El pregón de 2018 por el cardenal Omella

El pregón de 2018 por el cardenal Omella

24 de marzo de 2018

Por segunda vez y por delegación de la Junta Coordinadora de Cofradías de la Semana Santa de Zaragoza, la Cofradía organizó el Pregón de la Semana Santa, designando para su proclamación al cardenal arzobispo de Barcelona, Emmo. y Rvdmo. Sr. D. Juan José Omella Omella, quien era ya un profundo conocedor de nuestra Cofradía pues ya había predicado una de las palabras en los años 1995 y 1996.

Nacido en Cretas (Teruel) en 1946 es actualmente arzobispo de Barcelona. Anteriormente fue obispo auxiliar de Zaragoza, obispo de Barbastro-Monzón y obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño. Fue creado cardenal por el papa Francisco con el título de Santa Cruz en Jerusalén en 2017.

Estudió en el Seminario de Zaragoza y en centros de formación de los Padres Blancos en Lovaina y Jerusalén. Fue ordenado sacerdote el 20 de septiembre de 1970 en Zaragoza. En su ministerio sacerdotal, trabajó como coadjutor y como párroco en la villa de Calanda (Teruel), y entre 1990 y 1996 como vicario episcopal en la diócesis de Zaragoza. Durante un año fue misionero en Zaire.

Obispo auxiliar de Zaragoza desde 1996, en 1999 fue nombrado obispo de Barbastro-Monzón y en 2004 pasó a ocupar la sede de Calahorra y La Calzada-Logroño; por último en 2015 pasa a ser arzobispo de Barcelona. Miembro de la Congregación para los Obispos desde noviembre de 2014 y desde 2017 del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica. En la CEE es miembro del Comité Ejecutivo desde el 14 de marzo de 2017. Ha sido miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social desde 1996, siendo también su presidente de 2002 al 2008 y, de nuevo, durante el trienio 2014-2017. También ha pertenecido a las Comisiones Episcopales de Pastoral (1996-1999) y Apostolado Seglar (1999-2002/2008-2011) y ha sido Consiliario Nacional de Manos Unidas (1999-2015).

Texto del Pregón de la Semana Santa de Zaragoza 2018

Saludo cordialmente,

Al Señor Arzobispo de Zaragoza, Don Vicente Jiménez.
A las Excelentísimas e ilustrísimas autoridades.
A los Hermanos Mayores y Cofrades de todas las Hermandades.

A todos vosotros, hombres y mujeres que habéis participado en esta magna procesión de hoy y que participaréis en las diferentes manifestaciones litúrgicas de la Semana Santa que inauguramos con la fiesta del Domingo de Ramos, y que vivís la vida de las Cofradías y la vida de la fe en la Iglesia apasionadamente y con fidelidad:

Me habéis pedido que haga el pregón de la Semana Santa de este año y no he podido negarme ya que la Archidiócesis de Zaragoza es mi comunidad, mi familia de siempre. Aquí he ejercido mi ministerio sacerdotal y episcopal. Con vosotros he vivido un largo tramo de mi vida de fe y de entrega a Dios y a los hermanos. Por eso he venido muy a gusto a Zaragoza, que es un poco mi casa. Ahora bien, no sé si lograré colmar vuestras expectativas.

Todos sabéis que un pregonero es alguien que anuncia un mensaje que le han transmitido, un mensaje que no es suyo. Un pregonero de Semana Santa anuncia algo que le supera y le transciende porque toca el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, el Hijo de Dios.

El verdadero pregonero de Semana Santa es el que anuncia con convicción profunda aquello que sale de sus labios. Si un pregonero no anuncia aquello que “ha tocado con sus manos, aquello que ha visto con sus ojos…” (1 Jn 1, 1-2), entonces no será más que un charlatán.

Solo pretendo hablaros de Jesucristo, el gran tesoro de nuestras vidas de cristianos. Y estad seguros de que no busco otra cosa, al hacer de pregonero, que animaros a amar más y más a Jesucristo y que os dejéis transformar por su Presencia amorosa y su Doctrina salvadora.

Jesús es el Hijo de Dios que viene a salvarnos

Mirad, Cristo no es un personaje más o menos ilustre, como podría ser cualquier filósofo del pasado, de la antigüedad. Es el Hijo de Dios. Y la Semana Santa no es una pura manifestación cultural o folclórica, sino que es la confesión pública de fe de un pueblo cristiano que reconoce que Jesús es Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6) para los hombres y mujeres de todos los tiempos.

Eso mismo nos decía el Papa san Juan Pablo II en su carta a todos los cristianos “Al comienzo del Tercer Milenio”, al invitarnos a contemplar el rostro de Cristo. Decía así: A Jesús no se llega más que por la fe […] Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio que le hace exclamar: ‘Tú eres el Hijo de Dios vivo’ (Mt, 16,16). Esa misma impresionante confesión de fe brotó de los labios del centurión romano al ver morir a Jesús. Dijo: Realmente este hombre es el Hijo de Dios (Mc 15, 39). A esta misma confesión deberíamos llegar nosotros, los que escuchamos este Pregón de Semana Santa. Y a esa confesión debería llegar cada uno de los cristianos que participan en las celebraciones de Semana Santa.

Si vosotros, queridos cofrades, queridos cristianos que me oís, si vosotros no os dejáis tocar por dentro, seducir enteramente por la persona de Jesús, sois metal que resuena, sois un timbal que desentona.

Me entenderéis mejor a través de esta historia que os voy a contar: “Al final de una cena en un castillo inglés, un famoso actor de teatro entretenía a los huéspedes declamando textos de Shakespeare. Después se ofreció a que le pidieran un bis. Un tímido sacerdote preguntó al actor si conocía el salmo 22. El actor respondió: “Sí, lo conozco, pero estoy dispuesto a recitarlo sólo con una condición: que después lo recite usted”. El sacerdote se sintió incómodo, pero accedió. El actor hizo una bellísima interpretación, con una dicción perfecta: “El Señor es mi Pastor. Nada me falta”. Al final, los huéspedes aplaudieron vivamente. Llegó el turno al sacerdote, que se levantó y recitó las mismas palabras del Salmo. Esta vez, cuando terminó, no hubo aplausos. Sólo un profundo silencio y el inicio de lágrimas en algún rostro. El actor se mantuvo en silencio unos instantes. Después, se levantó y dijo: “Señoras y señores, espero que se hayan dado cuenta de lo que ha sucedido esta noche. Yo conocía el Salmo, pero este hombre conoce al Pastor”.

Ahí está la clave de lo que tiene que vivir cada cofrade, cada cristiano, y cada sacerdote y obispo. Sólo quien se ha dejado encontrar por el Señor, y ha hecho una experiencia de amistad con Él, es capaz de ser un verdadero cofrade y cristiano, un verdadero obispo y sacerdote, un verdadero religioso o religiosa. Y ese encuentro se realiza fundamentalmente en la oración. Por eso os invito a contemplar los pasos de vuestras cofradías, a contemplar la Pasión del Señor. Allí encontraréis el pozo del que mana el Amor de Dios, un amor sin medida, un amor capaz de darlo todo por ti y por mí, por cada uno de nosotros.

Sabéis que ejercí el ministerio sacerdotal en los pueblos del Bajo Aragón: Alcañiz, Calanda, etc. En esos pueblos las celebraciones de la Semana Santa van acompañadas por los redobles del tambor y del bombo. Aún recuerdo con emoción el gesto de un calandino, ya mayor, que desde el balcón de su casa miraba el desfile de tambores en la noche del Jueves Santo, en la Procesión del Viacrucis. Al pasar la peana, con el Cristo clavado en la cruz, se quitó la boina, hizo una reverencia y pude ver cómo unas lágrimas corrían por sus mejillas. En esos sencillos gestos adiviné que su corazón se rendía ante el Crucificado y era capaz de pronunciar en el silencio de su corazón: realmente tú, Cristo crucificado, eres el Hijo de Dios; te amo y confío en ti. Poco tiempo después, y antes de morir, me habló de su fe profunda en Cristo, Muerto y Resucitado, en cuyas manos quería entregar su espíritu.

Y celebrar la Semana Santa aquí, en Zaragoza, en los pueblos del Bajo Aragón, en todos los rincones del mundo, es hacer pública confesión de la fe en Jesucristo, el ungido por Dios; es tratar de seguirle y de conformar nuestra vida con su mensaje; es ser testigos de su amor a toda persona humana, porque en el rostro de cada ser sufriente está el rostro del Crucificado. Cada vez que aliviamos el dolor de un ser humano queda grabado en nuestro corazón el rostro de Cristo de igual manera que quedó grabado en el lienzo de la Verónica.

Os felicito por el cuidado especial que ponéis en ayudar a todos los que asisten a las procesiones de Semana Santa a que lleguen a saborear internamente el misterio que representamos. Cuidáis mucho los toques de tambor; ensayáis las piezas musicales que se interpretan en el recorrido de las procesiones; procuráis llevar limpias, planchadas y bien dispuestas las túnicas procesionales. Sí, os felicito porque a través de todo ello nos ayudáis a entrar en el misterio de Cristo, el Inocente condenado injustamente a morir en una cruz. Misterio de la injusticia y del dolor sin causa alguna. Pero ya se vislumbra, en ese anuncio de la muerte de Cristo, su Resurrección.

Sí, Cristo venció a la muerte resucitando al tercer día. Él venciendo a la muerte nos ofrece la libertad, la paz y la felicidad para siempre. Sí, Cristo, el Hijo de Dios, nuestro Hermano y Amigo, ofreció su dolor para salvarnos a todos. Muchos de vosotros participáis en las procesiones de Semana Santa, verdaderos auto sacramentales que a través de los sentidos nos llevan a vivir el misterio de Dios. Otros os quedáis en las aceras y en los balcones intentando contemplar con curiosidad, con fe y con amor lo que se anuncia y se representa. Otros quizás son indiferentes ante lo que se representa por las calles de nuestra ciudad. Os invito a todos a que en ese espacio y en ese tiempo de las procesiones seáis capaces de entrar en contacto con Cristo, el Hijo de Dios, que es el centro de toda la Semana Santa.

Los toques de tambor nos invitan a guardar silencio y a entrar en nosotros mismos para escuchar lo que nos dice el Señor. Él siempre tiene una Palabra para nosotros y es preciso escucharla en el silencio del corazón. Y eso vale para quienes llevan el paso, quienes van en silencio en la procesión o quienes la contemplan en silencio desde la acera.

Pero la Semana Santa no consiste solamente en preparar las procesiones y participar en ellas. En la Semana Santa celebramos los grandes actos litúrgicos que nos ponen en contacto con el gran misterio del Amor de Dios. Esos actos litúrgicos, como bien sabéis, son las celebraciones de la Eucaristía: Domingo de Ramos, Jueves Santo (la Cena del Señor), Viernes Santo (la muerte del Señor y la adoración de la Cruz), Sábado Santo (la gran Vigilia Pascual) y Domingo de Pascua (la Resurrección del Señor). En la Eucaristía se hace presente el Señor. En ella no sólo se recuerda lo que aconteció en Jerusalén hace dos mil años, sino que se hace realmente presente y vivificador el misterio salvador del Señor.

De ahí que os invite encarecidamente a participar en las celebraciones litúrgicas. Los cristianos, los hijos de Dios, no podemos contentarnos solamente con participar en las procesiones, debemos ir más lejos. Debemos dejar que el Señor llegue hasta nosotros a través de los sacramentos. La Iglesia nos ofrece ese camino tan hermoso que ha producido tantos frutos de santidad a lo largo de la historia: el sacramento de la Confesión y el sacramento de la Eucaristía. Participad con generosidad en esos sacramentos que nos ayudan a vivir en profundidad la Semana Santa y nos ayudan a sacar el máximo fruto espiritual de ella.

Cómo desearía que cada uno de nosotros, presentes esta noche aquí en esta hermosa plaza del Pilar o quienes me oís a través de la radio o de la televisión, que vosotros más o menos creyentes, que vosotros que buscáis una respuesta a las grandes preguntas de vuestra vida, osaseis hacer vuestra la hermosa oración de Calderón de la Barca, hecha poesía. Que recitaseis esa oración mirando a algunos de esos pasos procesionales que tanto admiráis o valoráis. O que lo hicieseis mirando al Cristo Crucificado haciéndolo presente con vuestra imaginación. Esa es la oración. Ojalá sepamos hacerla nuestra:

¿Qué quiero mi Jesús?…….Quiero quererte,
quiero cuanto hay en mí del todo darte,
sin tener más placer que el agradarte,
sin tener más temor que el ofenderte.

Quiero olvidarlo todo y conocerte,
quiero dejarlo todo por buscarte,
quiero perderlo todo por hallarte,
quiero ignorarlo todo por saberte.

Quiero, amable Jesús, abismarme
en ese dulce hueco de tu herida,
y en sus divinas llamas abrasarme.

Quiero por fin, en Ti transfigurarme,
morir a mí, para vivir Tu vida,
perderme en Ti, Jesús, y no encontrarme.

Quisiera concluir mis palabras recordando algo fundamental en nuestra vida cristiana: que somos misioneros, apóstoles del amor de Dios en medio de nuestro trabajo, de nuestra profesión, de nuestra sociedad y de nuestra familia.

A vosotros, cristianos de Zaragoza, cofrades de las distintas Cofradías de Semana Santa, a vosotros se os confía cuidar especialmente el misterio de lo que se celebra y representa en Semana Santa. Contemplad el rostro del Crucificado, dejaos impregnar de su misericordia, y ayudad a quienes se acerquen a ver las procesiones, a que contemplen y amen el rostro entrañable de quien murió por salvarnos.

Vosotros hacéis realidad aquellas preciosas palabras del Libro “La Imitación de Jesucristo” cuando dice: Si no sabes meditar en cosas elevadas y celestiales, descansa en la pasión de Cristo, y detente a pensar, como morando en ellas, en sus sagradas llagas. Porque si te refugias devotamente en esas cicatrices y preciosas llagas de Jesús, sentirás gran fortaleza en la aflicción, no harán mella en ti los desprecios de los hombres y soportarás con facilidad las palabras de los que murmuran contra ti (Libro II, capítulo 1, nº 16-17). Y no olvidéis que a ese Cristo de vuestras procesiones se le encuentra también en el hermano, especialmente en el más pobre: lo que hagáis a uno de mis hermanos más pequeños, a mí me lo hacéis (Mt 25, 40), dice el Señor. Amadle y servidle en ellos.

A vosotros, zaragozanos, que sostenéis parte del misterio de Dios y que lo mostráis a quienes acuden a las procesiones, a vosotros os digo: Hermanos, muchas gracias por escucharme tan atentamente y por invitarme a hacer el Pregón. Un obispo, en el fondo, no es más que un pregonero que anuncia y pregona a Jesucristo, Salvación y Esperanza del mundo, todos los días, con mitra o sin mitra, con tambor o con el ordenador, a jóvenes y ancianos, a creyentes y a escépticos, en una catedral o en una ermita, en una reunión muy importante o en un encuentro muy cercano…

El obispo sólo es un pregonero. Lo que importa es el contenido del pregón, no la voz sino la palabra. Quien importa es el Señor, Jesucristo, el Hijo que nos envía el Padre para darnos la vida, vida eterna, vida sin límites, amor sin medida del Espíritu Santo. Que el Señor os bendiga y os guarde a todos. ¡Feliz Pascua de Resurrección para todos, hermanos de Zaragoza y de Aragón!

+ Card. Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona

Álbum fotográfico del Pregón 2018 (por Pascual Soria)


Autoría del artículo: Card. Juan José Omella Omella, pregonero de la Semana Santa de Zaragoza 2018

Fotografía de cabecera: Monseñor Omella proclamando el Pregón de la Semana Santa de Zaragoza 2018, organizado por nuestra Cofradía por delegación de la Junta Coordinadora de Cofradías (fotografía de Alberto Olmo).