La procesión del 75º aniversario fundacional

La procesión del 75º aniversario fundacional

18 de abril de 2014

El Viernes Santo 18 de abril del año 2014, la Cofradía efectuó el acto principal de su 75º aniversario fundacional, la salida de su procesión titular, y la junta de gobierno creyó conveniente darle un significado especial. Para ello, se diseñó una procesión que reflejara distintos momentos de la Cofradía, por lo que estuvo dividida en tres secciones diferentes, que salieron una detrás de otra manteniendo una continuidad ya que en realidad, fue una única procesión.

En primer lugar se reprodujo, lo más fielmente posible, la primera salida del año 1940, tal y como se ha descrito anteriormente, con algunas variaciones que se pudieron observar en fotografías existentes de ese momento. Por tanto, salió el guion original que lo hizo en aquella primera ocasión así como los 12 tambores que por primera vez sonaron en las calles de Zaragoza, 36 hermanos de vela, los faroles de las Siete Palabras (los mismos que salieron el año 1940 aunque un poco más deteriorados) y el paso de “El Calvario”, si bien en esta ocasión (y a diferencia también de lo ocurrido en la procesión del “Cincuentenario” del Viernes Santo de 1989) fue portado por miembros de la Cofradía de la Crucifixión del Señor y de la Venerable Orden Tercera de San Francisco de Asís. Esta procesión estuvo presidida por un antiguo Hermano Mayor de la Cofradía.

A continuación, salió la procesión que recreó el modo de procesionar de la Cofradía durante muchos años, es decir, con el guion titular que lleva el segundo escudo de la Cofradía. La sección de instrumentos formada como tradicionalmente lo hacía, de 5 en fondo con dos tambores a cada lado y un timbal en medio, y el paso de “La Tercera Palabra”. Quizás esta sea la formación procesional que más años empleó la Cofradía desde el año 1947 hasta los años 80 del siglo pasado. También, este tramo del cortejo estuvo presidida por antiguos Hermanos Mayores, y contó con representantes de las restantes cofradías zaragozanas.

Finalmente, salió la procesión como forma habitualmente en la época actual, con tres pasos, sección de instrumentos con bombos en cuatro en fondo, la sección infantil, el Piquete de Honor, etc. incluyendo la peana del “Cristo de las Siete Palabras”, el paso de “La Quinta Palabra” y la novedad de la incorporación del nuevo paso que representa la séptima palabra, el “Santísimo Cristo de la Expiración en el Misterio de la Séptima Palabra”, que recorrió por vez primera las calles de Zaragoza.

Sermón extraordinario de las Siete Palabras con motivo del 75º aniversario fundacional por el Emmo. y Rvdmo. Sr. D. Carlos Amigo Vallejo

Nos hemos quedado… ¡sin palabras! Después de lo que ayer tarde veíamos, qué más podemos decir. Jesucristo el Señor, que nos lava los pies, que perdona nuestros pecados, que nos alimenta con el pan bendito de la eucaristía, que nos da el mandamiento nuevo… nos hemos quedado ¡sin palabras! Pero Jesucristo quiere decirnos aquello que lleva en el corazón y que es como el testamento de su amor. Pues dejémonos abrasar por el amor de nuestro señor Jesucristo.

Y cuando llegaron al lugar llamado la Calavera lo crucificaron allí.

Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

Y si supieran lo que están haciendo, ¿les perdonarías también? Setenta veces siete, SIEMPRE.

Porque lo de Cristo y lo de los cristianos es perdonar. Lo que el Señor en la cruz nos ha dado es un derecho al que no queremos de ninguna de las maneras renunciar. Tenemos el derecho de perdonar, porque a nuestra condición de cristianos se le ha dado este privilegio: perdonar. Incluso, a aquellos que saben el mal que están haciendo.

El perdón no humilla, enaltece. La justicia no es venganza, sino reconocimiento del derecho que a cada cual le asiste, y las víctimas tienen también su derecho. El perdón no es debilidad, sino fortaleza de ánimo y de nobleza. No queremos renunciar a este derecho evangélico de perdonar siempre. La moneda que está en la mano quizás te la puedas guardar, pero la monedita del alma se pierde si no se da. Y esta monedita, tan valiosa, del alma, es el poder perdonar, y amar a los enemigos, y llorar con el que llora y ser justo y misericordioso. Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

Junto a Cristo también han crucificado a dos malhechores. Uno de ellos, arrepentido de sus maldades, decía: Jesús acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Y Jesús le dijo: En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso, que estarás conmigo.

¿Cómo puede ser que estando Dios en todas partes parece como que yo me encontrara siempre en otro sitio? Injusticias, guerras, violencias… ¿dónde está Dios, dónde está Dios?

No sería mejor que te preguntaras dónde estás tú. Estás al lado de aquel que multiplica el pan para que haya alegría y felicidad o de los que están robando la alegría y el bienestar de los demás. ¿De qué lado te pones tú?

Del que resucita al hijo de la viuda de Naín o del que mata con la palabra deshonrando a los demás. Dios dice… yo digo. Dios dice nos da el mandamiento Nuevo, pues yo digo ojo por ojo y diente por diente. Cristo nos da las bienaventuranzas, pues yo tengo mis propios criterios. El Señor dice que hay que llevar la Cruz y nosotros decimos que la cruz no conduce a parte alguna.

¿De qué lado estás tú? Del lado, siempre, del Dios de nuestro Señor Jesucristo. En verdad, en verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el Paraíso.

Allí, junto a la Cruz, estaba María acompañada de algunas mujeres. También estaba el discípulo Juan y Jesús les dice: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre.

Jesús está haciendo como testamento: a aquellos que le están crucificando Cristo les deja el perdón; al ladrón arrepentido Cristo le deja el Paraíso y a nosotros, Señor, que estamos aquí junto a tu madre, María, ¿qué nos vas a dejar en herencia? Lo mejor que tengo: a vosotros os voy a dejar en herencia a mi Madre. Aquí tienes a tu madre. ¿Dónde está tu hijo? No lo sé… no le he conocido. Cuando estaba en mi vientre no dejé que naciera. No sabes dónde está tu hijo… pero es hijo tuyo. ¿Dónde está tu madre? No le he conocido… murió antes de nacer yo. ¿Dónde está tu madre? Ha muerto hace muchos años. ¿Dónde está tu madre? En mi corazón, Señor, en mi corazón. Quizás esté lejos de mis ojos, pero cuanto más distancian los ojos, más se acerca el corazón.

Ahí tienes a tu hijo. Y el discípulo la llevó a su casa. No quiere decir que le llevara a su domicilio, sino que la llevó a su casa, a su vida, igual que tú has dicho tantas veces cuando nacía tu hijo, tu hija… decías: es que este hijo, ¡me ha cambiado la vida! Veo las cosas con otros ojos, veo la Cruz de otra forma. Pues… el discípulo la llevó a su casa y ¡nos ha cambiado la vida! Porque muchos pueden ser nuestros pecados pero al ver los ojos de la madre dolorosa, muchas pueden ser nuestras infidelidades, pero viendo este amor mantenido, constante de la madre a pesar de todos los pesares… tu madre, Señor, nos ha cambiado la vida. Mujer ahí tienes a tu hijo; hijo ahí tienes a tu madre.

Y vinieron tinieblas sobre la tierra, Y Jesús dijo: Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?

¿Para esto nos has hecho cristianos? ¿Para ser risa y mofa de unos y de otros? ¿Para esto nos ha hecho cristianos… para tener que llevar la cruz? ¿Para esto nos ha hecho cristianos… para tener que perdonar hasta setenta veces siete? ¡Por qué suceden estas cosas, Señor, el sufrimiento, la maldad, la violencia, la cruz, la guerra! ¿Por qué suceden estas cosas? No sabes lo que estás diciendo… Por qué suceden estas cosas ¡qué tienes unos hijos que da gloria verlos! Por qué suceden estas cosas, que tienes trabajo, para llevar adelante a tu familia. Por qué suceden estas cosas que hay mucha gente que te quiere y mucha gente a la que querer. Por qué suceden estas cosas…

Por qué me has abandonado. Estas palabras de Cristo pueden parecer como que así se hubiera olvidado de su Hijo. No, estas palabras quieren decir: Padre, yo me pongo en tus manos, en ti me abandono, yo sé que tú me quieres con toda el alma. Puedo comprenderlo o no comprenderlo, pero en tus manos pongo mi espíritu. No es una queja, sino es una enorme palabra de confianza. Cuando el Niño se perdió en el Templo, pues una, dos, tres noches… ya podemos suponer la fatiga de san José y la santísima Virgen María. Y cuando lo encuentran, el Niño dice: es que yo tengo que ocuparme de cosas más importantes ¿Puede haber una cosa más importante para un hijo que sus padres? ¿Puede haber una cosa por la cual se deben afrontar todos los sacrificios? Pues es nuestra familia, nuestros padres. Pues cuando encuentran al hijo y la madre dice: porqué nos has hecho esto, no era un reproche, sino la inmensidad del cariño de una madre que no podía estar sin su hijo.

Sabiendo Jesús que todo se ha cumplido dijo: ¡Tengo sed!.

¡Qué mal! ¡Qué malo es morirse de sed! ¡Qué malo! Pero mucho peor teniendo el agua tan cerca. Es muy malo morirse de tristeza, cuando están tan cerca de ti las personas que te pueden aliviar la vida y llevar contento. Cambia de cara cuando entres en tu casa, porque tu familia tiene derecho a que le hagas feliz. Cambia tu cara, aunque parezca una simpleza, no te pertenece a ti sino que pertenece a las personas que te están mirando. No lleves tristeza, lleva dulzuras, no lleves insolencias. Lleva cariño. Malo es morirse de sed, pero teniendo tan cerca a las personas que nos quieren, a las personas que nos ayudan, teniendo sobre todo tan cerca el amor de nuestro Señor Jesucristo. Pero Señor, si la sed más grande que puedo tener precisamente es que tengo sed de ti, Señor Jesucristo, que quiero estar cerca de ti. Parece que el pecado…, el pecado, me retiene y me impide. Si yo tengo sed de ti, Señor. Igual que los padres pueden decir a los hijos: sí, tenemos sed de vosotros, que no sólo el agua da la felicidad y calma la sed, sino el amor fraterno, la justicia, el trabajo por la paz.

Una vez que Jesús tomó el vinagre dijo: Todo está hecho. Todo está cumplido.

Porque el mal, el sufrimiento, la muerte… sí, todo está cumplido. Pero aquí continúa el mal, el sufrimiento, la muerte, el dolor de los inocentes y no lo comprendemos. No comprendemos el mal y mucho menos el sufrimiento de los inocentes: ¿qué mal ha hecho este niño para estar aquí en su carrito de ruedas, inválido? Y se nos abren las carnes ante algo que nos parece tan injusto. Y allí, junto a ese hijo, está su madre, que le ha comprado el mejor vestido para que le vea Zaragoza como el hijo más guapo del mundo; que le lleva a la fiesta; que le colma de besos y que está día y noche junto a su hijo. A esta mujer, a esta mujer, sin esperar ni un solo instante, yo la ponía en los altares. Fíjate como comprendemos el bien, como comprendemos la paz, como comprendemos el cariño, como comprendemos, incluso, la cruz de esta madre. El bien lo comprendemos, el mal no es lo nuestro, no está en nuestro camino y el amor no tiene precio.

Cristo, a nuestro lado, Todo está cumplido.

Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: En tus manos encomiendo mi espíritu.

En tus manos pongo mi vida, pongo mi ser, pongo mi espíritu. Tú me diste esta vida temporal para que realizara esta misión de redimir a los hombres de sus pecados. Ya he cumplido lo que me habías mandado, pues ahora te devuelvo lo que me diste, así que mi espíritu en tus manos. El Padre lo guardó y el día de Pentecostés nos lo dio a nosotros. Ese Espíritu, el Vivificador, el que nos llena de vida; ese último aliento de Jesucristo para ayudarnos a vivir según él.

En tus manos encomiendo mi espíritu. ¿Qué es lo que nos mata? El orgullo, la envidia que hace rechinar los dientes porque los demás son felices y le hace crujir a uno las entrañas porque en la casa del vecino hay más bienestar. Aquello que nos mata, que no nos deja vivir, es el odio, las enemistades, que ni siquiera nos deja ir tranquilos por la calle pensando que vamos a encontrarnos con aquella persona que no la queremos ni ver. Y esto es un no vivir; y esto nos mata; y nos roba la paz y la alegría. En cambio. ¿Qué es lo que nos ayuda a vivir? Tender la mano al que te volviera la espalda; dar un abrazo al que te escupió en la cara; querer a la gente y sentirse querido de los demás… Esto es vida. ¿Y no os habéis dado cuenta que todo esto coincide con los frutos del Espíritu Santo?

Es el Vivificador. Cristo perdió la vida para que nosotros tuviéramos su espíritu. Cristo llevó las espinas para que sus hijos e hijas llevaran corona de flores.

Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Todo estaba cumplido y el Señor entrega su vida al Padre. Cristo llevó las espinas para que sus hijos llevaran las flores. Cristo sufrió las afrentas para que sus hijos llevaran los piropos. Cristo sufrió las injusticias para que sus hijos llevaran las honras.

Hemos escuchado unas palabras que no salían de los labios de Cristo sino de su corazón. Y allí, junto al hijo muerto, una mujer, María, lloraba. Y esas lágrimas de María son el mejor consuelo porque nunca se va a perder un hijo que tantas lágrimas ha costado a su madre. Amén.

Y junto a Cristo, muerto en la Cruz, primero hacemos una súplica y después una oración.
Señor, que cuando caigas de la cruz, concédeme la gracia de que mi hombro sirva de almohada a tu cabeza.

Padrenuestro que estás en el cielo…
Dios te salve María, llena eres de gracia…


Autoría del artículo: Crónica adaptada de ARANDA TERRAZ, J.L. (2014) y Sermón de AMIGO VALLEJO, C. (2014). Zaragoza: Cofradía de las Siete Palabras y de San Juan Evangelista.

Fotografía de cabecera: Momento en el que, en la bandeja central de la plaza del Pilar, el cardenal arzobispo emérito de Sevilla, Emmo. y Rvdmo. Sr. D. Carlos Amigo Vallejo, pronuncia el "sermón de las Siete Palabras" durante la procesión conmemorativa del 75º aniversario de nuestra primera salida procesional.