en propiedad un paso acorde a la advocación y misión fundacional
- III) La obra culmen de uno de los más insignes escultores aragoneses de todos los tiempos: Félix Burriel Marín
- IV) Una ejecución exquisita que refleja el espíritu perfeccionista del autor y de su fiel equipo de colaboradores
- V) Una obra de arte, digna de ser expuesta en las principales salas y museos de Zaragoza
- Referencias Bibliográficas
I) «Mujer he ahí a tu Hijo. Hijo he ahí a tu Madre» (Jn 19, 26)

Jesús ya ha pronunciado sobre la cátedra de la cruz sus dos primeras palabras: ha pedido perdón para sus enemigos y ha empeñado su palabra divina en la salvación del buen ladrón. Ahora, cuando llega la hora central de Jesús, cuando van a cumplirse las promesas divinas y va a nacer la Iglesia del costado abierto de Cristo; cuando se hace de noche a la hora nona y el tambor tenso de la tierra en terremoto comienza a redoblar por la inmediata muerte del Redentor, Jesús en declaración solemne proclama a su Madre, la Virgen María, «Madre de todos los hombres».
Durante algún tiempo, Jesús había mantenido a su madre alejada de su vida pública. Ahora no, cuando la muerte está próxima, cuando su madre no puede hacer nada físicamente por Él, es cuando más le necesita, dándose cuenta de que María forma parte de su propia entraña. Y, a su vez, es cuando María comienza a comprender con dolor que es la hora en que su hijo está más cerca que nunca de Dios.
Las palabras de Cristo en la cruz no son improvisadas, son maduradas en su oración y asumidas durante toda su vida. Al igual que hizo en las bodas de Caná (cf. Jn 2, 4), vuelve a llamar a su Madre con la palabra «mujer» con el fin de relacionarla con Eva, «madre de los vivientes». Si Eva en el paraíso al lado del viejo Adán fue la cooperadora de nuestra ruina, María (la nueva Eva) al lado de Jesús (el nuevo Adán) es la colaboradora de nuestra redención. En el paraíso, una mujer señala el ritmo de la tragedia; en el calvario, otra mujer señala el ritmo de la salvación.
Jesús confía el cuidado de su madre a Juan y, consiguientemente, a toda la humanidad. En la cruz da su propia entraña, todo lo que tiene. Da su vida, da su corazón, da a su propia madre. Y, consecuentemente, la Virgen es proclamada «Madre de todos los hombres». El amor busca aligerar al que sufre y tomar sus dolores. Una madre cuando ama quiere tomar el dolor de las heridas de sus hijos. Jesús y María aman a todo hombre y a cada mujer de la historia con un amor sin límites.
En Juan están representados los cristianos de todos los tiempos, la Iglesia misma, el pueblo mesiánico. Y, desde aquella hora, el apóstol recibiría en su casa a la Madre (cf. Jn 19, 26s). Esta última disposición se transforma casi en un acto de adopción. Jesús es el único hijo de María y tras su muerte quedaría sola en el mundo. Sin embargo, pone a su lado al discípulo amado y, lo pone, por decirlo así, «en lugar suyo, como su propio hijo, y desde aquel momento él se hace cargo de ella, la acoge consigo. La traducción literal es aún más fuerte; se podría expresar más o menos así: la acogió entre sus propias cosas, la acogió en su más íntimo contexto de vida» (Benedicto XVI, 2011). Jesús, con este gesto totalmente humano, consuela así a María queriéndole decir: «no te quedas sola, no has acabado aún tu maternidad, ahora tienes que se ser la madre de todos mis amigos, de la gran familia de los hijos de Dios, de la Iglesia».
Juan, como discípulo que lo compartió todo con Jesús, «sabe que el Maestro quiere conducir a todos los hombres al encuentro con el Padre». Y éstos, al igual que Juan y María, «están llamados a cuidar unos de otros, pero no exclusivamente. Saben que el corazón de Jesús está abierto a todos, sin excepción. Hay que proclamar el Evangelio del Reino a todos, y la caridad de los cristianos se ha de dirigir a todos los necesitados, simplemente porque son personas, hijos de Dios» (Francisco I, 2018). Junto a la cruz de Jesús nace cada día la Iglesia, nacemos los cristianos con María, unidos a Jesús en la obediencia, viviendo y muriendo en la verdad, amando como Cristo, sirviendo como María, acogiendo como Juan, aprendiendo de la Iglesia.
II) El sueño de tener en propiedad un paso acorde a la advocación y misión fundacional

Como es sabido, la Cofradía se vio en la obligación de portar obligatoriamente el paso de “El Calvario” durante sus primeros años de existencia, denegando igualmente su propietaria el poder acometer modificaciones sustanciales en el mismo. Pese a todo, y siendo vital el poder portar una imagen de Cristo en la cruz en la que se representase todavía vivo con objeto de dar autenticidad a nuestra advocación y misión fundamental de predicar públicamente las Siete Palabras, la junta de gobierno iría tratando de buscar soluciones a esta insostenible situación. Por lo que siendo conscientes también de las dificultades económicas propias de la postguerra, llegarían a emprender algunas gestiones con diferentes instituciones con el fin de poder incorporar algún grupo escultórico acorde que ya se hallase expuesto al culto, tal y como pudiera haber sido un antiguo retablo del Calvario de la Parroquia de Nuestra Señora del Portillo recomendado por Félix Burriel o, años después, el de similares características de la iglesia de San Juan de los Panetes, llegando a contactar por ello con las Hermanas Misioneras Eucarísticas de Nazaret.
Estando en el imaginario colectivo de nuestros hermanos fundadores el anhelo de tener un paso en propiedad, la realidad del mismo empezaría a gestarse con la presentación, por parte de un novel escultor de apellido Pueyo que acababa de abrir su propio taller en la zaragozana avenida de Navarra, de una maqueta compuesta por seis figuras: un Cristo crucificado, la Virgen María, san Juan Evangelista y las tres Marías (santa María Magdalena, María Cleofás y María Salomé). Así, el acta de la junta de gobierno celebrada el 28 de abril de 1945, recoge el nombramiento de una comisión creada con el expreso fin de estudiar y elaborar un proyecto firme de nuevo paso para poderlo presentar a todos los hermanos. Tras estudiar el asunto durante varios meses, el 2 de diciembre de ese mismo año 1945 se convocaría de forma extraordinaria al Capítulo General de Hermanos para presentar tres proposiciones: «una dando cuenta de los deseos de tener paso, la otra relativa a la parte artística del mismo y, por último, tratar de la parte económica».
Expuestos los motivos para contar con un paso propio, y presentada la fórmula económica para su construcción, tomando como base un presupuesto de gastos que ascendía a 44.000 pesetas, se aprobó unánimemente la construcción así como el nombramiento de una comisión de arte, dependiente de la junta de gobierno y presidida nuevamente por el hermano Mariano Bíu, «para que se entendiera con el artista», acordándose igualmente que «la obra fuera costeada por todos los hermanos según las posibilidades de cada uno».
Sin embargo esta suscripción fijada al margen de las cuotas ordinarias, no llegaba a dar los frutos esperados, señalándose que los hermanos que no habían realizado todavía sus aportaciones era porque ponían en duda la garantía artística del autor propuesto, acordándose «que antes de seguir adelante con él se consulte con otros escultores de reconocido prestigio y solvencia artística como el Sr. Burriel, tan ligado desde el principio a nuestra Hermandad, y prestigiado internacionalmente».
Es evidente que el autor de la primera maqueta para el paso era desconocido para el público general puesto que estaba empezando su trayectoria artística tras haberse formado en la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza. Pero en honor a la verdad, hay que reseñar que dicho artista acabaría desarrollando una amplia y reconocida carrera profesional. Y es que el escultor barbastrense Félix Enrique Pueyo Marco, nacido en 1914 y fallecido en 2012, fue el encargado de tallar numerosas y notables piezas de imaginería que todavía podemos contemplar en nuestra ciudad, con obras en la iglesia de San Juan de la Cruz de los Carmelitas Descalzos, en las Siervas de Jesús y en otras modernas parroquias de la ciudad como Nuestra Señora de Begoña, San Antonio de Padua o San José Artesano, destacando sobre todas ellas la del “Santo Cristo de la Buena Muerte” para la parroquia de San Valero, de la que era feligrés.
En los primeros meses de 1946, la comisión artística procedía a visitar a Félix Burriel quien estimaría «como un gran honor, que agradezco, el que la Cofradía se haya acordado de mi para tallar las figuras del nuevo Paso, y que con la cantidad presupuestada por la Cofradía, por mi amor a la misma y elevación espiritual del tema a desarrollar, me comprometo a tallar las tres figuras principales (Ntro. Señor Jesucristo crucificado, Santa María Virgen y San Juan) para que pueda salir la próxima Semana Santa de 1947».
Aprobada la propuesta en el Capítulo General del 7 de abril, se oficializó el contrato con el artista estableciendo que inicialmente realizaría el grupo escultórico de las tres principales figuras, Jesús en la cruz, la Virgen y San Juan, por un montante de 35.000 pesetas, «pues aunque no era remuneradora esa cifra, él está encariñado con la idea de tallar un Cristo Vivo que será su sueño de artista y recibirá culto de la Cofradía con la que está unido por lazos de afecto desde su fundación, como asesor artístico», decidiéndose también el «refundir las figuras correspondientes a las llamadas Tres Marías en una sola, representando a María Magdalena y quedando así en cuatro las tallas que formaban el boceto inicial que estaba compuesto al principio por seis personificaciones».
Poco a poco, Burriel iría trabajando en la hechura de las imágenes, advirtiendo el 20 de noviembre de 1946 que no se podía comprometer a tener tallado el Cristo para la próxima Semana Santa como estaba previsto, aunque si espera que esté para la Navidad de 1947 ya «que quiere hacer algo especial que destaque entre todos los demás que desfilan en la procesión del Santo Entierro, y esto requiere su tiempo». El 26 de abril de 1947, la comisión artística daría cuenta de su visita al estudio del escultor con el que se acordó el tamaño de las figuras así como posponer la talla de la imagen de María Magdalena. Y nueve meses después, en enero de 1948, las imágenes estarían ya prácticamente concluidas, si bien por la escasez de tiempo, la pintura de las tres tallas se realizaría de forma provisional al temple, emprendiendo el estofado definitivo una vez concluyese la Semana Santa.
Así llegaría el tan esperado día 22 de marzo de 1948 (Lunes Santo) en el que a las cinco de la tarde y en la casa-taller que Félix Burriel tenía en el número 1 de la plaza de San Lamberto, ante la presencia de mosén Francisco, la junta de gobierno en pleno y el párroco de la cercana Iglesia de Santiago, el Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Rigoberto Doménech y Valls procedería a su solemne bendición, participando días después las tres imágenes en nuestras procesiones del Viernes Santo.
Con todo, y pese al gran éxito de crítica y público cosechado con el paso, no finalizarían aquí los quebraderos de cabeza para la junta de gobierno de la Cofradía. A las dificultades para encontrar lugar donde exponerlo al culto durante todo el año, se unirían ciertas desavenencias con Burriel a la hora de emprender la realización de la imagen restante de “la Magdalena”, faltando todavía la policromía completa de las imágenes y la construcción de la greca. Labores que se acometerían en los próximos meses.
Asimismo, la determinación de la propiedad del nuevo paso también supondría diversas dificultades. Sabido es que las cofradías fundadas a partir de 1937 se hicieron cargo de los distintos pasos que conformaban la procesión del “Santo Entierro”, gentilmente cedidos en usufructo por la Hermandad de la Sangre de Cristo, si bien prontamente brotaría en el seno de estas nuevas cofradías y hermandades el deseo de poder tener sus propios pasos. Propósito que chocaría frontalmente con los intereses de la Hermandad, quizás por temor a perder el mando de la procesión de la tarde del Viernes Santo o por un exceso de celo ante una posible pérdida de la uniformidad en el estilo de los pasos (cf. Gracia Pastor, 2000). De este modo, en 1941 surgiría una tensa controversia a raíz de la intención, por parte de Dª Romana Mercier Landaida, de costear y donar a la Cofradía de Jesús Camino del Calvario el paso de “La Caída del Señor” que acabarían construyendo los talleres Castellanas, Serra i Casadevall de la localidad gerundense de Olot, pero que terminaría resolviéndose con la firma el 8 de octubre de 1942 de un documento por el cual la Hermandad recibía en donación el paso con la obligación de que éste fuera siempre portado por la citada Cofradía. Una situación que volvería a repetirse con nuestro nuevo paso, con cruce de misivas entre nuestro hermano mayor D. Jorge Emilio Lasala Liñán y el presidente de la Sangre de Cristo, D. José María García-Belenguer y García, en las que se cuestionaba la propiedad del paso, respondiéndose por nuestra parte que siempre nos atendríamos «a las indicaciones que para ello se digne a dar la Jerarquía Eclesiástica». Y así, tras varias gestiones, la jerarquía eclesiástica acabaría pronunciándose mediante oficio remitido por el palacio arzobispal, del que se daría lectura en junta de gobierno de 18 de mayo de 1948, resolviendo que el paso pasaría a ser «propiedad del Excmo. y Rvdmo. Sr. Arzobispo por donación de la Cofradía a su persona y que éste ha dispuesto lo tenga ella en usufructo».
III) La obra culmen de uno de los más insignes escultores aragoneses de todos los tiempos: Félix Burriel Marín

Nacido en la zaragozana calle de San Blas el día 2 de mayo de 1888, fue el segundo de los cuatro hijos que tuvieron el agricultor Gregorio Burriel Aramburo y Pabla María Martínez. Inconformista y aventurero, siendo apenas un adolescente abandonó la casa paterna con el deseo de ser torero, pero disuadido su sueño y tras acabar sus estudios de bachiller en el Colegio de las Escuelas Pías, pronto se volcaría en su otra gran pasión de la infancia: el arte.
De este modo, en 1899 ingresaría en la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza en la que permanecería durante cinco cursos académicos, contando con profesores tan prestigiosos como Timoteo Pamplona, Dionisio Lasuén y Carlos Palao. Y aunque en su época estudiantil había destacado sobremanera en el dibujo, continuaría su aprendizaje en el ámbito de la escultura, entrando como ayudante del valenciano Francisco de Borja. En este taller, que se encontraba situado en la plaza del Justicia haciendo esquina con la calle del Temple, coincidiría con otros noveles artistas que acabarían desarrollando una extraordinaria carrera artística como José Bueno Gimeno o Enrique Anel Muniesa, colaborando intensamente en el diseño y tallado de algunas de las obras más relevantes que le encargaban a su maestro, como ocurriría con el paso de “La Oración del Huerto” encargado por la Hermandad de la Sangre de Cristo.
Su espíritu perfeccionista y emprendedor le llevaría a participar en diferentes concursos, como el organizado por la Fundación Villahermosa-Guaquí en el que obtendría el primer premio de modelado, precisamente con el boceto de un paso procesional representando una de las caídas del Señor camino del Calvario inspirado en el famoso cuadro “El Pasmo de Sicilia” de Rafael (García de Paso Remón y Rincón García, 2011), y a seguir en constante formación, para lo cual abandonaría Zaragoza trasladándose a Madrid en donde cursaría varías asignaturas en las que obtendría altas calificaciones en la Escuela de Artes y Oficios de la capital de España, iniciando una nueva etapa laboral como discípulo de uno de sus profesores, el cordobés Mateo Inurria Lainosa.
A Zaragoza regresaría en 1918 con el firme propósito de iniciar su propia carrera profesional, lo que se hizo realidad con la apertura de su propio taller en una buhardilla del número 87 de la calle San Pablo. Una primera etapa laboral que estaría marcada por la escasez de encargos y en la que se dedicaría principalmente al retrato y a la preparación de obras que presentaría en exposiciones de la Asociación de Artistas Aragoneses, en las que obtendría el deseado éxito que le acabaría suponiendo su nombramiento como profesor meritorio de dibujo artístico en la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza, comenzando también a colaborar asiduamente con el eminente arquitecto Regino Borobio Ojeda. En 1926, le sería concedida una beca por parte de la Diputación Provincial de Zaragoza gracias a la cual, viajaría a Roma y París, marcando para siempre su obra al asistir a las prestigiosísimas academias parisinas Grande Chaumière y Julian, en las que entraría en contacto con artistas internacionalmente reconocidos como Paul Landowski, Antoine Bourdelle y Aristide Maillol. Años en los que Burriel tendría también que justificar su condición de pensionado, realizando envíos para la Diputación Provincial como el vaciado de la obra en yeso de un busto de Francisco de Goya y Lucientes, con motivo de la la celebración del primer centenario de la muerte del genial pintor de Fuendetodos, y de la que se harían tres copias: una para el Museo Provincial, conservándose actualmente en su patio central; otra que se instalaría a partir de 1947 en el llamado “Rincón de Goya”; y una tercera que se conserva en Madrid.
Además, también realizaría una serie de esculturas centradas en el desnudo femenino. Bautizadas con el nombre genérico de “Juventud”, en ellas experimentaría soluciones formales de diversa índole, abarcando desde la simplificación en el tratamiento de la anatomía y la plasmación de formas rígidas y geométricas hasta evolucionar consiguiendo unos minuciosos cuerpos, pudiéndose hallar algunas de las piezas más destacadas de esta etapa de madurez en “Juventud sentada”, realizada en yeso pintado en 1927 y que se encuentra dentro de la colección del Museo Provincial de Bellas Artes de Zaragoza; “Reflexión”, en la que queda patente la influencia del mediterraneísmo de Maillol con formas pletóricas, compactas y proporcionadas; y “Maternidad”, con la que obtiene una de las medallas de la Exposición Nacional de Bellas Artes celebrada en Madrid en el año 1941.
Tras la muerte de su madre en 1929 regresaría a Zaragoza, contrayendo nupcias ese mismo año con Ángela Rincón en la parroquial de San Felipe, retomando su colaboración con Regino Borobio para ocuparse de la ornamentación de inmuebles tales como las fachadas de los sitos en paseo de Pamplona nº 11 o en el paseo de la Independencia nº 14. Aunque sus principales trabajos dentro de la escultura urbana tendrían como destino edificios y monumentos de instituciones más relevantes de la ciudad. Así, en mármol labraría en 1931, la “Alegoría del paso por la vida” para la Caja de Previsión Social de Zaragoza (en la calle Joaquín Costa nº 1); el “Monumento a los escolares muertos por Dios y por España” ubicado inicialmente en la Ciudad Universitaria y actualmente en el Centro Regional de Mando del antiguo acuartelamiento de San Fernando de Torrero; o los relieves del pórtico del edificio de la Confederación Hidrográfica del Ebro realizados entre 1938 y 1942. Además, de forma independiente también sería contratado por la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja para coronar el edificio situado en paseo Sagasta nº 2 y Gran Vía 3, y que fuera proyectado por Teodoro Ríos. Con el nombre de “Monumento al Ahorro”, el grupo escultórico diseñado por Burriel sería fundido en bronce en los madrileños talleres Cappa.
La fama y el prestigio de Burriel irían incrementando progresivamente, al ser considerado como «el artista que representaba en Zaragoza la modernidad de la escultura» (Almería García, 1983). En 1935, ingresaría como Académico de Número en la Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis y, a mediados de los años cuarenta, trasladaría su taller a un moderno edificio precisamente diseñado por Regino Borobio y que servía tanto de estudio como de vivienda. En dicha casa-taller, ubicada en el número 1 de la plaza de San Lamberto, se formarían algunos de sus discípulos más destacados como Francisco Rallo Lahoz, Antonio Bueno Bueno o Manuel Arcón Pérez que pasarían a formar parte de su equipo habitual de colaboradores hasta que cada uno emprendiera sus propias trayectorias profesionales.
Gracias posiblemente también a la repercusión de su obra sobre Goya, otra faceta en la que obtendría Burriel diversidad de encargos sería en la realización de bustos con los que se homenajeaba a diversos personajes ilustres. Instituciones como la Universidad de Zaragoza o Heraldo de Aragón le contratarían el modelado de estas piezas que, posteriormente y tras ser fundidas en bronce, se colocaban sobre pedestales en diferentes enclaves. Así en 1928, modelaría el busto del dramaturgo y poeta Marcos Zapata Mañas, que sería colocado en la plaza de Aragón, lugar para el que años después, en 1944, también realizaría el busto del abogado y escritor Julio Monreal y Ximénez de Embún; en 1933, haría los bustos del pedagogo y logopeda Juan Pablo Bonet para Torres de Berrellén, y el del filólogo Domingo Miral y López para la Residencia Universitaria de Jaca; y entre 1946 y 1947, para la Facultad de Filosofía y Letras, los bustos del arabista Miguel Asín y Palacios y del historiador Eduardo Ibarra y Rodríguez. A estos bustos, hay que unir otros retratos en relieve como el que figura en la lápida del catedrático y periodista Inocencio Jiménez Vicente o los de los historiadores Manuel Serrano Sanz y Andrés Giménez Soler.
Hombre de profundas y particulares convicciones religiosas, Félix Burriel también realizó una variopinta producción de obras para entidades eclesiásticas y asociaciones de fieles. De esta temática destacan la imagen de la “Inmaculada Concepción” tallada en 1931 para la capilla de la Santa y Hermandad de Nuestra Señora del Refugio y Piedad de Zaragoza; la imagen titular de “Cristo Rey”, en 1939, para de la parroquia zaragozana del barrio de Las Fuentes; la gigantesca imagen del “Sagrado Corazón” realizada en piedra de Alicante para el pórtico de la iglesia del mismo nombre regentada por los padres jesuitas y ubicada en la actual plaza de san Pedro Nolasco (actual sede de la exposición permanente de los faroles del Rosario de Cristal); o la imagen de “San Vicente de Paúl” encargada en 1953 por el Excmo. Cabildo Metropolitano de Zaragoza para coronar, junto a otras imágenes de santos aragoneses, la fachada principal de la Catedral-Basílica de Nuestra Señora del Pilar.
A este importante catálogo de piezas hay que añadir dos curiosas obras y prácticamente desconocidas, hasta que una de ellas fue dada a conocer como pieza destacada de la exposición «Speculum. María, espejo de la fe» celebrada en el año 2013 en el Alma Mater Museum. Se trata de las dos copias exactas que realizó de la imagen de Nuestra Señora del Pilar a petición del Cabildo Metropolitano. La primera de ellas, realizada en 1936 fue a parar a la ermita de la Virgen del Pilar en la localidad bajoaragonesa de Calanda, mientras que la segunda estuvo, nada más y nada menos, que colocada sobre la Sagrada Columna de la Santa y Angélica Capilla sustituyendo a la original (en la única ocasión que esta circunstancia se ha producido) con el fin de protegerla durante el final de la Guerra Civil.
Y, además de nuestra “Tercera Palabra” (de la que se está rindiendo cuenta en esta página), por encargo de José Ester Lluch en 1949 también realizaría otro paso de Semana Santa, el de “La Oración del Huerto” para la localidad zaragozana de Zuera. Bohemio y de un carácter arisco y agrio, que ciertamente hacía que su círculo de amistades fuera muy reducido, en 1962 sufriría un gravísimo accidente de circulación que acabará cerrando su trayectoria profesional limitándose, desde entonces y hasta su muerte acontecida en Zaragoza en fecha 10 de noviembre de 1976, a realizar alguna pequeña obra realizada solamente por disfrute personal.
IV) Una ejecución exquisita que refleja el espíritu perfeccionista del autor y de su fiel equipo de colaboradores

Desde un primer momento, Félix Burriel pondría todo de su parte para que las imágenes que iban a conformar el paso de “La Tercera Palabra” no fueran solamente dignas sino que pudieran destacar entre el patrimonio semanasantístico zaragozano. De hecho, el mismo autor reconocería que ésta sería «la obra cumbre de mi vida, la obra de mi mayor ilusión en que he puesto toda mi inspiración y mi técnica de artista, con mi devoción y cariño de creyente».
Como es sabido, la Cofradía ya contaba con un boceto del paso presentado por Enrique Pueyo y que constaba de seis figuras, procediendo Burriel a la recomposición del mismo, proyectando refundir las figuras de las tres Marías en una sola (en la de santa María Magdalena), si bien finalmente ésta quedaría sin tallar al no poderse «llegar a un acuerdo por pedir la exagerada cifra de 35.000 pesetas» que solicitaba el escultor acordándose, como refleja el acta de la junta celebrada el 6 de mayo de 1945, dejar «en suspenso por ahora este proyecto».
El grupo escultórico que finalmente tallara Burriel, está compuesto por tres imágenes, presentando a Cristo clavado en la Cruz mirando a su Madre, que se sitúa bajo la Cruz deshecha por el dolor y mirando, con las manos juntas, a su Hijo. Al otro lado, también al pie de la Cruz, aparece san Juan evangelista, que mira y escucha al Redentor.
La imagen de Cristo está tallada en madera de ciprés procedente de un viejo molino de aceite, teniendo una altura de 1,74 metros y representando a un hombre joven desplomado en la cruz, con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo. Debido a la dificultad que presentaba su hechura, Burriel se sirvió de un modelo natural durante cuatro meses, llamando la atención el hieratismo que imprime a la figura que contrasta con el perfecto estudio anatómico de su constitución (cf. Ara Fernández, 2008).
Las figuras de la Virgen y de san Juan fueron talladas directamente en madera de pino de Flandes, excepto las cabezas y las manos en las que se empleó madera de ciprés, poseyendo ambas una altura de 1,60 metros. Como se decía, la de la Virgen se presenta de pie y con las manos unidas con el rostro compungido por el dolor manifestado su sufrimiento, aunque sin patetismo, dirigiendo su vista hacia su Hijo. Por su parte, y al otro lado de la cruz, san Juan se encuentra igualmente de pie, con un rostro que idealiza la belleza del apóstol, dirigiendo también su mirada al Crucificado y levantando su mano derecha. El geométrico plegado de los paños así como la simplificación volumétrica y el hieratismo con el que quedan impregnadas las imágenes, son características identificativas de la época de mayor madurez del autor reflejando también claramente la influencia que ejercerá sobre sus obras la escultura noucentista del francés Aristide Maillol con el que coincidiría en su viaje becado a París (cf. Lacarta Aparicio et al. 2010).
Para su presentación y primera salida procesional en la mañana del Viernes Santo de 1948, las imágenes fueron policromadas provisionalmente al temple para, una vez acabada la Semana Santa, dejar depositados en la iglesia de Santiago tanto el Cristo como la carroza temporal construida, siendo las otras dos imágenes «llevadas a casa del pintor».
Este último dato que proporciona el libro de actas de la Cofradía, deja constancia del modo de trabajar habitual de Burriel, siendo él quien procedía al bocetado y posterior tallado de las esculturas encargándose sus aprendices (o incluso otros talleres) de efectuar los vaciados en yeso o en bronce, así como de proceder a la policromía o al dorado de sus obras. Consecuentemente, se puede concluir que tanto la policromía como el estofado de las imágenes de nuestro paso son obra de Manuel Garcés, habitual colaborador de Burriel (y que, posteriormente, también lo fue de Manuel Arcón Pérez) quien aplicaría otra capa de imprimación sobre la policromía marrón, procediendo a ejecutar las carnaciones de caras, manos y pies en un tono oscuro muy característico en las policromías de la época, aplicando en los ropajes colores dorados y verdes con motivos florales realizados bajo la técnica del estofado. Esta técnica, cuya etimología procede de la palabra italiana stoffa, que puede traducirse como «tela gruesa», surgiría en el siglo XV, consistiendo en estucar la madera, dorarla (por ejemplo, con pan de oro) para, posteriormente, pulimentarla, cubrirla de color y después, con la punta del grafio, rayar en parte la pintura por líneas y superficies para dejar la capa de oro a la vista, formando dibujos (generalmente con forma de hojas y flores), lo que permite crear una bella y original textura visual a manera de bordado (cf. Gañán Medina, 1999).
Asimismo, la Cofradía emprendería también la construcción de la carroza y la greca definitiva. Inicialmente, en octubre de 1946 se había destinado una partida presupuestaria de 1.000 pesetas para la adquisición de las ruedas y el chasis, acordado con Enrique Pueyo la construcción de la greca escultórica. Sin embargo, y tras la designación de Félix Burriel como autor de las imágenes del paso, finalmente también se encargaría este trabajo al mismo escultor.
Después de salir en la procesión del año 1948 solo con la plataforma sin ornamentación escultórica, en los meses siguientes se procedería al tallado de la greca con arreglo a un presupuesto de 8.000 pesetas, aunque los trabajos no pudieron estar concluidos para la Semana Santa de 1949 al faltar todavía tanto el dorado como el grabado del emblema en las cartelas reservadas, por lo que se procedió nuevamente a una solución temporal pintando la greca en purpurina, prosiguiendo los trabajos una vez pasado el Viernes Santo.
Tras estimar el alargamiento de la carroza 45 centímetros, que permitiesen dotar de más espacio a las imágenes, Burriel concluiría el magnífico tallado de la greca dorándose con pan de oro de 1ª Ley. Por su parte, la recreación del monte Calvario sobre el que se coloca la cruz, fue realizada por José Lorenz Huche, carpintero con taller en el camino de la Mosquetera número 10 y que, principalmente, efectuaba trabajos para la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja.
Posteriormente, en 1953 se colocarían en la carroza «unas barras metálicas, para que los hermanos encargados de la conducción del paso lo hagan con mayor comodidad», si bien el conjunta todavía se encontraba inconcluso al no haberse encontrado solución al sistema de iluminación. Descartados unos primeros faroles solicitados a una empresa de Valencia, por su alto coste, no sería hasta 1965 cuando bajo las ideas del propio Félix Burriel, los talleres de Rogelio Quintana construyesen en bronce cuatro bellísimos faroles para colocarlos en cada una de las esquinas.
Habiendo sufrido daños a lo largo de su historia, debiendo realizar distintas actuaciones tanto sobre algunos elementos de las imágenes por Francisco Rallo en 1980 y otras restauraciones sobre las mismas en 1998 financiadas por la Diputación Provincial de Zaragoza, así como otros trabajos para la adecuación de los ejes, ruedas y otros componentes de la carroza, finalmente, la junta de gobierno (tras recibir la pertinente aprobación capitular) acometería a partir de 2015 la restauración integral del paso. Así, el Servicio Aragonés de Conservación y Restauración de Obras de Arte (Sacroa S.C.) procedió al tratamiento y restauración de las tres imágenes y de la greca. También se sustituyó la cruz procesional del Cristo por una reproducción idéntica a la original realizada por el taller de ebanistería Arcasa con sede en La Puebla de Alfindén. Se restauraron y doraron los faroles por Lámparas Jaca. Y varios hermanos de la Cofradía se encargaron altruistamente de efectuar otra serie de trabajos abarcando desde la implementación de un sistema propio para el mecanismo que permite elevar y descender la cruz, el acoplamiento de unos guardabarros para las ruedas, el pintado de toda la estructura metálica, la reparación de los soportes de los amplificadores y las baterías, la reinstalación y modernización de todo el sistema eléctrico (megafonía, faroles, iluminación e iluminación interior) y la limpieza de todo el monte que fomentaba la cría de termitas hongos y ácaros diversos. Una reforma integral que seguiría ejecutándose en los años siguientes procediendo a sustituir las barras de latón frontal y trasera por otras más consistentes, añadiendo una lanza de guía en latón repujado y plateado en la parte delantera para el hermano cabecero, o confeccionando por el Grupo de Costura unos nuevos faldones, concluyéndose todo el proceso en el año 2020 con los últimos trabajos de acondicionamiento efectuados en los talleres Artesanías del Dorado de la localidad ciudadrealeña de Almagro.
V) Una obra de arte, digna de ser expuesta en las principales salas y museos de Zaragoza

Desde antes incluso de su propia bendición, las imágenes talladas por Félix Burriel causaron gran admiración, recibiendo multitud de parabienes, como los que le dedicó el canónigo Leandro Aína Naval quién, en un artículo publicado el 17 de marzo de 1948 en el diario El Noticiero, calificaría las piezas como «magníficas tallas de gran valor artístico y religioso».
En octubre de 1949 y contando con el beneplácito de la Cofradía, Burriel decidiría presentar sus imágenes de María y san Juan al «VII Salón de Artistas Aragoneses», un evento instaurado en el año 1943 por la Comisión Permanente del Ayuntamiento tras la iniciativa presentada por el concejal y gran coleccionista de arte Arturo Guillén Urzáiz, y que se celebraría anualmente hasta 1955 en La Lonja coincidiendo con las Fiestas del Pilar con secciones de pintura, escultura, grabado y dibujo y artes decorativas. Expuestas y evaluadas las obras, el jurado concedería por unanimidad la “Medalla de Honor de la sección de escultura” a Burriel por estas «figuras bien concebidas y mejor ejecutadas animadas por una fastuosa policromía que responde al mejor concepto de la imaginería española».
No sería la única ocasión en la que el paso completo, sus imágenes o sus bocetos han visitado este emblemático edificio construido por orden del arzobispo Don Hernando de Aragón y que puede considerarse como el «monumento cumbre del renacimiento aragonés» (Torralba Soriano, 1977). Elevado a partir de 1541 como espacio reservado para mercaderes y comerciantes, a lo largo de los siglos tuvo variopintos usos (banco, corral de representaciones teatrales o almacén) hasta que se le otorgó un uso más glamuroso como lugar de celebración de recepciones, fiestas, actos culturales y, especialmente, exposiciones artísticas.
Así, en 1982 y durante las dos semanas precedentes al Domingo de Ramos, el paso completo estuvo expuesto, junto a los de las demás cofradías, en la exposición titulada «Arte en Semana Santa» organizada por la Junta Coordinadora y el Excmo. Ayuntamiento de la ciudad, y con la que, por fin, se reconocía el valor artístico del patrimonio procesional de las cofradías y hermandades zaragozanas. Una exposición que cosecharía tal éxito, que tendría su secuela tres años después, del 25 de marzo al 8 de abril de 1985, con la exposición «Las Cofradías y la Semana Santa», mostrándose en esta ocasión los bocetos del paso, tanto el de yeso estofado con figuras de una altura aproximada de 35 centímetros y que se reconvirtió en capilla domiciliaria, como el de yeso en su color sin policromar, con figuras de un metro.
Durante el periodo entre ambas exposiciones, nuevamente las imágenes de la Virgen y de san Juan, habían retornado al suntuoso espacio para participar desde el 6 al 28 de octubre de 1984 en la «Exposición antológica de los escultores aragoneses: José Bueno (1884-1957) y Félix Burriel (1888-1976)».
Y nuevamente, la imagen de María, regresaría a La Lonja en 1991 para participar en la que hasta ese momento fue la mayor muestra de arte religioso celebrada en Zaragoza. Esta magna exposición se celebraría desde el 5 de octubre de 1991 hasta el 6 de enero de 1992 bajo el título «El Espejo de nuestra Historia: la Diócesis a través de los siglos», teniendo por comisarios al tándem formado por Domingo J. Buesa Conde y Pablo J. Rico Lacasa, contando con 523 obras datadas entre los siglos IV y XX entre las que se encontraban materiales arqueológicos, documentos históricos, orfebrería, tapices, pinturas y esculturas, todas ellas pertenecientes a la Archidiócesis de Zaragoza. Desarrollada en tres sedes distintas, el palacio arzobispal, la iglesia de San Juan de los Panetes y la Lonja, esta última estaría dedicada a la «imagen y a las imágenes», exponiéndose obras tan valiosas como el Santísimo Ecce Homo de la parroquia de San Felipe o, como se decía anteriormente, nuestra imagen mariana del paso de “La Tercera Palabra”, reconociéndose así como una de las piezas más destacadas del arte sacro zaragozano del siglo XX.
La última vez que las imágenes de nuestro paso titular serían expuestas en el incomparable marco de La Lonja fue con ocasión de la celebración del «V Congreso Nacional de Cofradías de Semana Santa» que se celebraría en nuestra ciudad en febrero del año 2006. Bajo el lema «María, en el Misterio de la Pasión», fue organizada por la Junta Coordinadora de Cofradías en colaboración del Ayuntamiento de Zaragoza y el patrocinio de iberCaja, designándose como comisario a Wifredo Rincón García. En la misma se presentaron casi un centenar de piezas (pinturas, retablos, orfebrería y, principalmente, las imágenes y pasos de misterio completos en los que aparece María), procedentes tanto de instituciones y cofradías como de colecciones particulares, que recogían la iconografía dolorosa de la Virgen, desde la profecía de Simeón hasta las escenas del Calvario y de la posterior sepultura de Cristo muerto en el sepulcro.
Otro evento cofrade, aunque esta vez celebrado en septiembre de 1998, permitió que nuestras imágenes fueran contempladas por cofrades de toda España. Y es que en el marco de la celebración del «XI Encuentro Nacional de Cofradías y Hermandades de la Semana Santa» organizado en nuestra ciudad por la Cofradía del Señor Atado a la Columna, se habilitaría durante unos días la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal para exponer los pasos titulares de todas las cofradías zaragozanas. Curiosamente y con el fin de ganar espacio, nuestras imágenes permanecerían en su propio retablo, sin llegar a montarse en la carroza, como si ocurriría con la práctica totalidad de pasos participantes. Una ubicación en la que también se pueden contemplar nuestras imágenes durante el desarrollo de la llamada «Ruta Cofrade» que Junta Coordinadora y Zaragoza Turismo organizan los sábados de Cuaresma desde el año 2010 y en la que se visitan las principales iglesias del centro de la ciudad en la que se exponen al culto imágenes de nuestra Semana Santa.
Cuando si fue montado el paso completamente y expuesto en el interior de la Iglesia de San Cayetano, fue durante el desarrollo de la muestra «75 años de historia», organizada del 11 al 22 de marzo con motivo de la celebración del 75º aniversario fundacional tanto de nuestra Cofradía como de la Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén y la Cofradía del Descendimiento de la Cruz y Lágrimas de Nuestra Señora. Y en las exposiciones conmemorativas de nuestros aniversarios fundacionales, nunca han faltado referencias al paso de la Tercera. Así, la imagen de san Juan presidiría la exposición organizada en 1964 en la planta baja de la Casa de Acción Católica con motivo las «Bodas de Plata» de la fundación de la Cofradía. Los citados anteriormente bocetos y maquetas del paso tampoco faltarían a su cita tanto en la exposición «50 años del Tambor en Zaragoza», celebrada del 9 al 19 de marzo de 1989 en el Palacio Provincial con motivo del Cincuentenario; como en la semejante organizada veinticinco años después, del 7 al 27 de febrero de 2014, en el Centro Joaquín Roncal bajo el título «75 Aniversario de la Cofradía de las Siete Palabras y del Tambor en Zaragoza».
El último espacio expositivo en el que han participado algunas de las imágenes del paso ha sido el Alma Mater Museum. Así en 2020, la imagen de la Virgen estuvo presente en la sala 10 dedicada al «Dolor de la Virgen como Madre de Cristo» de la llamada «Ruta de la Pasión», una muestra que inaugurada el 27 de febrero iba a desarrollarse durante la Cuaresma pero que tuvo que prolongarse hasta el 30 de agosto por el estado de alarma y las restricciones gubernamentales para contener la pandemia de coronavirus. Pandemia que también marcaría decisivamente la Semana Santa de 2021 y, con ella, la creación de iniciativas que pudieran facilitar de una forma segura y organizada la contemplación de las imágenes de cofradías y hermandades. De este modo, el propio museo diocesano en colaboración con Zaragoza Turismo, la Junta de Cofradías de Zaragoza y la A.C. Terceroles, organizaron la exposición «Como si presente me hallase» en la que se recrearían cuatro grandes escenas de la Pasión de Cristo con el objetivo de convertir al espectador en un personaje más, haciéndole partícipe a través de los sentidos, siguiendo el planteamiento ignaciano de composición de lugar. De esta forma, varias de las imágenes de nuestro patrimonio fueron seleccionadas para componer las escenas del Calvario y de la Resurrección, siendo la imagen de san Juan la que situó a los pies de Cristo crucificado en el Gólgota, siendo éste precisamente el Santísimo Cristo de la Expiración en el Misterio de la Séptima Palabra.
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