La ilusión y el anhelo de muchos hermanos de la cofradía se cumplía en la noche del 9 de abril de 2001 cuando el consiliario de la Cofradía, Rvdo. D. Mario Gállego Bercero, acompañado de nuestro capellán Rvdo. D. Jesús Feliú Valiente y del hermano mayor D. Mariano Gil Royo, bendecía en el presbiterio de la Iglesia Parroquial de San Gil Abad la talla del “Cristo de las Siete Palabras” durante la eucaristía previa a la celebración de nuestro Vía Crucis parroquial del Lunes Santo de ese año.
Tan solo unos minutos después, y tras iniciarse el Vía Crucis público que durante el Lunes Santo recorre el entorno parroquial, la peana portada a hombros por un grupo de diecisiete ilusionados hermanos cruzaría el umbral de la puerta de San Gil, saliendo por vez primera a las calles zaragozanas camino de la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal para predicar con Él las catorce estaciones del camino a la Cruz, del camino hacia Dios.
- I) «Nosotros predicamos a Cristo crucificado» (1Cor 1, 23)
- II) Una imagen adquirida con el primordial fin de salir cada Lunes Santo desde el interior de San Gil
- III) Jesús Fernández Juan, continuador del taller de escultura en madera de Arganda del Rey
- IV) La esencia del modo tradicional de portar las imágenes en nuestra tierra
- V) Las peculiaridades de una particular imagen y una moderna peana
- Referencias Bibliográficas
I) «Nosotros predicamos a Cristo crucificado» (1Cor 1, 23)

La Cofradía predica a Cristo crucificado, que en nuestros tiempos sigue siendo motivo de escándalo y necedad para gran parte de la sociedad, pero que como diría San Pablo, para los llamados y, por supuesto, para todos los cofrades, es «un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres» (1Cor. 1, 23-25).
Esta bella imagen nos ayuda a interiorizar y contemplar las últimas palabras del “Hijo del Hombre” desde la Cruz con las que debemos aprender a acompañar a nuestros hermanos y dejarnos acompañar por ellos. De este modo, la verticalidad y la horizontalidad de los brazos de la Cruz no serán algo estático sino dinámico. Dios, que se abaja en su Hijo hasta nosotros; y nosotros, dispuestos a asumir el peso de la Cruz para ascender como Él. Cristo en nosotros, y nosotros en Él, para derramar vida en abundancia. Un peso que es también llevado «en los hombros de nuestros hermanos, a los que queremos llevar sobre nuestros hombros para aliviar su cruz, alzándolo con nuestro esfuerzo que sirva para testimoniar que nos esforzamos con aquellos que precisan nuestra ayuda; para demostrar que, esta vez, al pie de la cruz estamos los que creemos en tu mensaje sin escondernos; para acompañarte en tu agonía haciendo la de los hermanos nuestra; para pedirte perdón porque sabemos que vamos a ser perdonados y vamos a saber perdonar» (Guallar Alcolea, 2002).
En la Cruz, Jesús lo pierde todo. Y es, desde esta experiencia tan humana, desde la cual, las Siete Palabras puede ser para nosotros una buena herramienta para afrontar nuestras propias experiencias de pérdida, de vacío, de abandono, de despojo. Precisamente para encontrar nuestras razones para seguirle, nuestras razones para vivir en verdad. Jesús, en sus palabras en la Cruz, nos puede dar una pista de cómo sobrellevar nuestras propias experiencias de Cruz, nuestros Viernes Santo y, así, prepararnos para la Resurrección, para la alegría de la vida colmada, repleta y llena.
Pero, ante todo, Cristo en la Cruz y en la consumación total de la redención, es la esperanza definitiva de la humanidad en su salvación. El ser humano no tiene para el momento crucial de la muerte la respuesta satisfactoria que necesita para no derrumbarse en una sensación de frustración absoluta, de no saber por qué y para qué ha venido a la vida, de por qué ha sufrido y luchado en ella.
En ese madero, Cristo es la respuesta y solución que, para el que vive, se cifra en la más cierta y arrebatadora de las esperanzas al contemplar a Cristo abriendo con su sacrificio las puertas de una gloria que el pecado cerró. Por ello, hoy más nunca debemos mirar a esa Cruz en la que Cristo agoniza y en la que, a la vez, vence definitiva y totalmente al pecado y a la muerte que con él entró en la vida. Una muerte que desde ese mismo instante en que Jesús da su último aliento en la tierra, perderá todo su tremendo carácter de amenaza.
Tras Jesús, los hombres con fe morirán con esperanza, abriendo su alma a una vida en la que Cristo es Gloria. Tras ese momento en que el velo del templo se desgarra y la tierra se cubre de tinieblas, podrá contemplarse ya la esperanza que comienza a invadir a la humanidad en la gran paradoja del cristianismo: porque Cristo ha muerto, los hombres viviremos eternamente en la gloria que para nosotros gana Él, que es hoy y siempre nuestra firme esperanza de salvación.
«Cristo de las Siete Palabras, fortalece nuestro espíritu en este Viernes Santo de dolor, para predicar contigo el mensaje tu voz desde la Cruz. Señor, mantén nuestros hombros firmes, nuestro corazón recto Y nuestros oídos abiertos para recibir tu palabra, Tu amor. Tu peso será liviano Para nuestros miembros fortalecidos por tu gracia, con tu perdón. Expande nuestro pecho más allá de la fatiga, insuflándonos tu aliento de bondad. Haznos fuertes Señor, te suplicamos tus portadores con una palabra que nos nace de dentro como Tú pronunciaste en la cruz: Señor, en tus manos, encomendamos nuestro esfuerzo».
Joaquín Pintanel Martínez, “Oración del Costalero”
II) Una imagen adquirida con el primordial fin de salir cada Lunes Santo desde el interior de San Gil

En el Capítulo de San Juan del año 2000, el hermano mayor Mariano Gil Royo comunicaba que la junta de gobierno había emprendido una serie de gestiones para la adquisición de una imagen de Cristo crucificado con el prioritario y fundamental fin de presidir el Vía Crucis que cada noche del Lunes Santo organiza la Cofradía, dando cumplimiento de este modo al anhelado deseo de que uno de nuestros pasos saliera en dicha procesión desde el interior de la Iglesia Parroquial de San Gil Abad.
Y es que, tras el acuerdo de adhesión de la Cofradía en dicha parroquia y la decisión de trasladar el inicio de la celebración del Vía Crucis público desde la Parroquia de Nuestra Señora de la Almudena a la céntrica iglesia ya reconvertida en nuestra sede parroquial, en los Lunes Santo de los años 1999 y 2000 sería portado el paso de “La Tercera Palabra” sin que, por cuestión de espacio y por las dimensiones del mismo, pudiera acceder al interior del templo, por lo que debía incorporarse al cortejo procesional desde el exterior. Concretamente lo hacía desde la anexa calle Estébanes a la que llegaba unos minutos antes de la hora de comienzo, siendo conducido de forma privada desde la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal, donde había quedado debidamente montado y ornamentado desde el Sábado de Pasión.
El grato recuerdo de aquel primer Vía Crucis llevado a cabo en 1986 por las calles de la urbanización Torres de San Lamberto en el que fuera portado en andas el “Santísimo Cristo de la Paz” cedido para la ocasión por la Cofradía de Nuestra Señora de la Asunción y Llegada de Jesús al Calvario, junto a la consolidación del Piquete de Honor que permitiría acompañar con la solemnidad requerida a la imagen contribuyendo también a marcar el compás del andar de los portadores, propiciaban que desde hace años la Cofradía emprendiera un proyecto para incorporar a nuestros desfiles procesionales una imagen que fuera portada en andas.
Factores que unidos a la situación de bonanza económica por la que estaba atravesando la Cofradía, gracias (entre otros muchos aspectos) a las donaciones de diversos hermanos que contribuyeron a acometer este proyecto, coincidente en el tiempo con las donaciones recibidas por quienes renunciaron a cobrar el premio con el que resultó agraciado el número que se jugaba en la Lotería de Navidad de 1999, así como a la ingente labor llevada a cabo por la tesorería dirigida por el hermano de honor Juan Abella, quien logró un histórico superávit gracias a las medidas de ahorro implementadas en diversidad de partidas presupuestarias, hicieron más factible que nunca el afrontar el gasto requerido sin que repercutiera gravemente en nuestras arcas y ni siquiera necesitando un esfuerzo extra de los hermanos a través de derramas.
Estudiada la situación y habiendo contactado con los talleres de escultura Dorrego, una comisión de la junta de gobierno viajaría a la localidad madrileña de Arganda del Rey para cerrar el contrato de la hechura de la imagen así como de la construcción de unas andas o peana para que pudiera ser portada a hombros. Encargado todo el proceso creativo (desde los diseños y bocetos preliminares, pasando por el modelado en arcilla, el tallado y el acabado final) a Jesús Fernández Juan, colaborador y a la postre continuador del prestigioso taller abierto por su padre Antonio Fernández Dorrego, la imagen representa a Cristo vivo crucificado en una cruz arbórea que posee una altura aproximada de unos dos metros y medio, habiendo sido tallada siguiendo las más innovadoras técnicas en madera de abedul americano, por lo que presenta un peculiar y característico color rojo intenso.
Inicialmente, la imagen iba a recibir el título de la “Séptima Palabra”, abriendo así la lejana y compleja posibilidad de que algún día se pudiera poder cumplir aquella ambiciosa pretensión con la que soñaron distintas generaciones de hermanos de la Cofradía de poder tener un paso propio por cada una de las Siete Palabras. Sin embargo, al presentar una iconografía más bien genérica sin representar concretamente ninguna de las Palabras, pronto surgirían nuevos nombres populares con los quedaría bautizada. Ya el hermano teniente de hermano mayor del momento, Fernando Guallar Alcolea, sugeriría que podría ser denominado como “Cristo de la Entrega”, por ser «imagen de lo que predicamos y de Aquél al que queremos imitar». Más reciente y originado a raíz de las repetitivas veces que así se le denomina durante las retransmisiones televisivas de nuestra procesión titular, también se ha extendido el poco acertado y ciertamente inapropiado sobrenombre de “Cristo de la Lotería”.
Otorgado finalmente su título oficial como “Cristo de las Siete Palabras”, en representación de todas y cada una de las Palabras, sin embargo en el seno de la Cofradía prevalecería para siempre un nombre quizás menos pomposo y de menor calado teológico pero más afín a sus características y funcionalidad por lo que, debido a la forma que es portado, se le llama sencillamente el “Cristo de la Peana”.
III) Jesús Fernández Juan, continuador del taller de escultura en madera de Arganda del Rey

Nacido en 1964, Jesús Fernández Juan es un innovador escultor, acreditado tallista e infatigable colaborador de su padre con quien regenta uno de los talleres de arte religioso que más resuenan en el panorama artístico de nuestro país: Dorrego Escultura Tallada S.L.
Hablar de este taller es hacerlo de su fundador y uno de los artistas de la madera más prolíficos del siglo XX: Antonio Fernández Dorrego. Nacido en la localidad luguesa de Castro de Carballedo en 1930, desde muy pronta edad empezaría a trabajar la madera haciendo zuecos y aperos de labranza con las herramientas más elementales mientras salía a pastorear el ganado familiar. Ya en su adolescencia, comenzaría a estudiar dibujo en la academia que el polifacético Luis Fernández Pérez Xesta tenía en Orense y, tras realizar algunas tallas decorativas para muebles e iniciarse en la escultura sacra, recibiría una beca de la Diputación de Lugo con la que podría sufragar los gastos de su ingreso en la madrileña Escuela de Bellas Artes de San Fernando donde cursaría sus estudios artísticos obteniendo el título de profesor de dibujo en la especialidad de escultura.
Recibiendo una nueva beca, esta vez a través de la propia escuela y de la Fundación Carmen del Río, empezaría a colaborar en los talleres de algunos de los escultores más renombrados de la época instalados en la capital y que había sido profesores suyos, tales como Tomás Parés Pérez, Luis Marco Pérez o Enrique Pérez Comendador. Además, durante este periodo realizaría sus dos primeras grandes obras: la imagen de Santiago el Menor, patrón del municipio cordobés de Pedro Abad, y la imagen del Cristo titular de la Cofradía del Santísimo Cristo de la Fe de Murcia.
En 1959, y junto al también escultor César Juan Moltó, decidiría abrir su propio taller en el barrio de Vallecas trasladándolo en 1970 a Arganda del Rey. Desde esta localidad, situada a menos de treinta kilómetros de Madrid, Fernández Dorrego realizaría todo tipo trabajos en madera, desde pequeñas imágenes para la devoción particular y belenes hasta grandes retablos para iglesias y conventos pasando por imágenes y pasos procesionales, llegando los pedidos desde todas partes de la geografía española e, incluso, desde países tan dispares como Francia, Italia, Estados Unidos, Venezuela, Chile o Japón. Incluso, nuestra provincia posee también alguna obra digna de mención como puede ser la copia de “Nuestra Señora de los Desamparados” de Belchite, que sustituye a la imagen gótica original que fue robada en 1985.
Dentro del ámbito semanasantístico, del taller de Dorrego Escultura han salido imágenes de Cristo crucificado, de unas características muy similares al de nuestro Cristo de las Siete Palabras marcado por el uso de una levísima policromía casi dejando en su color natural las carnaciones, tales como el “Santísimo Cristo de la Salvación” (Aspe, 1977), el “Santísimo Cristo de la Paz” (Don Benito, 1984) o el Cristo titular del paso de “La Sagrada Lanzada” (Campo de Criptana, 1987), habiendo también tallado pasos de misterio completos como “El Descendimiento” para la Muy Ilustre y Real Cofradía del Santísimo Cristo de Jamila (Villanueva de los Infantes, 1985), las figuras secundarias de “La Elevación de la Cruz” (Campo de Criptana, 1982) así como imágenes marianas como “Nuestra Señora del Mayor Dolor en su Soledad” (Pedro Abad, 1970), “Nuestra Señora de la Soledad” (Moral de Calatrava, 1994) o la “Virgen de la Resurrección” (San Lorenzo de El Escorial, 1996). Precisamente para la localidad madrileña de San Lorenzo de El Escorial acoge la mayor muestra de imágenes y pasos salidos de los talleres Dorrego, ya que en la última década del siglo XX se dinamizó la Semana Santa del municipio encargando las imágenes y tronos de “Nuestro Padre Jesús de Medinaceli”, “Nuestro Padre Jesús Nazareno”, el Cireneo, “Nuestra Señora de la Piedad” o el “Cristo de la Resurrección”. Como se introducía anteriormente, muy reseñable también es el tallado de peanas, tronos, mesas y pasos para algunas de las Semana Santas más relevantes del país. Así encontramos que son suyas las mesas para “El Descendido” y para “La Conducción al Sepulcro” de la Real Cofradía del Santo Entierro (Zamora, 1995), el trono de la imagen mariana titular de la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores (Guadalajara, 1999) o el llamado paso de “Los Atributos” de la Cofradía de Nuestra Señora de las Angustias y Soledad (León, 2000).
IV) La esencia del modo tradicional de portar las imágenes en nuestra tierra

Debido a las particularidades arquitectónicas de la Parroquia de San Gil y las dificultades encontradas para poder sacar desde su interior un paso carrozado como los que la Cofradía poseía, desde que surge el proyecto de adquirir una nueva imagen procesional de Cristo crucificado se pensó en que debía ser portada en andas.
Las andas son el modo histórico de portar los objetos sacros desde remotos tiempos, comenzando a utilizarse una serie de tablas de figura cuadrada o rectangular y con varas paralelas y horizontales a los lados con el que poderlos transportar. Según el Génesis, el mismo Dios ordenó a Moisés la construcción de unas andas para llevar el “Arca de la Alianza”, instruyéndole incluso cómo debía montarla y ornamentarla: «Harás un arca de madera de acacia de un metro y cuarto de larga por setenta y cinco centímetros de ancha y otros tantos de alta. La revestirás de oro puro, por dentro y por fuera, y le pondrás alrededor una cenefa de oro. Fundirás cuatro anillas de oro y las colocarás en los cuatro pies, dos a cada lado. Harás también varales de madera de acacia y los revestirás de oro. Meterás los varales por las anillas laterales del Arca, para transportarla. Los varales permanecerán en las anillas del Arca; no se sacarán de ellas» (Gén 25, 10-15).
Con la instauración del aparato barroco en las procesiones de penitencia y la incorporación de imágenes para presidir las mismas, pronto se adoptaría este utensilio que «fijado sobre unas varas sirve para llevar en hombros en procession al Santissimo Sacramento, à nuestra Señora, las reliquias è imágenes de Santos» (Diccionario de Autoridades, 1726). Circunscribiéndonos al ámbito de la Semana Santa en nuestra ciudad, puesto que tanto la custodia del Corpus Christi como la imagen procesional de la Virgen del Pilar fueron portadas durante siglos en andas, se encuentran documentadas referencias al modo de portar las imágenes durante las procesiones penitenciales desde principio del siglo XVI, tal como sucedía en la universitaria Cofradía de San Gregorio y Santa Elena que celebraba su procesión en la noche del Miércoles Santo con «el paso de Jesús con la cruz a Cuestas portado por cuatro hombres con túnicas negras» (cf. Olmo Gracia, 2013); o como se puede observar en la relación de la procesión del Santo Entierro de 1645, donde se habla de que las imágenes eran portadas en «fuentes en las quales iban todos los pasos», que equivaldrían a las salvillas grandes de madera que ya aparecían en los inventarios de la Hermandad de la Sangre de Cristo de 1636 y 1647 (cf. Olmo Gracia, 2011).
Curiosamente, las primeras personas encargadas de portar las andas no eran los hermanos de las cofradías sino sacerdotes y miembros de órdenes seculares. Así, por ejemplo los miembros del Capítulo de San Gil y los propios franciscanos, se encargaron de portar al “Cristo de la Cama” antes de la creación de la “Sección de la Cama”. De modo similar, aunque en esta ocasión ya intercalando seglares y religiosos, en las constituciones fundacionales aprobadas en 1759 de la originariamente denominada Muy Ilustre, Noble y Piadosa Congregación de Esclavos de Jesús con sede en el Convento de P.P. Trinitarios Descalzos, determinaban que entre las funciones del hermano mayor se encontraba la de «señalar de los congregantes dos para que con otros dos religiosos lleven la Santa Imagen de Jesús». Una costumbre que, incluso, sería establecida como norma de obligado cumplimiento en toda la geografía española, ya que con fecha 20 de marzo de 1805, Carlos IV a instancias del cardenal Luís de Borbón, decretarían en todo el Reino el que «todas las efigies de Cristo nuestro Señor sean conducidas en hombros de sacerdotes seculares, yendo vestidos de albas los que lleven la del Sepulcro, cuidando el Vicario Eclesiástico de que se observen la decencia correspondiente, y de designar los necesarios en caso de que no se encarguen de proporcionarlos las respectivas congregaciones, y la de la Soledad de nuestra Señora sea llevada por seglares de distinción».
En nuestra tierra se hizo costumbre el denominar a las andas con el término “peana”, considerando que ésta quedaba definida en el “Diccionario de Autoridades” como «la basa o pedestal sobre que está plantada alguna estatua o figura». De este modo, se construían sencillas plataformas de madera que a través de varales permitiría su transporte a hombros, yendo provistas de patas o, en otros casos, llevando sus portadores una horquillas (unas piezas metálicas o de maderas con forma de “Y” que, sujetas a una vara o bastón de madera, permiten acoplarse a las varales) con el fin de poder descansar en las paradas.
En nuestra ciudad, se tienen referencias del uso del término desde las primeras imágenes encargadas por la Hermandad de la Sangre de Cristo para ser procesionadas, como fueron las que en 1602 hizo el mazonero Miguel de Zay referentes a un Ecce Homo y a Pilato, y que fueron entregadas «en una peayna para la procesión del Juebes Santo» (ap. Olmo Gracia, 2022). Uso que se prolongaría en el tiempo, puesto que vuelve a hallarse a mediados del siglo XVIII, cuando en pleno pleito de la Hermandad con la cofradía de cocheros del Santo Ángel, una de las personas llamadas a declarar señalaba que la Hermandad tenía «quatro peanas: la una de Nuestra Señora de la Soledad, otra de San Juan, otra de la Magdalena y la quarta con la Muerte, y también la Cama de Nuestro Señor con su palio» (ap. Olmo Gracia, 2011). E, incluso, después de la “Guerra de la Independencia” seguiría asentado, como aparece en la crónica de la procesión del Santo Entierro de 1825 en la que Faustino Casamayor señalaría que en esa ocasión «salió la procesión con todo el aparato y peanas».
Esas peanas, reconvertidas posteriormente en monumentales pasos que también serían llevados a varal (al menos hasta 1884 cuando el paso del “Cenáculo” se convertiría en el primero en adoptar las ruedas), eran tradicionalmente portados por los conocidos terceroles, a excepción del “Cristo de la Cama” que lo haría también en andas por los hermanos propietarios de la “Sección de la Cama”. Como es sabido, estos terceroles eran generalmente agricultores de localidades circundantes a Zaragoza que por devoción y tradición familiar cada Viernes Santo se trasladaban para participar en el Santo Entierro, al menos desde los últimos años del siglo XVIII hasta 1935, recibiendo un estipendio por su labor. Cada paso era dirigido por labradores o artesanos acomodados quienes daban las órdenes precisas para la correcta marcha del mismo, siendo estos cabeceros quienes se encargaban de repartir entre el público asistente los ramos de olivo y de laurel (incluso algunas de las naranjas que traían para paliar la sed). En los varales, por su parte, se colocaban los terceroles de mayor antigüedad mientras que en los laterales, iban «mozos, que al pararse disponían de muletas y las banquetas de la armadura cubiertas con paños negros» (García de Paso Remón y Rincón García, 2011).
La acción de levantar el paso para llevarlo al golpe de mazo se le denominaba “cargar madera” poseyendo este hecho de sostener pesos «la dignidad humana, contraria en cuanto a símbolo, a la bajeza de acarrearlos; los griegos representaron a Atlante sosteniendo en sus hombros el mundo; sobre los hombros han sido puestas siempre las insignias del sacerdocio y magistraturas: estolas, mantos, bandas, mucetas; y sobre los divinos hombros llevó Jesucristo la cruz; y este ejemplo basta» (Moneva y Puyol, 1913).
Con la fundación de las nuevas cofradías filiales de la Hermandad de la Sangre de Cristo, haciéndose cargo en usufructo de los pasos que ésta poseía para que fuesen sus titulares, todos serían portados a ruedas puesto que la Hermandad había ido completado este proceso de transformación hasta incluir también al propio “Cristo de la Cama” al que se le incorporó el carrozamiento diseñado por Regino Borobio en 1938, no volviendo a aparecer ninguna imagen portada en andas en nuestra Semana Santa hasta el año 1946. En dicha fecha, y pese a que desde cinco años antes se había obtenido la autorización por parte de la Hermandad del Refugio para portar en sus procesiones al llamado “Cristo del Refugio”, habiéndole incluso construido una carroza construida en hierro forjado por el reputado taller de los Tolosa (entonces regentado por Manuel Tolosa Sábado) por el coste total de 1.780 pesetas, el Capítulo de Hermanos de la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad y del Santo Sepulcro acordó que dicho crucificado fuese «sacado en peana sobre hombros en las dos procesiones y Vía Crucis» efectuándose su conducción «por voluntarios que deberán dar sus nombres a la junta de gobierno para ser seleccionados por estaturas y formar los correspondientes turnos», presupuestándose la reforma de la citada carroza a la que se agregaron «cuatro soportes nuevos para almohadillas» y «reformando las espigas de las varas», tal y como refleja el balance de cuentas de la Cofradía para el ejercicio de 1946-47.
En los años sesenta, se incorporarían unas sencillas andas a la pequeña imagen de Cristo crucificado que, propiedad de la parroquia de Santa María Magdalena, presidía el Vía Crucis que por el entorno de la citada parroquia celebraba la Cofradía del Señor Atado a la Columna en la madrugada del Viernes Santo, siendo inicialmente desde 1952 alzado por un hermano ataviado con hábito y, desde 1961 (aunque esporádicamente) en una peana. Precisamente, en ese mismo año 1961, la Cofradía de Nuestra Señora de la Asunción y Llegada de Jesús al Calvario también incorporaría en su Vía Crucis que celebraba en la noche del Jueves Santo, una sencilla peana para portar al “Cristo de la Paz”, una imagen muy querida en el barrio Oliver y que se encontraba ya presente desde 1939 en la primitiva capilla dedicada a Nuestra Señora de la Asunción pasando, posteriormente, a ser propiedad de la nueva parroquia de la Coronación de la Virgen. Curiosamente, tras dejar de ser portada por la citada Cofradía en 1977 a causa de la escasez de portadores y con anterioridad a su recuperación en 1995, ésta fue la primera imagen que portó en andas nuestra Cofradía en el Vía Crucis celebrado en la noche del Domingo de Ramos de 1986 por la urbanización “Torres de San Lamberto”.
Más tarde, en 1967, la Cofradía del Santísimo Ecce Homo y de Nuestra Señora de las Angustias obtendría el pertinente permiso por parte de la comisión diocesana de patrimonio y por la parroquia de San Felipe y Santiago el Menor para portar en sus salidas procesiones la imagen de bulto propiedad de esta última iglesia parroquial, redescubierta en 1681 cuando un grupo de feligreses de la citada Parroquia desmontaban el retablo mayor construido por Picart y Moreto ante el inminente derribo de la antigua fábrica del templo para la construcción del nuevo y que, inspirada en modelos flamencos del gótico tardío, recoge la iconografía conocida como “Christus im Elend” (o “Cristo sobre la piedra fría”) popularizada durante el siglo XV en Alemania, Flandes y el norte de Francia (cf. Lacarra Ducay, 1997). Para ello, los hermanos Albareda idearon un proyecto que permitiera portarla en andas, construyendo un magistral paso sobre el que, «ciñéndose rígidamente a las más puras líneas renacentistas», tallarían un magnífico relieve de la cotitular “Nuestra Señora de las Angustias” además del emblema de la Cofradía y atributos de la Pasión. De este modo, y desde el Miércoles Santo del citado año 1967 y durante una década aproximadamente sería «portada a hombros de doce hermanos, doce terceroles que durante todo el recorrido de la procesión, llevarán los 500 kilos de peso», tal y como contaba el hermano mayor de dicha corporación, Manuel Sastrón Naude, en una entrevista concedida al diario “El Noticiero”.
Precisamente, el busto dedicado al “Ecce Homo” encargado por la junta parroquial de San Felipe y Santiago el Menor al maestro platero Pedro Fuentes bajo modelo del escultor Manuel Guiral, aunque popularizado posteriormente bajo el nombre de “Cristo coronado de espinas”, fue el siguiente en ser portado procesionalmente en andas. Cedido a la Cofradía de la Coronación de Espinas para darle culto en la capilla de la sede que la Cofradía tenía en el antiguo Palacio de Fuenclara, con motivo de la celebración de sus “bodas de plata” fundacionales en 1975, organizaría un Vía Crucis extraordinario en la tarde del Domingo de Ramos portando la citada imagen en unas sencillas andas, si bien no lo volvería a hacer hasta pasada una década, cuando en 1985 sería definitivamente incorporado a las salidas procesionales habituales de la Cofradía.
Aunque, sin lugar a dudas, el verdadero “boom” de la incorporación de peanas en las cofradías zaragozanas llegaría, como en otros aspectos, en la década de los ochenta. De este modo, en 1981, la Cofradía del Señor Atado a la Columna, retomaría la idea de portar una peana en sus procesiones, escogiendo esta vez la imagen fundacional de la primitiva Hermandad, el “Santísimo Cristo Atado a la Columna” o, como se le conoce popular y cariñosamente por su reducido tamaño, el “Cristín”. Un año más tarde sería la Cofradía de Nuestro Señor en la Oración del Huerto quien, tras obtener la autorización pertinente, portaría en peana y bajo palio, la antiquísima y milagrosa imagen del “Señor de la Agonía del Huerto de Jerusalén”, propiedad de las Reverendas Madres Clarisas Franciscanas del monasterio de Santa María de Jerusalén. Una imagen, que curiosamente había participado en el “Santo Entierro” de 1814 y que con la corporación con sede en “El Portillo” únicamente saldría en dos ocasiones más debido a su delicado estado de conservación (en 1983 y 2003), siendo sustituida por una réplica tallada por Francisco Rallo que, finalmente, fue reemplazada en 2003 por la actual obra de “Nuestro Padre Jesús de la Oración” realizada por Manuel Martín Nieto.
Pero no solo son portadas en andas imágenes cristíferas. Si bien los crucificados siguen siendo aún hoy en día los que más prolíficamente son llevados en las procesiones con este sistema, también hay imágenes de la Virgen que lo empezaron a hacer en esta época. Tras unas primeras apariciones en andas de las imágenes de la “Virgen de la Correa” custodiada en la iglesia conventual de las religiosas agustinas de Santa Mónica o una imagen bajo la advocación de la “Virgen de los Dolores” propiedad de la Basílica-Parroquia de Santa Engracia para participar en el “Encuentro Glorioso” que la Hermandad de Cristo Resucitado y de Santa María de la Esperanza y del Consuelo organizaría durante sus primeros años de existencia con anterioridad a la adquisición de su imagen cotitular, sería la Hermandad de San Joaquín y de la Virgen de los Dolores quien, para su procesión de la Soledad en la madrugada del Sábado Santo de 1984 y durante una década portase en andas la imagen de “Nuestra Señora de los Dolores” tallada por Antonio Palao y propiedad de la Hermandad de la Sangre de Cristo.
En cualquier caso, lo realmente trascendente de este modo de portar las imágenes es que, para los hermanos que lo hacen, constituye no solo un honor sino un modo de peculiar de vivir la fe, prestando durante horas su destreza y fuerza física para ser los pies del mismo Dios «puesto que, llevando sobre sí su imagen, son capaces de orar y unirse con aquel al que sienten sobre sus hombros» (Cuesta Gómez, 2020).
V) Las peculiaridades de una particular imagen y una moderna peana
El “Cristo de las Siete Palabras” es colocado para las salidas procesionales sobre una peana, igualmente construida en los talleres Dorrego de Arganda del Rey, la cual inicialmente seria portada a hombros por ocho hermanos pero que desde 2012 (y tras proceder a la modificación de los varales) lo hace de doce, como doce “apóstoles” que en nuestros días siguen acompañando a Jesús para llevar el Evangelio a todos los rincones.
Una imagen y una peana ciertamente peculiares, que fueron talladas utilizando las más modernas técnicas, y que presentan no pocas curiosidades:

Protegido ante la adversidad
Tallada en madera de abedul americano, la imagen se presenta en su color rojizo original no recibiendo más policromía que el tintado blanco del paño de pureza. Habitual proceder en muchos de los trabajos de “Dorrego Escultura”, la madera recibe un tratamiento de encerado incoloro a base de cera natural de abeja y/o de plantas como la carnauba (extraída de las hojas de una palmera autóctona de Brasil), creando así una superficie elástica microporosa que protege la madera contra los factores externos, repeliendo el polvo y haciéndola resistente ante la humedad, por lo que la talla no solo conserva su belleza natural al no ser alterado su primigenio color sino que, además queda perfectamente protegida, facilitando también una mejor limpieza.

Un «Calvario» adaptado
El monte de claveles blancos situado a los pies de la cruz, con el que tan magníficamente se ornamenta la peana para las salidas procesiones, puede llegar a ocultar que la misma va asentada en un calvario tallado imitando rocas y colocado en una sobrepeana. Otra curiosidad relativa, en este caso a la cruz propiamente dicha, refiere a sus dimensiones, más concretamente a la altura del stipes. Y es que, tras efectuar una serie de ensayos y pruebas el Sábado de Pasión, se advirtieron serias dificultades tanto para salvar el dintel de la puerta de San Gil como la de San Cayetano por lo que, tras consultar con el autor de la obra, se decidió reducir en 30 centímetros la cruz, guardándose desde entonces el trozo cortado en la sede social de la Cofradía.

Una greca «angelical»
Tallada en madera de caoba y manteniendo su color original, la parte más artística de la peana corresponde al moldurón que, a modo de greca, queda ornamentado con una cándida decoración en la que se muestran roleos y volutas, cubriéndose cada una de las esquinas con un cuarterón conformado por adornos vegetales. En el centro de cada uno de los cuatro lados, se encuentran tallados en mediorrelieve dos querubines tenantes, que se presentan recostados y con cabellos y alas doradas, que sostienen un medallón coronado con estrías radiales en cuyo interior se halla pintado una representación del emblema de la Cofradía, con el Crismón en color verde, circunvalado por la corona de espinas y con el águila de san Juan en el superior y el evangelio en el parte inferior.

Un doble sistema de iluminación
Al ser nocturna la procesión del Lunes Santo, era fundamental que la imagen de Cristo quedara perfectamente iluminada, instalándose a tal efecto un doble sistema de alumbrado: uno eléctrico, que incluye focos con luz directa y estratégicamente dirigida a la imagen; y otro más tradicional, con luz natural procedente de cartuchos de cera líquida que, inicialmente quedaron insertos en cuatro pequeños faroles de latón situados en cada una de las esquinas (donados por los hermanos portadores) y que serían sustituidos posteriormente por unos sencillos pero elegantes guardabrisones, o fanales de cristal con forma ondulada, que protegen la llama impidiendo que se apague debido al habitual viento que sopla en nuestra ciudad, además de evitar deflagraciones.

El trabajo del «Grupo de Costura»
Con el fin de ocultar las patas de la peana, además de embellecer todavía más el conjunto, un grupo de hermanas de la Cofradía se puso “manos a la obra”, confeccionando para su primera salida unos faldones de terciopelo verde rematados con flecos dorados, añadiéndose el emblema frontal bordado en hilo de oro y el sobrefaldón. Sería éste uno de los primeros trabajos que acometería el “Grupo de Costura”, cuya incesante labor ha permitido enriquecer nuestro patrimonio al haberse encargado de elaborar, entre otros, los reposteros de las estaciones, el ajuar litúrgico, o las vestimentas sagradas para nuestros consiliarios. En la Semana Santa de 2023, el grupo procedería a renovar estos faldones, por otros aún más elegantes, con doble flocadura y cenefas.

Un martillo gaditano para el cabecero
Durante los primeros años, el cabecero transmitía las indicaciones pertinentes a los portadores a través de un llamador a modo de aldaba colocado en el lado derecho de la peana. Sin embargo, a partir del año 2009 y gracias a una donación efectuada por el que fuera Hermano Mayor de la Cofradía de las Siete Palabras de Cádiz y hermano nuestro, Rafael Russo Pérez, este primer llamador quedaría sustituido por un martillo al más puro estilo gaditano. Convertido en todo un símbolo de la propia Semana Santa de Cádiz, este pequeño utensilio de plata es utilizado por el capataz para dar las órdenes a los cargadores golpeando con el mismo una pequeña placa metálica con forma redondeada que se coloca en una de las maniguetas.

Varales de última generación
Inicialmente, para amortiguar el peso de la peana (aproximadamente, 350 kg) sobre los hombros de los portadores, se sujetaban en cada varal una especie de almohadillas rellenas de lana o borra recubiertas con tela del color verde. Sin embargo, años después, estas almohadillas tradicionales serían sustituidas por un sistema patentado por el malagueño José Antonio Aguilera consistente en una serie de almohadillas neumáticas dotadas de cámaras huecas rellenas de aire que, conectadas unas con otras, forman un circuito cerrado que permite repartir equitativamente el peso al hacer pasar el aire de una a otra según sea la presión ejercida, neutralizando las diferencias de estatura entre los distintos portadores o los desniveles de ciertas calles, dotándolas también de mayor ergonomía.

Facilitando la movilidad en San Cayetano
Tras una brillante primera salida procesional, la Cofradía tendría que enfrentarse a un problema logístico. Y es que una vez depositada la peana en el interior de la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal, durante el tiempo que transcurre desde la madrugada del Miércoles Santo hasta las doce de la mañana del Viernes Santo, debe ser movida en diversidad de ocasiones para facilitar la disposición de todos los pasos que allí custodian el resto de cofradías y hermandades. En ese año 2001, tuvo que ser un grupo de hermanos quienes movieran la peana sobre sus hombros durante todas esas horas, construyéndose al año siguiente una estructura con ruedas para ser colocada dentro de las patas de la peana, permitiendo así que pueda ser desplazada sin mucho esfuerzo por dos o tres personas.

Expuesto al culto en San Gil
Una vez concluida la Semana Santa, el Cristo es desmontado de la peana y colocado, junto a una cantonera plateada en la que se incluye el nombre de la Cofradía y una reproducción de nuestra medalla, en el muro de la “nave de la epístola” junto a la a las puertas que dan al atrio de la parroquial de San Gil. Esto supone que, durante todo el año, la imagen pueda ser venerada por los hermanos, haciendo que sea ayuda para la oración y estímulo para imitar a Cristo, puesto que cuanto más nos detengamos ante cualquiera de nuestros Titulares, «más se aviva y crece en quien lo contempla, el recuerdo y el deseo del que allí está representado», imprimiendo en nuestros corazones lo que vemos, es decir una imagen verdadera del hombre nuevo y traducción iconográfica del mensaje evangélico (cf. DPPL, 240).
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