El autor del libro del “Cincuentenario” de la Cofradía, nuestro hermano fundador Mariano Rabadán Pina fue un auténtico adelantado a su tiempo en muchos aspectos, como se desprende de los artículos que firmaba periódicamente en sus colaboraciones con “El Noticiero”.
Una de las iniciativas lanzadas por nuestro hermano, en el especial que el diario zaragozano publicó el 12 de octubre de 1965, fue la creación de un museo-exposición para el “Rosario de Cristal”. Un ambicioso proyecto que, finalmente y aunque ya no pudiera contemplarlo con sus propios ojos, acabaría siendo realidad en el año 1999, pudiéndose visitar en la antigua Iglesia del Sagrado Corazón, templo colindante al lugar donde actualmente tiene establecida la sede social nuestra Cofradía.
A continuación, transcribimos el artículo completo que llevaba por título “El Rosario de Cristal y su Museo”:
El acto religioso, público y externo, más emotivo, ferviente y espectacular de todas las fiestas Pilaristas conocidas en Zaragoza, ha sido siempre ese procesional y vistoso desfile lleno de plegarias luminosas reverberando a su paso por las oscuridades nocturnas, de las entonces apagadas y silentes calles zaragozanas; el encendido como una prolongada llama de amor y de alabanza a la Santísima Virgen en su advocación del Pilar, denominado por antonomasia y conocido en todo el orbe como el «Rosario de Cristal».
En la noche otoñal de cada 13 de octubre, es ya tradicional la salida de esa inmensa oración popular, llena de luz y color, que ofrece a su paso por el itinerario ciudadano, el homenaje del pueblo fiel a la Madre amantísima, expresado no solo con emocionado fervor de súplicas y loores desgranadas por miles de bocas impulsadas por un cordial y hermoso amor filial, sino por esa conjunción de movibles luminarias multicolores que como una sinfonía brillante asocia voces y luces para hacer más espléndida la expresión de su ofrenda.
Resulta sencillamente bello y maravilloso ver acercarse lentamente en la penumbra urbana los puntos luminosos de cientos de cromados farolillos que representan las «avemarías», alineados en dos filas alargadas y continuas, escoltando a ambos lados los polícromos faroles que evocan los misterios, precedidos de los «padrenuestros» y seguidos de sus «glorias» finales que con las letanías, que cierran el rosario propiamente dicho, van delante de los votivos y grandes farolones, farolas y fanales que se han incorporado cual nuevas oraciones de luz y color a más pura y santa criatura de Dios.
Manifestación exultante, mariana por excelencia, que pasea gozosa al final del cortejo como una ascua lumínica, la fulgurante carroza que porta sobre su ígneo pedestal la admirable belleza de la luciente imagen de la Virgen María, afirmadas sus plantas en el claro pilar, formando un conjunto magnífico, esplendente, como una salve fulgida de honor y acatamiento, que subiera a las nubes en brillante oración a postrarse en las gradas del trono inmarcesible que tiene en las maternas mansiones celestiales nuestra Madre y de Dios.
Es único en el mundo este hermoso rosario que por su contextura, calor y contenido material y espiritual, ha causado el asombro y el elogio de todos que los han visto pasar. Constituye, ya él solo, un motivo turístico de atracción a esta tierra, y hay quien vienen exprofeso por verlo desfilar.
Por ello, cuando alguna vez, muy rara, se suspende su salida por la lluvia o circunstancias de una fuerza mayor, el desencanto de los que esperaban presenciarlo es enorme y el disgusto de todos es también general. Parece que las fiestas ya no han sido tan fiestas pilaristas, como si a estos festejos populares les faltase un apoyo, un pilar, quizá ese «pilarcico», minúsculo de vidrio iluminado que, copiando fielmente a escala reducida la fábrica familiar y querida de nuestra Basílica Mariana, al pasearse por las calles pobladas por las sencillas gentes que admiran fervorosas el desfile del Rosario de Cristal, pretendiera meterse en todos los rincones de la ciudad que rodea y abraza el gran templo que él reproduce cual si quisiera ampararlo y protegerlo, por ser el relicario más preciado, por contener la joya más amada y hermosa, la imagen de la Virgen que quiso poner en esta tierra, ya por ello bendita, sus plantas aún mortales y dejar asentado, como un firme baluarte de la fe inexpugnable, su sagrado Pilar.
Y es entonces cuando se nota un vacío y querrían verse esos faroles lucientes, lo mismo que desean verlos quienes por no poder estar en Zaragoza esa fecha y tienen noticias de la merecida fama mundial de esta procesión inigualable, pretenden contemplarla siquiera inmóvil, en una exposición permanente que podría tener.
Por eso debería existir un Museo del Rosario de Cristal, fácilmente ubicado en una construcción ad hoc, que podría surgir aprovechando los espacios vacíos y solares que alrededor de la catedral se encuentran detrás del tapial de la calle Pabostría (cuya puerta monumental de entrada al templo podrían muy bien ser la del museo), o que resultarán al derribar los viejos almacenes y casucas desdicentes que hay en la plaza de la Seo y calles de Cuéllar, Cisne y Dormer.
Con un estilo arquitectónico apropiado en su exterior (que al mismo tiempo que embellecería las fachadas catedralicias, hoy tan deficientes en las calles citadas, serviría para echar aguas afuera las recibidas de los tejados de la gran iglesia que minan sus propios cimientos), en su interior, el largo espacio resultante de esas dos o tres grandes galeras cubiertas, sería convenientemente ambientado, el marco mejor para contener y conservar digna y eficazmente los faroles y carrozas que ordena y artísticamente colocados, bien distribuidos, alineados e interiormente iluminados, complementándolo con una inteligente escenografía y luminotecnia en sus muros y paredes, que podrían simular calles de un recorrido procesional, suplementado con dioramas en colores o proyecciones en tecnicolor en pequeños cineramas individuales o colectivos, y completado todo ello con una adecuada música de fondo, darían a los visitantes que no pueden ver esa única y espectacular procesión, una visión muy aproximada de la realidad de dicha manifestación religiosa, aparte de que los ingresos económicos, que la visita a este museo-exposición proporcionaría, supondrían una buena cifra para financiar la amortización de los gastos de montaje y conservación del mismo, a la vez que ayudaría a sufragar los que la salida de la procesión del Rosario de Cristal los 13 de octubre origina cada año, sin contar que todo ese frágil y valioso material se mantendría en mejores condiciones y menor peligro de deterioro y posible desaparición que arrumbado o amontonado en un lóbrego almacén.
Esperemos que por todas estas razones y otras más que puedan existir favorables a estos y semejantes fines, podamos ver pronto convertida en realidad esta pequeña fantasía factible del Museo-Exposición del Rosario de Cristal.
Mariano Rabadán Pina
12 de octubre de 1965