Auténtica muchedumbre, gentes de toda condición y actividad, con la emoción reflejada en los rostros, se congregó ayer a las cuatro de la tarde en la Basílica de Nuestra Señora del Pilar para asistir al funeral córpore insepulto en sufragio de mosén Francisco Izquierdo Molins, fallecido el día 4 de diciembre en Madrid.
Durante la noche y la mañana precedentes fueron numerosas las personas que permanecieron velando los restos en la capilla de la Casa de Acción Católica, en la que se sucedieron las misas.
Fue llevado a la Basílica Metropolitana de Nuestra Señora del Pilar en comitiva procesional, precedida de cruz alzada, en la que formaron canónigos y sacerdotes revestidos, bajo la presidencia del prelado, doctor Cantero Cuadrado, revestido con mitra y báculo.
Ofició en el funeral el arzobispo, ministrado por los canónigos don Luis Borraz, vicario general, y don Joaquín Aznar. La misa fue concelebrada por una cuarentena de sacerdotes, entre ellos numerosos canónigos, que formaban una completísima representación del clero secular y regular, de todas las edades, desde algunos ancianos hasta presbíteros recién ordenados.
El pueblo participó emocionadamente en la acción litúrgica, en las oraciones rezadas y cantadas y en la mesa eucarística. Al final, el prelado impartió la absolución del túmulo.
En la vía sacra tomaron asiento el secretario general del Gobierno Civil, señor Picazo, que representaba al gobernador; el vicepresidente de la Diputación Provincial, don Ricardo Malumbres; primer teniente de alcalde, don Francisco Parra; general de División, don Ángel García Estera, gobernador militar, que representaba al capitán general; procurador en Cortes, don Juan Antonio Cremades; letrado don Juan José Sanz Jarque del Iryda; y subdirector de Ondas Populares, don Valentín Sebastián, venidos expresamente de Madrid; y los presidentes o representantes de las numerosas instituciones de carácter religioso, de ahorro, social, deportivo, caritativas, etc., relacionadas con la persona del difunto. No faltó una representación de nuestro periódico, integrada por consejeros-delegados, varios consejeros y gerente.
El duelo familiar fue presidido por el hermano político del finado, general Rodolfo Estella, y por varios sobrinos del primero.
Tanto a la entrada como a la salida, los restos de mosén Francisco fueron llevados a hombros de cofrades con hábito de las Siete Palabras y de San Juan Evangelista, cuyo guion, juntamente con el de los Hombres de Acción Católica, Stadium Casablanca, y otros, estuvo presente en la ceremonia.
Una gran cantidad de personas acompañó los restos de mosén Francisco Izquierdo Molins, hasta el camposanto de Torrero, donde recibió sepultura en el panteón del Cabildo Metropolitano.
Oración fúnebre por mosén Francisco pronunciada por el arzobispo Cantero Cuadrado
Se nos fue mosén Francisco… Se nos fue a la mansión del Padre nuestro que está en los cielos al descanso eterno, a la luz perpetua, inextinta e inextinguible, de la vida prometida a los que mueren en la paz del Señor.
Tras las fronteras augustas de la muerte, desaparece la figura corpórea de mosén Francisco, la voz de su palabra, el rumor de sus pasos por la madre tierra, la placidez de su sonrisa, la blancura venerable de sus canas, la transparencia virginal de su rostro de niño; sin embargo, flotando como el espíritu sobre las aguas de la epifanía de la creación, queda el eco de su voz en nuestras conciencias, la estela luminosa de sus obras, el ejemplo edificante de su vida y de su muerte. Y queda no solo en la penumbra cronológica y sentimental del recuerdo y de la nostalgia, sino en la realidad solar de sus obras apostólicas, en el halo sacerdotal, magisterial, tan aragonés, tan humano, que circundaba y seguirá circundando su persona, su vida y sus ideales de apóstol de Cristo y de su Iglesia.
Ahora, junto a sus restos mortales, nos reunimos en esta Eucaristía y celebramos sus funerales para rendir a mosén Francisco el tributo de nuestra oración y de nuestra gratitud personal y eclesial; para testimoniar nuestra adhesión a los ideales por los cuales luchó y quemó su vida entera; para sacar, ante su cadáver, una lección de vida y un mensaje de luz y esperanza.
«Mosén Francisco fue ante todo, en todo, con todos y siempre, un auténtico sacerdote de Cristo y de su Iglesia; un sacerdote de los que en todos los tiempos (y hoy quizá más que nunca) la Iglesia quiere, el mundo necesita y los hombres creyentes y no creyentes esperan y anhelan en el hondón más íntimo y profundo de su conciencia».
Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Pedro Cantero Cuadrado, arzobispo de Zaragoza
Sacerdotes que sean hombres de Dios y que hablen de Dios y del Evangelio en toda su integridad; hombre de vida de fe y de oración, de trato y diálogo con Dios, sin cuyo trato y diálogo con Dios (primer dialogante) es difícil, por no decir imposible, poder dialogar sacerdotalmente, cristianamente, con los hombres nuestros.
Ahí está el secreto de la fecundidad sacerdotal y apostólica de mosén Francisco; de su influencia espiritual y magisterial en las personas y en las conciencias y movimientos apostólicos que giraron en la órbita de su vida, de su optimismo sobrenatural y de su firme serenidad ante las vicisitudes de la vida y de las flaquezas de los hombres; de sus lealtades a la Acción Católica, al Papa y a los obispos; de su ponderación; de su espíritu conciliador; de su paciencia para escuchar y para esperar; de su señorío espiritual y de su disponibilidad de servicio; de su eficacia para forjar hombres para el apostolado cristiano, para la dirección de obras, tanto eclesiales como sociales.
La unidad profunda y coherente de su pensamiento y de su acción, de sus creencias, actitudes y comportamientos, arrancaba y transcendía de su fe viva y de su esperanza infalible en la fuerza siempre joven y renovada del fermento del Evangelio, de Cristo muerto y resucitado.
Ayer, en la capilla de la Casa de Acción Católica, abarrotada de hombres y mujeres, símbolo de cosecha de la sementera de mosén Francisco a lo largo de su vida sacerdotal, en torno a sus restos mortales, silenciosos pero elocuentes a la vez, cantamos el himno de las Juventudes Católicas de España, cuyas resonancias tan entrañables a mosén Francisco harían estremecer sus huesos humillados y fríos por las garras de la muerte corporal. Su canción, hoy un tanto olvidada, sigue siendo, a mi juicio, una invitación y un estímulo, un mensaje de luz y de esperanza.
Cristo, hoy como ayer, sigue siendo el mismo. Su garra y su capacidad de convocatoria para la atracción de la juventud del pensamiento y de la esperanza del mundo contemporáneo, permanece intacta con la fragancia perenne de los auténticos valores cristianos y aun humanos. No nos avergoncemos del Evangelio y de la Cruz, escándalo para los judíos y locura para los paganos de todos los tiempos.
Como Pablo de Tarso y como mosén Francisco, tengamos el convencimiento vital, directo y personal, de que en Cristo y su ley de amor radica toda la fuerza de la presencia y de la acción del cristianismo en el mundo y en las conciencias de los hombres.
El papa Pablo VI, en su reciente discurso al Congreso de la Pastoral de Vocaciones, celebrado en Roma del 20 al 24 de noviembre último nos dice: «Pero, ¿cómo presentar este ideal¿ a los jóvenes, generosos y fuertes por naturaleza, este ideal debe ser presentado en toda su amplitud, no escondiendo o atenuando las serias exigencias que lleva consigo y explicando, convenientemente su alto grado y valor sobrenatural. Es más se debe creer que esta fórmula ejerce mayor atracción sobre los ánimos juveniles que no una fórmula humanamente más aceptable y aparentemente más fácil, en lo cual, sin embargo, está el peligro de desnaturalizar la índole exquisita y esencialmente espiritual del servicio sacerdotal».
Esta fue la norma y la divisa de mosén Francisco; esta es la lección y el mensaje de su vida y de su muerte. El cayó para que nosotros nos levantáramos. El murió, como el grano de trigo, para que la comunidad diocesana floreciera en cosechas de espiritualidad y de fe.
Descanse en paz, como los atletas del combate.