Por segundo año consecutivo, la Cofradía se ha visto obligada a vivir la Semana Santa de una manera diferente a la habitual. Pero suprimir las procesiones no significa en ningún modo suprimir la Semana Santa. Como ya sucediera el año anterior, la Cofradía pondría todo su empeño en rememorar los episodios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, en compadecernos de los sufrimientos y penalidades en la cruz durante las celebraciones del Triduo Sacro y, con su resurrección, vivir la alegría pascual.
Por ello, se trató de dar la mayor solemnidad a estos días que habitualmente con tanta intensidad vivimos los cofrades, cumpliendo siempre las medidas que en cada momento estuvieron vigentes, pero llevando a cabo la celebración de los principales actos que en cada Semana Santa realiza la Cofradía.
De este modo, el Lunes Santo tuvo lugar el Vía Crucis en la Parroquia de San Gil, y el Viernes Santo, una vez más, se realizó la predicación de las Siete Palabras de Cristo en la Cruz, contando con la presencia del Arzobispo de Zaragoza, Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Carlos Escribano Subías quien predicó la cuarta Palabra, siendo las otras pronunciadas por el hermano de la Cofradía, Pedro Antonio Serrano Luna, y por los consiliarios Mario Gállego Bercero y Fernando Urdiola Guallar.
Esta situación tan adversa de no poder estar físicamente en la calle, que evidentemente nos apenó a todos, nos ha hecho reafirmarnos con más fuerza aún si cabe, en que somos Cofradía. Se cumplieron las limitaciones de aforo que hicieron que no todos los hermanos pudieran asistir de manera presencial a los actos, pero se redoblaron los esfuerzos para que de manera telemática y por medios de los canales digitales y de las redes sociales, todos los hermanos pudieran sentirse presentes.
Primera Palabra: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen
Esta es su primera exclamación en la cruz. Así nos muestra que el perdón es un don que brota de lo más profundo del amor de Dios. Si en nosotros muchas veces solo encuentra eco la venganza cuando hemos sido ofendidos, el perdón se convierte en la vivencia de lo que Dios nos regala.
Sí, es difícil perdonar. Pero me sorprendes, Dios bueno, en esa cruz… porque eres capaz de seguir viendo humanidad en aquellos que te clavan y te cuelgan. Porque eres capaz de seguir creyendo que hay esperanza.
Jesús pidió perdón por sus verdugos, por quienes lo abandonan y por toda la humanidad, y, por consiguiente, por cada uno de nosotros. Que esta pandemia que llevamos viviendo desde hace un año deje en nosotros el fruto abundante de comprendernos y perdonarnos.
Esta palabra de perdón, dicha desde un madero, es sobre todo una declaración eterna: todo hombre y mujer, todo ser humano, conserva su capacidad de amar aún en las circunstancias más adversas. Que aprendamos a amarnos como Él nos amó.
Segunda Palabra: Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso
Jesús está en la cruz, en ese momento tan difícil y allí, una vez más, va a expresar lo esencial que es para vivir, para crecer, y para poder desarrollarnos como personas humanas el amar a los hermanos. Se lo dice al ladrón arrepentido que asume la condición de su historia, de su pecado, mientras que el otro… cuestiona a Jesús.
Estamos viviendo momentos difíciles en el mundo. Algunos quieren mirar a otro lado, buscar explicaciones fuera de nosotros. Una de esas situaciones que vivimos es la muerte de esos seres que han entregado su vida por hacer un mundo mejor, por transformar la realidad de la injusticia a la luz de la Buena Noticia de la salvación.
Queremos unirnos a esa voz de los sin voz, de los muertos injustamente porque la vida se les ha arrebatado y decirle que es verdad, que nos duele su muerte. Pero la vida, no termina allí. La vida vence y tiene la última palabra. Queremos darles un mensaje de esperanza para que cada vez haya más personas comprometidas con la transformación de nuestra realidad, porque contigo, conmigo, hoy, es posible sembrar el paraíso.
Tercera Palabra: Mujer, he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu madre
Cuando el Señor entrega a Juan como hijo a María, ahí estamos todos representados. Con esto nos ha dado el tesoro más grande de la vida, una madre con corazón eterno, la Virgen María. Esto lo vamos a conectar con la vida. Darle una madre a una persona es darle vida. Estamos en un momento crucial en que la sociedad quiere acabar con la vida. La vida humana es inviolable desde su inicio hasta final. Nada ni nadie nos la pueden quitar.
No estamos solos, ni en las horas más oscuras. Amigos, madres, hijos, parejas, colegas. Y como creyentes, tenemos a más gente al pie de la misma cruz, a innumerables hombres y mujeres de Iglesia que han sido y son compañeros de camino, de esfuerzo, de lucha, de errores, de búsquedas y de amor. Ahí estamos. Apoyándonos unos a otros, regalándonos vida en donación, cono Nuestro Señor en la Cruz.
Cuarta Palabra: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Doy gracias de corazón a la Cofradía de las Siete Palabras por invitarme a participar en este Sermón del Viernes Santo tan tradicional en la Semana Santa zaragozana.
El Señor no puede salir a nuestras calles portado por los cofrades, pero muchos de vosotros estáis procesionando igualmente con intensidad, abriendo el corazón y la vida a esas palabras del Señor, que, desde la Cruz, pronuncia con especial unción.
Las palabras de Jesús en la Cruz tienen distintos destinatarios, algunas van dirigidas al Padre, otras a la Virgen María o a otros personajes presentes.
La Cuarta Palabra, Dios mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado?, Es una Palabra sufriente y orante a la vez, estas Palabras de Jesús, su soledad, su experiencia de abandono, son siempre complejas de entender.
Sin embargo, este año, el mucho sufrimiento provocado por la pandemia, parece querer brindarnos una clave de interpretación; por eso quiero aprovechar esa doble realidad, las Palabras de Jesús y el sufrimiento de la pandemia, para proponeros esta sencilla reflexión.
Las palabras de Jesús, como es sabido, el grito inicial del Salmo Dios mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado? Es citado por los Evangelios de San Mateo y de San Marcos como el grito lanzado por Jesús moribundo en la Cruz; ello expresa toda la desolación del Mesías, Hijo de Dios, que está afrontando el drama de la muerte, una realidad totalmente contrapuesta al Señor de la Vida, abandonado por casi todos los suyos traicionado y negado por los discípulos. Rodeado por quien lo insulta, Jesús está bajo el peso aplastante de una misión que debe pasar por la humillación y la aniquilación.
Por ello grito al Padre y su sufrimiento asume las sufridas palabras del Salmo y la respuesta de Dios es el silencio y este silencio lacera el ánimo del orante que llama incesantemente, pero sin encontrar respuesta.
Parece que busca incansablemente una palabra, una ayuda que no llega; Dios parece distante, olvidadizo, ¡tan ausente!
La oración pide escucha y respuesta, solicita un contacto, busca una relación que pueda dar consuelo y salvación, pero si Dios no responde, el grito de ayuda se pierde en el vacío y la soledad llega a ser insostenible.
Sin embargo, su grito no es un grito desesperado, como no lo era el grito del salmista en cuya súplica recorre un camino atormentado, desembocando al final en una perspectiva de alabanza, en la confianza definitiva de la Victoria de Dios, puesto que la costumbre judía, citar el comienzo de un salmo implicaba una referencia todo el poema. La oración desgarradora de Jesús, incluso manteniendo su tono de sufrimiento indecible, se abre a la certeza de la Gloria.
Es curioso que Jesús, a pesar de ese sufrimiento, mantiene siempre la confianza, y al utilizar las palabras del Salmo, sigue llamando al Padre, Mi Dios; asumiendo la experiencia del autor del Salmo, que no puede creer que el vínculo con Yahvé se haya quebrado. Jesús sabe que, a pesar de tanto sufrimiento, el Padre no le puede abandonar.
El sufrimiento en la pandemia, os confieso que al preparar esta reflexión y contemplar a Jesús orante en la Cruz, me han venido a la memoria las experiencias vividas especialmente en los duros días del confinamiento y que de algún modo hoy, se siguen prolongando.
Ese sentimiento de aparente abandono que Jesús nos transmite es difícil que no lo hayamos tenido también nosotros durante esta pandemia que tan virulentamente nos está golpeando.
Ese sentimiento de soledad supo expresarlo el Papa Francisco con una fuerza sorprendente en la oración del 27 de marzo del año 2020, en una vacía plaza de San Pedro en mitad del confinamiento y que estoy seguro que por su fuerza dramática está en la memoria y en el corazón de todos.
Personalmente recuerdo aquellos momentos con desazón, con pesadumbre, con actitud de búsqueda interior, que muchas veces se veía descolocada.
Qué bien comprendí aquella introducción de Francisco frente a la plaza de San Pedro vacía, como símbolo del vacío que había en las calles del mundo, en las que el Papa nos hablaba con palabras llenas de dolor y de esperanza.
Francisco decía: “Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido, densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades. Se fueron adueñando de nuestras vidas, llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso. Se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos”.
Francisco describía nuestro mundo, pero no me digáis que no evoca a Cristo agonizante en la Cruz.
De modo espontáneo, confinado entonces en el Seminario de Logroño, brotaba en mi interior una oración contenida en otro salmo: Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor.
Lo repetía una y otra vez y no, no era una frase vacía, aunque no terminaba de acoger la verdad de la respuesta del salmista, me pasaba como a los discípulos de Jesús según nos explicaba Francisco.
El Papa decía: «Tratemos de entenderlo ¿en qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él, de hecho, lo invocaron, pero veamos cómo lo invocan: Maestro, ¿no te importa que perezcamos? ¿No te importa? Pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención».
Pensadlo, entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: ¿es que no te importa? Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón.
También habrá sacudido a Jesús porque a Él le importamos más que a nadie, de hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.”
Sí hermanos, y Jesús en la Cruz sabe que le importa al Padre, por eso levanta su plegaria: Dios mío, Dios mío… es lo que les intentó transmitir a sus amigos y es lo que quiere transmitir también a nosotros en estos momentos de dificultad, de turbación, de quiebra legítima por muchos motivos pero que nunca deben cerrar el paso a la esperanza.
Cristo, al hablarnos desde la Cruz, nos interpela. Él sabe de soledades, de derrotas, de frustraciones, de injusticias, carga con las suyas y con las de tantos en el mundo, pero con los brazos abiertos nos habla con más fuerza que con las palabras que pronuncia y curiosamente, lo que nos muestra es la Cruz.
Decía Francisco: «Tenemos un ancla, en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón, en su Cruz hemos sido respetados. Tenemos una esperanza, en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nada ni nadie nos separe de su amor redentor».
Dios mío, Dios mío, abrazado por tu Hijo clavado en la Cruz, sé que no nos has abandonado.
Quinta Palabra: Tengo Sed
La sed que siente Jesús no es solo una necesidad fisiológica, sino que es la sed de amor, de justicia y de perdón. Ese deseo que tuvo en la cruz, es el deseo de que tengamos todos nosotros sed de servir, de ayudar aún en el sufrimiento. La iglesia es la que sacia la sed del corazón humano.
Tu voz en la cruz recoge todos esos aullidos de la humanidad rota. Y no hay explicación. No hay sentido. No hay justicia. Sólo un grito más: «Basta ya».
Dios quiere que nosotros, sedientos de eternidad, busquemos al único que puede saciarnos: Jesús. Vivamos la nueva vida que Cristo nos da, con la que Él nos sacia con el agua pura de resurrección, para que también saciemos a nuestros hermanos, y juntos edifiquemos una sociedad más justa y más humana.
Sexta Palabra: Todo está consumado
Jesús está terminando su vida y su misión, y está diciendo que todo está cumplido. Es decir, está mirando la obra que el Padre le encomendó, ser el redentor de la humanidad. Él fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por la misión que el Padre le confió.
¡Qué alegría cuando uno siente que ha hecho lo que tenía que hacer! Sin embargo, en la iglesia no todo está cumplido; en el mundo, en la familia, en nuestra vida, todo está por cumplirse. Ojalá que lleguemos un día con Cristo al momento final, y que podamos pronunciar esta palabra con conciencia y alegría, con la certeza de haber descubierto y asumido la existencia hasta las últimas consecuencias. Que esta Semana Santa sea la oportunidad para que nosotros nos unamos con Cristo y asumamos la tarea.
Nuestra casa, nuestra familia, la economía, la sociedad y el mundo entero necesitan de hombres y mujeres que realicen la misión que el Padre les confió para cumplir su voluntad.
Séptima Palabra: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu
Jesús concluye su misión terrena entregando su espíritu a Dios. Con sus palabras devuelve la dignidad a los pobres, enfermos y pecadores. Su coherencia y muerte tuvieron consecuencias que llegan a lo máximo posible. Tomar partido por quienes están en las periferias existenciales es un compromiso que en la vida de Jesús llevó a las acciones más violentas contra Él. Pero nunca cambió su actitud pacífica arrimada al corazón del buen Padre Dios.
En este mundo que en todo busca seguridades, que en todo quiere tener salvavidas. En este mundo que me invita a tener siempre cubiertas las espaldas, quiero arriesgar, apostar por ti y tu proyecto y tu Reino.
Gracias, Señor, porque el mundo entero, por su historia, porque tiene una extensa lista viva de hombres y mujeres que trabajan haciendo realidad el principio de la misericordia.
Gracias, Señor, por tu entrega incondicional, libre y voluntaria. Debemos aprender de Ti, porque contigo la vida recobra sentido. Tú no vuelves a la casa del Padre derrotado, sino con la victoria del amor que vence al odio. Que en nosotros también venza el amor frente a los sentimientos destructivos.
Queremos sabernos confiados, atravesar los eriales o vergeles de la vida, sintiendo que tus manos nos protegen. Que tus manos, ensangrentadas y clavadas en la cruz curan, acarician, sanan, acunan, sostienen… firmes y débiles, humanas y divinas a la vez.