El arzobispo de Zaragoza, monseñor Carlos Escribano Subías, pronunció el pregón con el que se daba inicio a la Semana Santa de este ilusionante año 2022, en el que las cofradías y hermandades zaragozanas volverán a inundar de fe las calles de nuestra ciudad.
Pregón de la Semana Santa 2022
Las cruces de los difuntos que han salido de San Cayetano, nos han arrancado del hondón del alma una oración sentida. Hemos rezado por nuestros fallecidos de modo espontáneo. Seguro que a muchos zaragozanos y especialmente a los cofrades, ese momento de fe, recuerdo e intimidad, os hace contemplar de modo distinto los pasos con los que vamos a procesionar en estos días santos de la mano de Cristo sufriente, que nos enseña a abordar el dolor y la frustración desde la experiencia de la fecundidad.
A las cicatrices que nos dejó en el alma la pandemia, se une ahora la sinrazón de una guerra en Ucrania que destruye la vida de tantos inocentes, e intenta abrazarnos a todos en el odio y la injusticia.
Permitidme que me una al dolor de tantos con este primer saludo a modo de oración que se asocia desde la Pasión de Cristo a la redención por amor que Él nos trajo:
Cuando se ha dicho todo, solo queda el silencio. Y el silencio es palabra de amor contemplativo. Silencio sin error. Palabra soberana que se dicen y entienden todos los que se aman. Cristo, en su silencio, ha metido en las carnes de todos los que sufren la callada semilla viva de la esperanza, de una gran esperanza que no tiene fronteras. Más allá de nuestras pequeñeces y sinsentidos, el mundo se empeña de hacer de ti olvido. Pero tú insistes, amigo. La gracia se derrama en tus labios callados. Tu silencio es aceite, amansando la herida del corazón humano muerto de sed de amor. Y tú estás ahí callado de tanto amar al mundo. Tu silencio es un beso de amor hasta el extremo. Una clara caricia en la noche del alma. El alba que despierta un domingo infinito. El tiempo en que enhebran todos los contrapuntos. Abraza Dios nuestro, abraza a todos los que han fallecido. Y no dejes que el dolor nos deje sin esperanza.
La Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad y del Santo Sepulcro nos mueve este año a revivir esta Semana Santa tan nuestra, tan zaragozana después de dos años de paciente espera. En estos días que ahora comienzan en este Sábado de Pasión, nuestras Hermandades y Cofradías nos van a mostrar de un modo singular el misterio del amor más grande, la entrega de Cristo muerto y resucitado por nosotros.
Quiero saludar singularmente a las autoridades presentes, a aquellos que formáis parte de nuestras cofradías y hermandades, a nuestro alcalde, a los miembros de la Corporación Municipal, a las autoridades militares presentes y a todos los que queráis compartir con nosotros este momento tan intenso de la fe de los zaragozanos. Y personalmente agradezco de corazón esta oportunidad que se me brinda de poder pronunciar el pregón de la Semana Santa zaragozana.
Si os soy sincero, me siento muy honrado al poder compartir con vosotros estas sagradas fechas en las que conmemoramos los días grandes de la fe de los cristianos.
Queridas cofradías, vosotras sois expresión de sinodalidad, espontánea y a la vez vivida. Con gran naturalidad camináis juntos con la armonía interpelante de vuestras procesiones y con el trabajo callado de tantos, para que este milagro cada año sea posible. Trabajo de muchos, oculto, sincero, enamorado. Trabajo en procesiones, vestimentas, ensayos, con una lógica sugerente y atractiva, profundamente evangélica.
Si, como nos recuerda el papa Francisco, las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos. Y para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización.
Y a ello me gustaría contribuir de algún modo con este pregón. Aprender a descubrir, a leer en expresión de Francisco, el trasfondo de lo que se presenta y representa estos días ante nuestros ojos.
Cuando uno se asoma al diccionario de la Real Academia Española encuentra dos sugerentes acepciones de la palabra pregón. Por un lado se define como la promulgación o publicación que en voz alta se hace en los sitios públicos de algo que conviene que todos sepan. Y una segunda acepción recoge que se trata de un discurso elogioso en que se anuncia al público la celebración de una festividad y le incita a participar en ella. La pretensión de mis palabras recoge esta doble propuesta.
Creo de verdad que conviene que todos sepan que la Semana Santa zaragozana, con sus celebraciones, procesiones y cofrades, está muy próxima y que es mucha su belleza y hondura espiritual. Quizá lo más importante es lo que esta pía manifestación evoca: el misterio de la entrega en la cruz de Jesucristo nuestro Señor, por la salvación de todos los hombres.
Por ello, quiero invitarles a participar en ella, no sólo por la belleza, recogimiento y solemnidad con la que se celebra, sino también por la fuerza del misterio de amor que se pone ante nuestros ojos.
La Semana Santa zaragozana se transforma en retablo callejero que inunda la ciudad de color tambor y olor a incienso. Un retablo seccionado para que podamos cada día y en cada procesión, ir contemplando a Jesús en el momento de su entrega. Son escenas profundas, llenas de arte. Un arte que se desborda y que en su sucederse nos muestra los misterios de la fe y la belleza del mismo Dios.
Las imágenes que se nos presentan, están preñadas de mensaje y de fe. Son imágenes que para poder comprenderlas hay que contemplarlas desde la oración, desde el diálogo espontáneo que surge del corazón del pueblo cuando se sorprende amado por el Hijo del Hombre.
Nuestra Semana Santa nos propone escenas y escenario, relato y marco propicio donde regalarnos, implicándose una historia que siempre nos cautiva.
El relato.
Nuestras procesiones, especialmente la general del Viernes Santo, pone ante nuestros ojos un auténtico auto sacramental. Se nos narra una historia que se repite todas las primaveras, que, sin embargo, cada año nos resulta nueva. El señor y su Madre son los protagonistas principales. Y con ellos, vosotros, todos los que nos hacéis esta propuesta que trasciende la historia.
Y con vosotros los que la reciben. Tantos hombres y mujeres, jóvenes y niños, que contemplando la Pasión de Cristo, se descubren conversando con alguien que le sume en un diálogo de amor en el que se sienten sorprendidos ante una entrega sin condiciones.
Las cofradías hacéis de enlace y en medio del dramatismo de la Pasión, sois capaces de mostrarnos con serena belleza el hondón de lo que cada paso, cada cofradía y cada cofrade nos invita a descubrir.
El relato es difícil transmitirlo, aunque nuestros cofrades lo consiguen. El misterio tiene un preámbulo de intensidad. Arranca con Jesús, que entra en Jerusalén, con la institución de la Eucaristía y con la oración en el huerto de Getsemaní, portados por sus tres cofradías que nos meten ya en la grandeza de lo que vamos a celebrar.
La belleza nos conduce al autor de la misma. Todo lo que veamos y escuchemos nos hace sentir una sorprendente sinfonía de un clamor que se hace silencio para que se escuche el clamor de la Palabra.
Cristo es detenido y profundamente humillado. ¡Qué difícil nos resulta aceptarlo! No lo entendemos. Por eso las cofradías de la Semana Santa zaragozana se empeñan en presentarlo, aunque nos quedemos casi sin aliento. Aquel hombre tan querido de pronto parece rechazado. Las cofradías del Prendimiento de Jesús, de la Humildad entregado por el Sanedrín y de Jesús, de la soledad ante las negaciones de Pedro, nos muestran este momento. Sin pretenderlo, uno se siente cómplice, el corazón se hace solidario, pues en su vida toma sentido la nuestra.
La espina y el clavo van entrando en escena. Momentos ásperos pero tratados con respeto y cariño por vuestras cofradías. El Señor atado a la columna, la Coronación de Espinas, el Jesús de la Humillación, en la esclavitud de Jesús Nazareno, son quienes nos sorprenden con este relato. Y al final se nos muestra al varón de Dolores: He ahí el hombre.
Jesús pronuncia una palabra nueva con su silencio. Muchos corazones se habían sentido interpelados por aquel hombre que hablaba con autoridad, y ahora todas aquellas alocuciones se actualizan de un modo macabro, al ritmo que imponían los verdugos con sus golpes. Haced el bien a los que os maldicen. Ofrecer la mejilla izquierda a los que os golpean la derecha. Bienaventurados los perseguidos por la justicia. Todas aquellas frases resonaban en la mente de los testigos y los insultos y los golpes actuaban a modo de cincel que graba en sangre para la historia la grandeza de un mensaje.
Y a Jesús le roban la vida y quieren robarle también la muerte. El sanedrín induce a Pilatos a crucificarle. Le condenan a una muerte degradante y para ello necesitan la muerte infame de los infames: el patíbulo de la cruz. El Pacífico condenado por violento. El que había propuesto un reino que no es de este mundo, el Reino de Dios, es acusado de conspirar contra el reino de los hombres.
Vuestras cofradías nos presentan el momento Jesús camino del Calvario, Cristo abrazado a la Cruz, la llegada de Jesús al Calvario y Cristo despojado de sus vestiduras. Se suceden las procesiones y nos sentimos llamados de mondo inopinado a convertirnos en Cirineos. Y las cofradías de la Exaltación de la Santa Cruz, de las Siete Palabras, de Jesús en la agonía y de la Crucifixión del Señor, nos presentan la Cruz y el Crucificado. Misterio incomprensible, desgarrador para muchos, y hoy desconocido y vilipendiado casi por igual.
Pero esto no es nuevo. La propuesta del Crucificado sigue siendo escándalo y necedad, como ya nos advertía san Pablo. En el fondo nos encontramos ante la expresión sublime de un misterio de amor. El Señor Jesús, aquel que murió en el Calvario, en Jerusalén y resucitó al tercer día, sigue ofreciéndonos su abrazo paternal con los brazos extendidos, destrozados y clavados al madero del patíbulo.
Y llega el momento de la misericordia. El descendimiento de Jesús de la Cruz, la Piedad y el Santo Sepulcro, la experiencia de la Dolorosa y la Hermandad de la Sangre de Cristo nos la presentan. El Señor quiere regalarnos a todos su misericordia. Los días santos son el tiempo de la misericordia por excelencia. Nos lo recuerda el papa Francisco: “Este es el tiempo de la misericordia. Cada día de nuestra vida está marcado por la presencia de Dios que guía nuestros pasos con el poder de la gracia que el Espíritu infunde en el corazón para plasmarlo y hacerlo capaz de amar. Este es el tiempo de la misericordia para todos y para cada uno. Para que nadie piense que está fuera de la cercanía de Dios y de la potencia de su ternura. Este es el tiempo de la misericordia, para que los débiles e indefensos, los que están lejos y solos, sientan la presencia de hermanos y hermanas que los sostienen en sus necesidades. Este es el tiempo de la misericordia para que los pobres sientan la mirada de respeto y atención de aquellos que, venciendo la indiferencia, han descubierto lo que es fundamental en la vida. Este es el tiempo de la misericordia, para que cada pecador no deje de pedir perdón y de sentir la mano del Padre que acoge y abraza siempre”.
Y llega la resurrección. Zaragoza se llena de alegría al pasar la hermandad de Cristo Resucitado. El relato concluye, pero no concluye. La muerte no tiene la última palabra. Dejemos que hable la liturgia de la Iglesia: “Lucharon vida y muerte en singular batalla, y muerto el que es la vida triunfante se levanta, Primicia de los muertos. Sabemos por tu gracia que está resucitado. La muerte en ti no manda. Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles partes en tu victoria santa” (secuencia Victimae paschali laudes).
El escenario.
Este relato archi sabido transcurre en un escenario que hace única nuestra Semana Santa. El escenario zaragozano envuelve lo que vivimos y hace nuestra extra celebración festiva. Escenario que se hace persona y elementos.
Persona, en nuestra Madre, la Virgen del Pilar.
Elementos en el Ebro y en el Cierzo.
Es imposible pensar en Zaragoza y no pensar en la Virgen del Pilar. Es imposible querer vivir con intensidad nuestra Semana Santa y no hacerlo de la mano de María. Cruzar el Ebro. Escuchar los bombos, tambores y matracas, la cera y el incienso que se hacen con nuestras calles. Y en medio de todo ello, María. María en Zaragoza como madre. Una madre que desde siempre ha hecho presencia y ha caminado a nuestro lado. Estos días la llamaremos de muchos modos: María Santísima de la Confortación; la Virgen de los Dolores; María Santísima del Dulce Nombre; Nuestra Señora de la Fraternidad en el Mayor Dolor; Nuestra Señora de las Angustias; María Santísima de la Amargura; la Virgen del Perdón; la Compasión de Nuestra Señora; Nuestra Señora del Rosario; Nuestra Señora de los Ángeles; la Virgen de la Piedad; la Virgen de las Lágrimas; María Santísima de los Dolores; la Virgen de la Soledad; la Madre de Dios de la Misericordia; Santa María de la Esperanza y del Consuelo.
María, en definitiva, la Madre de todos, sin distinción. Ella se deja hacer, querer y amar como sus hijos quieran, que para eso es la madre. Ella nos ayudará a comprender la grandeza del relato si contemplamos nuestras calles y los rincones de nuestra ciudad, y especialmente en estos días, María siempre está presente mostrándonos a su Hijo en una carrera serena, bella, armónica, como lo son nuestras procesiones.
Sí, María se va a hacer presente en nuestras calles acompañando el dolor de su Hijo. Nos enseña a mirarle. Le habéis portado como madre, maestra paciente, que intenta olvidándose de sí, enseñarnos a contemplar la grandeza de cada uno de los misterios de la Pasión que nos presentan vuestras cofradías y hermandades.
Misterio que cada corazón debe descifrar, que al principio nos da vértigo, pero que al ir desvelándolo engendra en nosotros alegría y paz.
El viento. Este es nuestro, que hasta lo bautizamos. Nuestro cierzo.
Permitidme que me apropio de él como creyente. Estos días puede convertirse, paradójicamente, en aliado. Al viento no se le ve, pero se le siente. Una hermosa profesión de fe en que Dios está presente y activo y lo hace de una manera muy concreta, alentando y empujando. Jesús tantas veces se dejaba llevar por el viento, traducido del griego como espíritu. Los evangelistas muestran muchas veces a Jesús arrastrado, empujado, lleno del viento de Dios. El viento de Dios lo arrastra al desierto. El viento de Dios le saca de Nazaret para lanzarlo a predicar y curar. Jesús es el hombre lleno del aliento de Dios, continuamente arrastrado, animado por el Espíritu, por el viento del Padre. Si él se dejaba hacer por el viento, os animo a que también nosotros hagamos esta experiencia. Que el cierzo que tantas veces nos acompaña y nos va a acompañar estos días, evoque también esa presencia para meternos en la esencia de lo que estamos celebrando.
Y os invita a adentrarnos en el tercero, el Ebro.
Él forma parte de nuestro escenario, que siempre está listo, aunque siempre se renueva. No caduca. Es testigo de nuestra historia y de nuestra fe. El Ebro es testigo silencioso de la vida, de las generaciones, de sus esfuerzos. Aparentemente todo pasa y el río permanece. Recuerdo de tantos hechos memorables, de muchos días de fatigas y sufrimiento. Siempre como una señal de esperanza y fecundidad. Sabe guardar silencio con una sensibilidad sobrenatural. Sabe fecundar y fecundarnos. Sabe ser fuente de bautismo que engendra en la historia a tantos que van a vivir con intensidad la presencia del amor de Dios por las calles de Zaragoza.
Pero el río no se detiene en sí mismo. Su aspiración es llegar al mar, a la inmensidad, a la profundidad. Todo ello nos lleva a pensar estos días como algo que nos sugiere algo más de lo que vemos. Nos evoca una peregrinación llena de deseos que solamente pueden colmarse en el encuentro con la inmensidad de Dios.
Queridos amigos, todo está preparado. El relato y el escenario.
El relato va a ser pronunciado con palabras nuevas. El escenario acoge, abraza, eleva nuestro espíritu para que nos sintamos hijos y a la vez hermanos.
Que vuelvan a sonar los instrumentos. Nos ponemos en camino juntos, como zaragozanos. Como hermanos y cofrades. Como creyentes, en definitiva, que aspiran a encontrarse a sí mismos sabiendo que estos días podemos percibir mucho más de lo que nuestras retinas nos muestran.
Muchas gracias y feliz Semana Santa.
Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Carlos Escribano Subías
Zaragoza, 9 de abril de 2022