En la cultura de nuestra tierra, brotando de su propia naturaleza y de la reciedumbre con que vivimos, los sonidos musicales durante la celebración de la Semana Santa tienen una nota, una huella, una marca diferencial que le es propia. Pese a que todos los cristianos del mundo conmemoran y sienten por igual la muerte de Jesucristo, cada uno expresa el dolor a su manera. Y en Aragón, desde la Sierra de Albarracín, Teruel y Javalambre hasta la Jacetania, desde el Moncayo hasta Matarraña, el toque de los instrumentos de percusión es la impronta.
- I) El origen de la percusión en las celebraciones pasionistas de carácter popular
- II) Importando los sonidos característicos del Bajo Aragón para ser la “Cofradía de los Tambores”
- III) Instrumentos para evangelizar y solidarizarse con los demás
- IV) Seña identitaria e inconfundible de nuestra Cofradía allá por donde vaya
- V) La organización de la Sección de Instrumentos
- VI) El “Piquete de Honor” de la Cofradía
- VII) Los Ensayos, preparando todo al milímetro para que la procesión sea perfecta
- Referencias Bibliográficas
I) El origen de la percusión en las celebraciones pasionistas de carácter popular

El relato más legendario que refiere el origen de la percusión se encuentra en los escritos del calandino José Repollés Aguilar, cuya hipótesis indemostrable, fijaba su atención en el siglo XII en un contexto de enfrentamiento entre la cultura cristiana y la musulmana. El autor cuenta dos tradiciones conocidas con el nombre de Teoría de los Pastores y Castilletes recogida posteriormente en los estudios publicados por Segura Rodríguez (1987) y Sánchez Sanz (1991).
Refiere la tradición que un día de primavera del año 1127, mientras los escasos cristianos viejos que por entonces había en Calanda, celebraban fervorosos la Semana Santa, la agreste morisca, dueña y señora de la zona del Maestrazgo, se lanzó en numerosa algarada en dirección a Calanda, siguiendo la ribera izquierda del Guadalope. Más de un pastor que entonces se hallaba con su ganado en la parte alta de la ladera del monte Tolocha, que da a la Val de Foz, al ver la polvareda, cada vez más cercana, que levantaba la cabalgada de los moriscos, empezó a aporrear el tambor que llevaba con todas sus fuerzas. Otro pastor oyó este aviso de peligro. Y tal como estaba convenido de antemano, hizo sonar también su tambor, aviso que fue repetido hasta llegar a oídos de las gentes calandinas que rápidamente dejaron sus prácticas religiosas de Semana Santa y corrieron a refugiarse en lugar seguro.
Gracias a este encadenado sonido de tambores, los enardecidos y ambiciosos jinetes musulmanes no pudieron saquear la ciudad, puesto que cuando llegaron a las puertas de Calanda, todo lo que podría serles de interés como botín (incluidas las personas), se hallaban a buen recaudo en el interior de la inexpugnable fortaleza. Después de fracasada la razzia, los pastores de Calanda, cada año al llegar la Semana Santa, se reunían en las afueras de la población y, alegremente, con el mayor entusiasmo pasaban varias horas aporreando el parche de sus respectivos tambores, como si anunciaran una nueva algarada.
Otras hipótesis conocidas, atribuyen a la tradición de los tambores un origen más antropológico puesto que la costumbre de hacer ruido está relacionada con el deseo de alejar el mal en cualquiera de sus vertientes: espíritus malignos, desgracias, plagas; se trata, en definitiva, de ahuyentar el miedo. El hombre, sujeto a la acción de fuerzas descomunales, siente que debe actuar para conjurar las adversidades; expuesto a las malas cosechas, a la enfermedad o a las calamidades, en lugar de resignarse crea procedimientos para atraer la buena fortuna y eludir los infortunios futuros. Y en este contexto, el tránsito entre el invierno y la primavera, en el que se sitúa la Semana Santa, sería el fin del letargo de muchos animales y también de los muertos, que estarían tentados de volver al mundo de los vivos (cf. Sáenz Guallar, 2005). Teorías que encuentran su vertiente más naturalista en los estudios realizados por Ortiz-Osés en donde señala que «el bombo representaría el elemento fuerte, duro o patriarcal-masculino, y los tambores el elemento suave o femenino de la voz cantábile. Y bien, esa parece ser la interpretación primera o superficial de un diálogo entre el bombo sordo y el tambor cantaril. En su segunda consideración antropológica ello no parece responder a la verdad arcaica: en efecto, en las viejas tradiciones agrícolas lo elemental o profundo está simbolizado por el elemento ctónico, telúrico o terráceo, o sea por lo matriarcal-femenino como mater-materia de la vida, mientras que lo superficial o aéreo está representado por lo patriarcal masculino: de acuerdo con este segundo esquematismo simbólico, el bombo podría significar muy bien arcaicamente la voz de la madre-naturaleza mientras que el tambor, la atenorada voz del hombre como epifenómeno superficial, Se trataría entonces del diálogo entre las fuerzas elementales de la natura, simbolizadas por el bombo, y el logos formalizador masculino» (Ortíz Osés, 1993).
Relación con la naturaleza que tiene su dilucidación más cristianizada, y también más extendida, con la explicación aportada a principios del siglo XX por el párroco calandino mosén Vicente Allanegui y Lusarreta, en donde el uso de la percusión en la Semana Santa simboliza el duelo impresionante de la naturaleza ante la muerte de Cristo, anunciándola así a la población e imitando, mediante su sonido, los fenómenos de la naturaleza acaecidos según la descripción del evangelio de Mateo:
«Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se resquebrajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que él resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: Verdaderamente este era Hijo de Dios».
Del evangelio de san Mateo (Mt 27, 51-54)
Motivación que trataría de refrendar Eduardo Jesús Taboada Cabañero cuando se ocupó de la Semana Santa de Alcañiz en su libro «Mesa revuelta». Así, y basándose en las referencias escritas de mosén Juan Oliver en el libro de la Cofradía del Santo Entierro, indicaba que el origen de los toques de tambor con ánimo de hacer ruido se debe a la propuesta que fray Mateo Pestel hizo para introducirlos en una procesión que creó en 1678 con el nombre de El Pregón, pues el fin de ella era publicar la muerte de Jesús disponiendo para ello, tras los sacerdotes y mayordomos, seis nazarenos con doblera con objeto de «representar al vivo los trastornos de la naturaleza, la conmoción, el terremoto de nuestro globo» que «por ser más cómodo en su manejo, pronto se cambiaron por tambores destemplados, aumentando su número hasta doce», añadiendo «que debía ser tan del agrado de los cofrades el provocar ruido que surgirían por conducir las cajas muchas etiquetas y disgustos, y a esto se atribuye el que la hermandad se desentendiese de túnicas y tambores, acordando admitir en la procesión cuantas personas acudiesen en esa forma» (Taboada Cabañero, 1898).
Una teoría que enraizaría directamente los tambores con la simbología del ruido en el llamado Oficio de Tinieblas que se celebraba por la tarde a partir del Miércoles Santo, y que fue perdiéndose con la reforma litúrgica introducida por Pío XII en 1956. Conocido popularmente así porque la iglesia en donde se celebraba acababa a oscuras después de haber ido apagando las velas del gran candelabro de quince brazos llamado tenebrario, terminado el Miserere, el clero y todos los feligreses provocaban un gran estruendo en el templo con sus carracas, matracas y, en realidad, con cualquier instrumento u objeto susceptible de emitir cualquier tipo de ruido con el fin de emular las convulsiones y trastornos naturales descritos anteriormente que sobrevinieron al morir el Salvador (cf. Aldázabal y Murguía, 1998).
Estrépito que cesaba drásticamente al aparecer la luz del cirio oculto detrás del altar, pero que tenía su prolongación durante el Jueves y Viernes Santo cuando ya en la calle, especialmente los niños, hacían sonar fuertemente los instrumentos anteriormente citados «para significar con sus sonidos la intencionalidad de matar judíos, y de que no se aproximasen so pena de exterminio, por su culpabilidad de haber matado al Inocente». Así lo atestiguan vetustas tradiciones de diferentes puntos de la geografía aragonesa como en Uncastillo, donde se iba al llamado puente de los judíos. En Mazaleón, dos niños eran cubiertos con grandes piedras en el llamado Forat de les Matraques, debiéndose librarse de ellas, y cuando lo conseguían, todos los niños del pueblo hacían sonar sus matracas. E incluso en Zaragoza, donde los chiquillos se acercaban hasta la Iglesia de San Cayetano para hacer sonar sus carracas delante de la Guardia romana (cf. López Calvera, 1997).
Precisamente, el papel desempeñado por los judíos en la Pasión y Muerte de Jesucristo enarbola una última teoría, que apunta directamente a otras localidades como Baena, Cabra o Mula en donde quienes tocan el tambor reciben el nombre de judíos, constituyéndose en grupos o turbas cuyo papel en las procesiones es el de mofarse y burlarse del sufrimiento de Jesucristo con tambores o también con clarines o grandes trompetas como en Cuenca, Murcia o Cartagena. Por tanto, en este mismo sentido, se podría pensar que los percusionistas de Alcañiz e Hijar, que en su día fueron importantes focos de la cultura sefardí al estar dichas localidades inmersas en la llamada ruta del Talmud, no hacen sino interpretar el papel de judíos dentro de la gran representación de la Semana Santa. En cualquier caso, «resulta banal discutir cuando se originan. Que remeden el fragor de la naturaleza quebrada por la muerte, los cielos ennegrecidos, tumbas que devuelven sus muertos o velos del templo que se rompen o que multipliquen los escasos toques que, no antes del siglo XVII y documentados en el XVIII, acompasaron con los parches flojos y cubiertos de crespones, como en los desfiles militares, no importa que la costumbre sea centenaria o milenaria porque el pueblo no entiende de temporalidades y para el todo es de tiempo inmemorial. Con nada se ganará ni perderá con ser cosa de un par de cientos de años o de la eternidad» (Beltrán Martínez, 2000).
II) Importando los sonidos característicos del Bajo Aragón para ser la “Cofradía de los Tambores”
Oriundo de Torrecilla de Alcañiz, nuestro fundador mosén Francisco Izquierdo Molins puso un grandísimo interés en que la inmemorial tradición bajoaragonesa de tocar el tambor durante las procesiones de Semana Santa, se incorporase como elemento fundamental, identitario y masivo a las filas de hermanos de la recién creada Cofradía.
Consiguientemente, y con la misión de exaltar la Cofradía y convocar a los fieles para la predicación de las Siete Palabras, en la primera salida procesional de la Cofradía se tuvo el deseo de que sonasen un grupo de tambores, si bien y debido a la premura de tiempo (recordemos que la fundación se produce el 15 de febrero y la primera procesión fue el 22 de marzo), no pudo organizarse una banda propia teniéndose que recurrir a la pragmática solución de contar con miembros de la banda del Regimiento de Infantería nº. 52, creado por decreto de 24 de julio de 1939, a la sazón de guarnición en Zaragoza (y que solo mantuvo su actividad hasta 1944 cuando pasó a integrarse dentro de la Agrupación de Montaña nº. 5).
De este modo, la procesión de la mañana del Viernes Santo de 1940 contó con la participación de doce tambores y un cornetín de órdenes, ataviados con tercerol negro con objeto de diferenciarse de aquellos otros asistentes a la procesión que si eran hermanos y que vistieron capirote verde, formando de tres en fondo al principio de la comitiva y tocando unas marchas que, lógica e indudablemente, fueron las que habitualmente el ejército utilizaba para acompasar el paso lento de los piquetes de soldados que daban escolta a los desfiles procesionales.
Resuelto de esta forma provisional el problema ocasionado por la falta de tambores propios, se procedió activamente durante el resto del año y el siguiente 1941, a la organización definitiva de la Sección de Tambores, que efectivamente nacería entonces dado el notable aumento de nuevos hermanos, entre los que ingresaron bastantes que sabían tocar ese instrumento o deseaban aprender a hacerlo.
Para afrontar con garantías el ambicioso y pionero proyecto, la junta de gobierno encabezada por Emilio Lasala Liñán no dudó en delegar en la persona de Mariano Bíu Aína, hombre de la máxima confianza de mosén Francisco, presidente de la Juventud Masculina de Acción Católica, fundador de la Cofradía (posteriormente, Hermano Mayor y Hermano Mayor de Honor) y gran especialista en materia musical, pues no obstante regentaba un prestigioso y céntrico establecimiento comercial de instrumentos y accesorios musicales. Gracias a él, la Cofradía no solo pudo adquirir los primeros veinte tambores con que contó en propiedad, más sus correspondientes bandoleras y galas, sino que además también conseguiría uno de los primeros sitios para ensayar al ceder uno de sus almacenes. Por otra parte, y para formar a los noveles percusionistas, se contaría con la especialísima y extraordinaria colaboración de algunos de los mejores tamborineros (con “n”, que es como se hacen llamar en el Bajo Aragón a quienes tocan el tambor serio, el del redoble, el semanasantista) que acudirían a los ensayos programados para impartir sus magistrales lecciones prácticas, transmitiendo sus conocimientos con los que depurar la técnica y enseñando algunos de los toques y marchas que compondrían el incipiente repertorio. Sus nombres, grabados con letras de oro no solo en nuestra Cofradía sino en la historia del tambor aragonés, serían el alcañizano José Alejos Salvo el Pepinero; y el calandino Antonio Herrero el Confitero.
José Alejos Salvo, natural de Alcañiz, empezó a tocar el tambor nada más nacer al pertenecer a una de las familias con mayor tradición en el arte de tocar el tambor de toda la región, la que precisamente le da su sobrenombre, la de los Pepineros. Miembro de la Cofradía del Nazareno de su localidad natal, en ella fue durante años el cabo de tambores, es decir, el responsable de marcar las marchas y de rufar o hacer los repiqueteos improvisados. En el tiempo libre que le dejaba su trabajo en la empresa “Cañada” de arcilla refractaria, además de ser también un reputado y prolífico fabricante de instrumentos, era batería de una orquesta de baile y compañero infatigable de Noel Vallés en uno de los dúos más relevantes del folclore aragonés, los «Dulzaineros de Alcañiz».
Hablar por tanto del Pepinero es hacerlo no sólo de un tocador de tambor sino de toda una institución, un «virtuoso del instrumento», como diría el etnógrafo italiano Goffredo Plastino. Tanto es así que se rumorea que él es el protagonista del famoso “Monumento al Tambor” que realizara el escultor turolense José Gonzalvo y que se encuentra a orillas de la Estaca. Un auténtico maestro de maestros, puesto que entre muchos de sus discípulos que aprendieron a tocar el tambor con él, algunos llegarían a convertirse en los mejores tocadores de la región, tal como Emilio Bronch o Manuel Ramón Solá Romeo. Pues bien, estando El Pepinero haciendo su largo servicio militar en Zaragoza, tras haber servido ya en la Guerra Civil, contactaría con él Mariano Bíu para que durante los días previos a la Semana Santa, y en unos sótanos de la antigua facultad de Veterinaria situada por entonces a escasos metros de la puerta del Carmen, se reuniera con los primeros diecinueve hermanos que formarían la Sección de Tambores de la Cofradía, para que les enseñara las técnicas más básicas y les diese a conocer algunas de las marchas más populares de cuántas se interpretaban en Alcañiz, las cuales acabarían siendo las que sonarían durante el Viernes Santo de 1941. Incluso, en previsión de que la banda no estuviera suficientemente preparada para el día señalado, el propio Bíu encargaría un hábito completo de la Cofradía para que el maestro alcañizano pudiera salir en nuestra procesión, si bien finalmente no fue necesario, amén de que tampoco estaba disponible al ser requerido por un mando del Ejército para que regresara de inmediato a la localidad bajoaragonesa para que tocase durante esa Semana Santa (cf. García Latas, 1997).
El otro gran maestro que contribuyó de manera trascendente a la formación de nuestra banda de tambores, fue el calandino Antonio Herrero conocido por el sobrenombre de El Confitero, por poseer una tienda de tal dulce oficio. Miembro del linaje de los Damianes, al que pertenecieron otros grandes tamborineros como Isidro Escuín el Rabalera, está considerado como un auténtico mito del tambor, portentoso y elegante, con un personal estilo diferenciado por su distinguido pose con la cabeza bien ladeada y por la finura con la que cogía los palillos. Su reputación y prestigio le llevaron a que, durante años, fue la persona elegida para rezar la oración del final de los redobles, encargándose también de cantar el pregón de la procesión. La leyenda de su figura fue tan inmensa que incluso se cuenta, a modo de epopeya, que «cuando hizo el servicio militar en Zaragoza estuvo redoblando en el desfile del Corpus durante siete horas ininterrumpidamente» (Navarro Serred, 2018). Gracias a la raíces calandinas del hermano Jaime Angulo de Santa Pau, con el que también compartía militancia política, y a la relación de amistad con Mariano Bíu, el legendario Confitero se desplazó a Zaragoza durante quinces días para enseñar algunas de las marchas más típicas de su localidad, entre las que se encontraba «La Palillera». No podía ser de otra manera, puesto que fue el propio Antonico (como también se le llamaba) quien contribuyó a su composición junto a mosén Vicente Allanegui y Lausarreta.
Bajo estas premisas y con el notable esfuerzo de 19 hermanos, que finalmente serían los que integrarían la banda o sección de tambores (nada menos que casi un 20% de los participantes en la segunda de nuestras procesiones titulares), se llegaría al Viernes Santo 11 de abril de 1941 en la que desfilaron ruidosamente por las calles céntricas de la ciudad, causando tanta admiración que pronto nuestra Cofradía se hizo popular y conocida como «La Cofradía de los Tambores», sobrenombre con el que hoy en día sigue siendo denominada, a pesar de que casi todas las cofradías y hermandades penitenciales hayan incorporado instrumentos de percusión a sus filas de forma similar.
III) Instrumentos para evangelizar y solidarizarse con los demás
Los sonidos en nuestra Cofradía no son entendidos como un simple acompañamiento musical ni como un mero adorno del cortejo procesional. Tampoco aparece el fenómeno de los judíos o de las tamboradas populares como tampoco se toca en cuadrillas de familiares y amigos. En nuestra Cofradía y, por ende en la Semana Santa zaragozana, se tocan los instrumentos en confraternización transformando las marchas en oración, en un rezo armonioso que escolta por las calles al Señor, y en un potente anuncio que reconforta y remueve conciencias, que hace abrir los oídos a la Buena Noticia, que proclama a los cuatro vientos que Cristo ha dado su vida por toda la humanidad.
«Los que portamos tambores, llamamos a las gentes de Dios a escuchar su palabra, a compartir sus penas, a cruzas sus miradas, a refugiar su soledad y en su silencio, escondida tras los sones cadenciosos de esta sonora orquesta llamada soledad. Mezclados los sonidos de tambor, con toques de timbal y de fanfarria, de corneta de tubo, y mazazo de bombo, llamamos a todo aquel que quiera oír y compartir sereno su palabra. Que descorran cerrojos y fallebas, que abran portones y cancelas, que asomando al alféizar de su alta ventana, escuchen sus palabras. Que las gentes que pasen por las calles, se acerquen a la llamada estruendosa, con sonido de trueno y de tormenta».
Jesús Oche Lozano (2011). ¿Cómo son los sonidos de la Semana Santa?
La Sección de Instrumentos representa, indudablemente, uno de los pilares fundamentales de la Cofradía, y no sólo como realidad, sino como garantía de futuro. Las cifras así lo atestiguan y son irrefutables. Según los datos de participación recogidos durante la última de nuestras procesiones titulares celebrada el Viernes Santo del año 2019, de los 669 hermanos que formaron parte del cortejo procesional, 363 pertenecían a la sección de instrumentos (ya sea en el grupo general, en el infantil, o en el “Piquete de Honor”), lo que supone un 54% de los asistentes. Cifras que suponen un importante impacto en la vida de la Cofradía y que, como se puede deducir, hace que los actos organizados por la Sección se conviertan en éxito seguro, siendo de los de mayor participación de cuantos celebra la Cofradía.
Así mismo, al aglutinar la mayor proporción de hermanos jóvenes y al ser también la sección en la que suelen integrarse los hermanos de nuevo ingreso, aseguran no sólo el presente sino también el futuro de la Cofradía ya que, con el paso de los años, muchos de sus componentes formarán parte de otras secciones o, incluso, compondrán la junta de gobierno, demostrando una evidente evolución personal de su participación e implicación individual dentro de la comunidad de fieles que somos (cf. Peralta Soria, 1998).
Consecuentemente, la presencia de los miembros de la Sección es vital para la celebración de cualquiera de nuestros actos, participando también con sus instrumentos en los principales actos de culto, aportando también su grano de arena en la difusión y promoción de la Cofradía e involucrándose igualmente en las acciones solidarias preparadas por nuestra Obra Social. Porqué, pese a que haya voces que puedan reducir, simplificar o incluso banalizar el toque de los instrumentos tradicionales en nuestras procesiones o la función que desempeñan en nuestro seno, es indudable que su sonido constituye parte de nuestra esencia, de nuestro propio carisma, porqué sin ellos, aun siendo muchas cosas laudables, y aun siendo probablemente una comunidad eclesial igualmente implicada con la Iglesia diocesana, nuestra Cofradía no sería lo que es.
Por eso, hay que seguir repitiendo (y quizás en estos tiempos, más que nunca), aquellas palabras que tan acertadamente supo escribir el que fuera tantos años predicador de nuestras Palabras y delegado episcopal para las Cofradías, el recientemente fallecido Luis Antonio Gracia Lagarda: «bendito tambor que nos acerca a Jesús y nos ayuda a ser cristianos más comprometidos».
IV) Seña identitaria e inconfundible de nuestra Cofradía allá por donde vaya
Desde nuestros propios inicios, los instrumentos se convirtieron en seña identitaria e inconfundible de nuestra Cofradía, siendo habitual que los sonidos de tambores, timbales, bombos, timbaletas, heráldicas y cornetas, acompañen a la Cofradía allá por donde va, siendo incluso muchas veces invitada para que acuda a diferentes eventos y procesiones ajenas a las nuestras. Consecuentemente, y además de la diversidad de participaciones que han tenido grupos de la sección en concursos y exaltaciones de instrumentos de numerosos municipios y diferentes comunidades autónomas, la Sección de Instrumentos ha estado presente en algunos de los viajes y peregrinaciones más relevantes llevadas a cabo por la Cofradía, siendo también invitada expresamente por diversas cofradías para participar en algunas de las más notables procesiones de distintas localidades.
De este modo, por ejemplo en la década de los años ochenta del siglo pasado, se empezaría a acudir al municipio de Pinseque para acompañar la procesión organizada por la Cofradía de la Santa Cama del Señor y Dolores de Nuestra Señora, quien tuvo el gesto de nombrarnos “Hermanos Honor” de la misma; en 1997, se participaría también en la “procesión de la Resurrección” de la localidad turolense de Caminreal, organizada por la Cofradía de la Dolorosa y de la Virgen de la Cueva; en 2003, se haría lo propio en la “procesión de las palmas” de la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad del zaragozano municipio de Leciñena; y en 2009, también se participaría en la procesión de la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores, del cercano municipio de Villanueva de Gállego. Y todavía más destacable y continuada fue también la presencia de varios de nuestros grupos de la sección en la “procesión de la Soledad y del Sellado del Sepulcro” de la localidad de Cadrete. Y es que desde el año 1998 hasta 2007, se acompañó a la centenaria Cofradía del Santo Cristo en su salida en la tarde del Sábado Santo.
Ya fuera de nuestra tierra aragonesa, el primero de los grandes viajes se produjo durante el Viernes Santo del año 1990, cuando una representación de nuestra Cofradía, encabezada por el hermano mayor y varios miembros de la junta de gobierno y en la que se integraron ocho tambores y cinco bombos, viajarían a Cádiz para participar en la “estación de penitencia” de nuestra cofradía hermanada: la Venerable y Mercedaria Hermandad de Penitencia de las Siete Palabras del Santísimo Cristo de la Sed y María Santísima de la Piedad. Con inicio desde la iglesia de San Juan de Dios a las nueve de la noche, nuestros instrumentos marcaron la salida de la cruz de guía y de todo el cortejo de hermanos de luz, acompañando también con algunas de las marchas más representativas el andar de los cargadores del paso de la corporación gaditana, haciéndose también presente el estandarte que nuestra Cofradía regaló a su homónima. Durante las seis horas que duró la procesión, hubo una gran expectación entre la multitud asistente, por lo novedoso de nuestros tambores, cantándose además jotas y portando el paso en su frontal una imagen de la Virgen del Pilar. Así contaba la prensa local nuestra presencia en la “Tazita de Plata”:
«La Cofradía de las Siete Palabras se ha hermanado con la Titular de Zaragoza que tiene el mismo nombre. Con este motivo, los tambores de Aragón sonaron en las calles, formando una estampa singular en Cádiz. Las Siete Palabras desfilaron por primera vez con sones lejanos».
Periódico “Bahía de Cádiz”, 15 de abril de 1990
La segunda gran salida de nuestra sección instrumental se produciría en el mes de abril de 1993, cuando con motivo de la celebración del Xacobeo se emprendería una peregrinación a Santiago de Compostela. Antes de llegar a la ciudad del apóstol, la Cofradía hizo escala en La Coruña en donde, además de oficializar el hermanamiento con la Real y Venerable Congregación del Espíritu Santo y de Nuestra Señora de los Dolores, se llevaría a cabo junto a nuestros nuevos hermanos un singular y atípico “romper de la hora” en la popular plaza de María Pita. Continuando la peregrinación al día siguiente, bajo una intensa lluvia y con ambas corporaciones unidas en una sola comitiva, se recorrerían a pie los cinco kilómetros que aproximadamente separan el Monte do Gozo hasta la plaza del Obradoiro ataviados con los hábitos respectivos. Llegados al casco histórico y antes de acceder a la Catedral para asistir a la “misa del peregrino”, nuestros tambores, bombos y timbales comenzarían a sonar por vez primera en tierras gallegas, algo que se repetiría regularmente en cada año santo compostelano siendo, incluso acompañados en alguna ocasión por otras cofradías zaragozanas, como sucediera en el año 1999 donde acudimos junto con la Hermandad de San Joaquín y de la Virgen de los Dolores y la Cofradía del Silencio.
También varias veces ha acudido la Cofradía a la Semana Santa de la capital de España, siendo la primera cofradía aragonesa invitada por la Real e Ilustre Congregación de la Nuestra Señora de la Soledad y Desamparo y el Ayuntamiento de Madrid para participar, tanto en la “Procesión de la Soledad” en la tarde del Sábado Santo como en la exhibición de marchas procesionales de nuestra Sección de Instrumentos que se desarrolla en la “Plaza Mayor” durante la mañana del Domingo de Pascua. En la primera ocasión, acaecida en el año 1996, gracias al empeño y esfuerzo de uno de los promotores de la idea, el hermano de la Cofradía y reputado periodista Pedro Luis Blasco Solana, se lograría desplazar una expedición conformada por más de cincuenta tambores, el guion titular acompañado de dos niños portacordones y tres miembros de la junta. Años después, en 2013, se repetiría experiencia, siendo también varios los representantes de nuestro Piquete los que acudieron en 2005 como componentes del “Piquete de Honor de la Junta Coordinadora de Cofradías de la Semana Santa de Zaragoza”.
Y como no podía ser de otra forma, por los lazos de amistad y fraternidad en Cristo que nos unen, la Cofradía también ha prestado su colaboración desinteresada con otras cofradías y hermandades de la Semana Santa zaragozana, tanto en la fundación de sus propias secciones instrumentales instruyéndoles en la técnica de la percusión y en la preparación de marchas (como por ejemplo se haría con las secciones de la Cofradía de Jesús Camino del Calvario o, posteriormente, con la Hermandad de Cristo Resucitado) como participando en las propias procesiones titulares de estas corporaciones. De este modo, durante algunos años se participó con túnica pero sin capirote ni gala en los instrumentos, en la procesión del Martes Santo de la Cofradía de Nuestro Señor en la Oración del Huerto, después de que la banda de cornetas y tambores de la “Policía Armada” que solía acompañarla desapareciera y con anterioridad a la fundación de su “Hermandad Tamboril” surgida en el año 1976 (Gracia Pastor, 2017).
Esta forma de participación de hermanos de nuestra Sección de Instrumentos, prescindiendo de elementos del hábito penitencial que delataban claramente la pertenencia de los mismos a la Cofradía, se repetiría también en otros desfiles procesionales, incluso en fechas ajenas a la Semana Santa. Sería el caso, de la “Sección de Jóvenes” de la Real Cofradía del Santísimo Rosario de Nuestra Señora del Pilar, si bien en este caso, los ocho primeros tambores que acompañaron en la procesión del “Rosario de Cristal” al paso de “Santo Domingo de Guzmán” durante la tarde del 13 de octubre de 1975, eran a su vez miembros del recién instituido colectivo, recibiendo para ello la correspondiente autorización de nuestro hermano mayor, Diego de Paz Rivero, y siéndoles también cedidas las cajas.
Ya en la década de los años ochenta, la sección comenzaría su colaboración con la querida Cofradía del Santísimo Ecce Homo y de Nuestra Señora de las Angustias, fundada por la Hermandad Obrera de Acción Católica y propulsada por mosén Francisco. De este modo, entre 1983 y 1985 se conformaría un pequeño grupo o piquete para acompañar musicalmente el Vía Crucis que desarrollan en la noche del Miércoles Santo por las calles del Arrabal, retornando años después nuestra participación, cuando entre los años 2014 y 2016, volvieran a participar hermanos de nuestra Sección de Instrumentos en la procesión de la “Cofradía de los Terceroles” (como la llamaba mosén Francisco) aunque, en esta ocasión, tocando exclusivamente timbaletas.
Reseñable también es la integración de algunos de nuestros instrumentos en el grupo conformado por miembros de todas las cofradías y hermandades zaragozanas que acompañan la procesión previa a la celebración diocesana de la Vigilia Pascual. Organizada por la Real Hermandad de Cristo Resucitado y de Santa María de la Esperanza y del Consuelo, en la misma se traslada el “Cirio Pascual” hasta la Catedral-Basílica de Nuestra Señora del Pilar, acudiendo también nuestro guion y una representación de hermanos encabezada por la junta de gobierno. Como extraordinaria también sería la participación de un grupo de veteranos hermanos de la Sección que participaron con tambores con parches de piel en la procesión del “Pregón de la Semana Santa” del año 2001, cerrando el cortejo tras ser invitados por la organizadora de ese año, la Hermandad de la Sangre de Cristo. Entidad ésta que también tuvo la deferencia de invitar a nuestro “Piquete de Honor” para acompañar al “Cristo de la Cama” durante la procesión del Santo Entierro del año 2003, situándose el piquete cerrando el magno cortejo tras la sagrada e histórica imagen.
V) La organización de la Sección de Instrumentos
Acorde a la magnitud de nuestra misión, y porque en la Cofradía no hay lugar para la improvisación, la Sección de Instrumentos requiere de una organización, de una reglamentación y de una infraestructura que se han ido consolidando y adaptando con el paso de los años para seguir siendo lo que siempre ha sido: una sección modélica.
Desde la fundación de la sección en 1941, se crearía la figura de un responsable del grupo de tambores, si bien hasta los Estatutos de 1960 no quedarían reguladas sus funciones concretas. Así, el art. 13 de dichos estatutos preveía el cargo de Hermano Vocal de Tambores, que tendría «la misión de presidir el Capítulo de Tambores, convocar los ensayos, designar los Hermanos Maestros de Tambores, número de toques a ensayar, y será el portavoz de la Junta en cuanto a hacer cumplir los acuerdos de ésta, para la mayor brillantez en el toque y disciplina de los tambores».
En revisiones estatutarias y reglamentarias posteriores, la máxima representación de la sección recaería en la figura del hermano delegado de la Sección de Instrumentos, máximo responsable de misma y miembro efectivo de la junta de gobierno, que debe velar por su buen funcionamiento y organización, teniendo además la facultad de convocar y presidir todos los actos y reuniones de la sección, así como determinar todo lo concerniente con los ensayos, siendo suya también la responsabilidad de supervisar y otorgar su visto bueno al ingreso de todos aquellos que hayan de formar parte de la sección.
A lo largo de la historia, los hermanos que han desemp este relevante cargo han sido: Mariano Bíu Aína (1941-1944, 1947-1948 y 1960-1961), Gonzalo Jordana Palacios (1945), Joaquín Muñoz Ceresuela (1946), Francisco Sangorrín Longinos (1949-1952), Cayetano Ortiz Fabián (1953-1959 y 1962-1966), Jesús Mariñoso Herbera (1967-1968), Fernando Gómez Barea (1969-1975), Luis Fernando Gómez Gascón (1976-1980), Javier Rodríguez Catalán (1981-1983), Rodolfo Torrubiano París (1984-1995), Juan Carlos García Latas (1996-1998), Luis Peña Boned (1999-2006), Luis Carlos Estella Escaja (2007-2009), Juan Luis Peña Abós (2010-2014), Rubén Casas Ayala (2015-2016), José Jesús Serrano Pomar (2017-2018), Miguel Ángel Riazuelo Garrido (2019-2021) y Pablo López Viejo (2022-actualidad).
Lógicamente, y más estando en una cofradía donde todas las acciones habría que hacerlas “con el hermano” (que es precisamente lo que significa la palabra cofrade, procedente del latín “cum frater”), el hermano delegado se rodea de un competente grupo de colabores para asumir la corresponsabilidad de algunas tareas que tiene encomendadas.
Dicho equipo se nutre de un Jefe de Tambores, figura que incorporó nuestra Cofradía en su fundación imitando el modelo del ejército español desde los tiempos de Carlos I en donde figuraba el “atambor mayor” que, encabezaba la banda de guerra dando las órdenes e instrucciones pertinentes. Pese a su título, puede ser un hermano que toque el tambor u otro instrumento, siendo en todo caso u principal función en el seno de la sección es la composición y disposición de los diferentes marchas a ejecutar durante las procesiones, procediendo a marcar los inicios y finales de cada uno de los toques, encargándose también de organizar los ensayos y de distribuir la formación de los diferentes grupos que conforman la sección, asumiendo asimismo todas las funciones y responsabilidades del hermano delegado en caso de ausencia de éste.
Junto a esta figura, también se designan a otros hermanos numerarios, mayores de edad y que toquen tambor y bombo/timbal, los responsables de grupo o bloque que colaboran fiel y estrechamente tanto con el delegado como con el jefe de tambores tanto en los ensayos como en las procesiones. Habitualmente se trata principalmente del hermano que un instrumento diferente al “jefe de tambores” ayuda a éste en sus funciones de marcar el inicio de las marchas, así como de aquellos otros hermanos que lideran los distintos grupos que conforman la sección, ya sea en el grupo general de la procesión (tradicionalmente, dividida en dos grupos) o de aquellos otros colectivos que representan a la Cofradía en distintos actos, tales como concursos y exaltaciones.
VI) El “Piquete de Honor” de la Cofradía
Allá a finales de los años ochenta, y ante la inquietud de muchos hermanos, se empezó a gestar una nueva idea para nuestra cofradía, como era tener nuestro propio “Piquete de Honor”. Por aquél entonces, los instrumentos de viento no eran tan populares como podían ser los de percusión, pero hubo dos hermanos que le echaron ganas, valor y un interés especial hacia esta nueva idea. Estos dos hermanos fueron José Ignacio Sierra y Fernando Arnas.
Fue un comienzo difícil y plagado de no pocos obstáculos ante un nuevo reto con un gran desconocimiento de estos instrumentos. Pero se plantó entonces una semilla muy especial de la que hoy recogemos sus frutos con mayor interés y devoción. Actualmente, y después de numerosos cambios e ir perdiendo por el camino a no pocos componentes (a los que aprovechamos estas líneas para invitarles a volver), este piquete, nuestro piquete, ha pasado de aquellos dos valientes cofrades, y se podrían llamar fundadores del actual grupo, a la nada despreciable cantidad de doce componentes de la sección de cornetas.
Cabe destacar que, una vez instauradas las cornetas, las cuáles en un principio sólo se integraron en la sección para dar los toques de atención y silencio iniciando y terminando los toques de la misma, ante el gran interés despertado y con el apoyo de otros hermanos que quisieron pasar a formar parte de una nueva sección, se empezó una nueva etapa, se pasó de ser integrantes dependientes de la sección a formar lo que actualmente se denomina “Piquete de Honor” (cornetas, tambores, timbaletas y bombos).
Afortunadamente, en el año 2000, surgió la imagen del “Cristo de las Siete Palabras”, nuestra querida peana (“nuestra”, por ser el piquete quien la escolta y hace los honores), que sirvió como revulsivo, dándole la grandeza y la importancia necesaria al piquete ya que hasta entonces el grupo tocaba como tal dentro de la sección general.
El piquete ha representado con gran orgullo a la Cofradía en numerosas localidades como Agreda, Herrera de los Navarros, Villanueva de Huerva, Zuera, Cadrete, Villanueva de Gállego, Calatayud, Arnedo, Huesca, Ateca y en un sinfín de sitios más. Mención especial a tres momentos que hacen historia en el Piquete como fueron el año 2003 ya que salió en la procesión del Santo Entierro acompañando al «Cristo de la Cama«; el año 2006 en el que este grupo volvió a adoptar en la indumentaria para nuestras procesiones los manguitos y unas nuevas galas para las cornetas; y como no, el año 2019 año en el que se cumple otro reto que era dotar al grupo de su propio estandarte para así poder llevarlo allá donde el grupo vaya. Dicho estandarte fue sufragado íntegramente por miembros del Piquete, elaborado por nuestras hermanas costureras siendo el mástil donado por un hermano. Y así se cumplió otro sueño largamente amasado.
También, y todos los años desde la fundación del piquete, se colabora con un número importante de hermanos en el Piquete de Honor de la Junta Coordinadora de Cofradías de Zaragoza donde siempre hemos colaborado y nos consta, muy apreciados.
Hoy en día, y agradeciendo el interés y hermanamiento que se empieza a respirar, estamos creando un grupo muy especial que está surgiendo al unir el piquete de honor y el grupo de exaltación de la Cofradía, con el fin de darle el esplendor que la Cofradía merece en todos aquellos actos a los que somos invitados y podemos acudir.
El grupo de percusión que acompaña en todo momento a las cornetas (pieza esencial para formar este grupo) está compuesto por tambores, timbaletas e instrumentos de maza (actualmente, un timbal). Los mismos son fundamentales en la ejecución de las marchas de las cornetas puesto que son ellos los que dan la introducción al cambio y final de una marcha, siempre llevando el ritmo constante llamado “marcar el Paso”, “bailado” por la peana y el piquete completo. Este conjunto de percusión también interpreta marchas de la sección y otras propias que invitan a seguir el ritmo a los peaneros, siendo por lo tanto pieza esencial de este organigrama como es el “Piquete de Honor de la Cofradía de las Siete Palabras y de San Juan Evangelista”.
VII) Los Ensayos, preparando todo al milímetro para que la procesión sea perfecta
Para que nuestros actos procesionales cobren la dignidad y seriedad precisas, los hermanos de la Sección de Instrumentos preparan a conciencia sus marchas y toques, dedicando no poco esfuerzo, dedicación y generosidad. No importa tanto que sean unos virtuosos, sino lo verdaderamente transciende es la entrega, el amor hacia la Cofradía, hacia Dios y hacia los hermanos con los que se comparten mazazos, redobles y vibratos, con quienes nos unimos bajo un mismo compás. Y esto se demuestra en cada procesión, en cada exaltación, en cada acto en el que se participa pero, sobre todo, en cada ensayo al que se acude sobrellevando las inclemencias climatológicas y la incomprensión de quienes no entienden cómo es posible que se puede dejar el confort del hogar o el bullicio de los lugares de ocio para invertir gran parte de su tiempo libre durante meses para preparar lo que se tocará en unos días.
Mientras fueron un par de docenas los hermanos que integraban la “Sección de Tambores” de la Cofradía, se aprovechaba uno de los almacenes de Mariano Biu que gentilmente cedía durante los días previos a la Semana Santa para que en ellos pudieran ensayar. Sin embargo, a medida que la sección iba creciendo en número, lo que afortunadamente, sucedía cada año, empezarían a surgir problemas a la hora de encontrar un recinto adecuado, debiendo recurrir a la siempre atenta ayuda del Consejo y Centro Interparroquial de la Acción Católica para poder utilizar unos bajos que poseía en la primitiva iglesia conventual de las Carmelitas sitas en la puerta del Carmen, recorriendo también otros espacios, tanto de índole privada como pública, tales como una huerta del antiguo Hospicio Provincial o el “Hogar Pignatelli” (actual sede del Gobierno de Aragón).
Llegados al año 1950, la Cofradía recibiría la grata autorización para poder desarrollar los ensayos en las dependencias de la “Feria de Muestras”, gracias principalmente a las gestiones llevadas a cabo por nuestro hermano Alberto Manuel Campos Lafuente que, durante muchos años ocupó el cargo de director general de dicha institución. Incluso, y debido a la distancia y la necesidad de usar un medio de locomoción, la Cofradía plantearía la financiación del pago del billete del tranvía a los hermanos que les resultase oneroso este desplazamiento. Sin embargo, poco duraría la experiencia en la superficie actualmente reconvertida en la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Zaragoza.
Afrontando algunos inconvenientes, como cuando coincidía nuestra preparación con algún evento relevante como la exposición de Maquinaria Agrícola que obligaba a salir momentáneamente de las dependencias para hacerlo en las propias calles, y excepto un breve periodo alrededor de 1959 cuando se usaría el “Campo de Deportes de Torrero”, construido en 1923 para que jugase sus partidos el Iberia Sport Club y que posteriormente también fue usado por el Real Zaragoza hasta que el 8 de septiembre de 1957 se trasladase al nuevo “Campo Municipal de La Romareda”, la sección pudo desarrollar con cierta tranquilidad sus ensayos en la Feria, hasta que en el último tramo de década de los sesenta retornasen otras vez las complicaciones.
Tras ensayar en los patios del antiguo “Cuartel de Lanceros del Rey”, próximo a la Plaza de Toros, en 1972 la sección comenzaría a usar las dependencias del “Parque de Bruil”, un enclave que resultaría ciertamente comprometido ante las quejas vecinales y que, a la postre, conduciría a la denegación temporal de los permisos por parte del Ayuntamiento. Y pese a que los ensayos apenas se celebraban por aquel entonces durante dos semanas, la polémica saltaría a los medios de comunicación con posturas enfrentadas, si bien fue mayoritario el apoyo recibido para que nuestra Cofradía pudiera llevar a cabo su preparación de cara para afrontar sus procesiones de Semana Santa:
«Que suenen los tambores, que se entrenen los cofrades, es una cosa que molesta a muchos quisquillosos o llamados de otro modo eternos descontentos. La Cofradía zaragozana de las Siete Palabras se prepara con vistas a la Semana Santa, desde los días 2 de abril al 14, sus cofrades practican los redobles solemnes del tambor, desde las ocho de la tarde hasta las nueve y media, en el Parque Bruil, con el correspondiente permiso de nuestras autoridades municipales, y sin embargo a algunos vecinos les molesta oír ruidos, y posiblemente esos protestones a las doce de la noche escuchen los programas televisivos sin bajar el volumen de su receptor y sin importarles un comino el que puedan o no dormir los vecinos. Serán muy pocos días los que ensayarán los cofrades y de todas maneras a las horas en que practican, no debe de molestar a nadie. Por todo eso, nos atrevemos a decir… ¡Qué suenen los tambores!»
“El Noticiero”, de 5 de abril de 1973
Definitivamente, y para evitar más complicaciones y estériles confrontaciones, la junta de gobierno en el Capítulo General de Hermanos celebrado el 2 de marzo de 1975, exponía las gestiones que había llevado a cabo para poder realizar los ensayos en las instalaciones del Stadium Casablanca. Un lugar donde cada año y hasta nuestros días, al llegar la Cuaresma siguen acudiendo cientos de hermanos, al igual que sucede desde 2011 y en las fechas posteriores a la Navidad, con las dependencias del Colegio Santa Ana.
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