Pregón de la Semana Santa de Zaragoza 2023, por Dª Cristina Inogés Sanz

Pregón de la Semana Santa de Zaragoza 2023, por Dª Cristina Inogés Sanz
Texto del pregón de la Semana Santa de Zaragoza 2023 (fotografía de la Comisión de Comunicación de JCCSSZ y cartel oficial de 2023 con fotografía de J.A. Flores).

La encarnación hasta el final y…¡mucho más!

Cofrades, ¡muchas gracias por invitarme a uno de los actos de la Semana Santa con el que soñaba desde niña! Os llamo cofrades y añado, amigos, sin más. La palabra amigo es muy importante en el evangelio. Es como Jesús de Nazaret llamó y trató a quienes le acompañaban por los caminos de Galilea.

Hace apenas tres meses, paseábamos por esta misma plaza del Pilar y por el monumental belén que con tanto cuidado coloca en ella el Ayuntamiento de nuestra ciudad, para celebrar el nacimiento de un niño muy especial. Un niño que es Dios hecho niño.

Durante la próxima semana vamos a acompañar a ese niño hecho ya hombre, que va a llevar hasta el final su encarnación y su vaciamiento divino, para asumir lo que ningún ser humano quiere aceptar: la muerte. La muerte que, realmente, es un instante que no existe, porque no dejamos de respirar; lo que sucede es que expiramos en esta vida e inspiramos en la Vida con mayúscula. Y seguimos existiendo en Dios.

Al inicio del evangelio de Juan (1, 14) escuchamos: “El Verbo se hizo carne”. Dios se hizo carne para asumir toda condición y realidad humana. A nadie dejó fuera. La palabra exclusión no estaba en su vocabulario. Y lo demostró amando hasta el extremo, hasta dar la vida por los amigos, porque no hay amor más grande, como nos sigue diciendo Juan en el capítulo 15 de su evangelio (Jn 15, 13-17).

Vosotros vais a contar la historia de esos últimos días del Hijo de Dios pisando nuestra tierra. Y lo vais a hacer mostrando con imágenes el primer evangelio que se predicó: la muerte y resurrección del Hijo de Dios.

Lo haréis acompañados del sonido seco y grave de los bombos, los tambores, los timbales, las timbaletas, las matracas y las carracas. Y os acompañarán las cornetas y las heráldicas con sus agudos sonidos, para hacerlos eternos en el aire de Zaragoza. Y dos campanas se sumarán, con un sencillo diálogo.

Habéis ensayado y esta tarde disfrutamos de vuestra destreza y desde mañana, nuestra ciudad se verá vestida con los colores de vuestras túnicas, capirotes, terceroles, velos, cíngulos y guantes; y se perfumará con incienso y flores y, al caer la tarde se iluminará con cirios, velas y faroles. Y ahí estaréis vosotros los cofrades, las cofrades, las hermanas y los hermanos, amigos todos de Dios, en perfecto orden donde nadie es más ni menos, porque lo importante es el Paso, esas joyas de vuestro patrimonio.

Aunque, me vais a permitir una excepción. Entre vosotros si hay alguien que destaca, si hay alguien que tiene un lugar preferente, no por él, sino por lo que lleva, por a quién lleva. Es el hermano y la hermana que lleva la cruz in memoriam, porque ese es el verdadero patrimonio de una cofradía, de una hermandad.

En esa cruz van quienes convirtieron una idea en sueño, y el sueño en una realidad con profundas raíces de fe. En esa cruz van quienes entregaron toda una vida a vivir en profundidad lo nuclear de nuestra fe, lo esencial: el Misterio Pascual.

En una de esas cruces, en concreto en la de la Cofradía de las Siete Palabras y de San Juan Evangelista, en la que lleve los nombres de los cofrades fallecidos en 1987, estará el nombre de mi padre. Yo soy hija de cofrade y desde esa condición os hablo emocionada.

A quienes tengáis familiares o amigos en esas cruces, os digo que no los recordéis con tristeza porque están salvados en el amor y por el Amor. No nos salva el dolor, no nos salva el sufrimiento, ni siquiera nos salva la cruz, sino el amor que es capaz de llegar hasta la cruz. No nos salva la cruz, nos salva el Crucificado, nos salva el amor (cf. Daniel Villanueva, SJ).

Tenéis una historia que os enorgullece y nos enorgullece, todos vosotros también sois patrimonio de Zaragoza, y una riqueza tanto para la ciudad como para la diócesis. Sí, sois la evidencia de la piedad popular ¡y a mucha honra! Porque, para muchas personas, es el primer peldaño de la fe. Ese es vuestro compromiso y no es pequeño, porque es vuestro testimonio año tras año. No os rendís nunca y ahí tenéis la mano tendida para ayudar a subir ese primer peldaño. Gracias por ello.

De momento, cofradías y hermandades sois las únicas que conseguís, unas más y otras menos, pero conseguís tener jóvenes. Sea por el tambor o por otra razón, ahí están. Su disposición en los ensayos, y su integración en las procesiones es algo a tener en cuenta y a valorar. Puede que alguno de ellos, por primera vez en su vida, escuche eso que técnicamente llamamos el “primer anuncio” y que no deja de ser escuchar hablar de Jesús de Nazaret por primera vez. Eso hacéis desde la piedad popular, como parte de ese compromiso del que hablaba antes. Y no solo para los jóvenes, sino para otras muchas personas que asisten como espectadoras a vuestro paso por las calles de nuestra ciudad.

Será porque despertáis su curiosidad; será porque su corazón late al ritmo de vuestro Paso titular que movéis lenta y esmeradamente en la procesión y saborean lo que ven. Porque sus ojos se cruzan con la mirada del Jesús que entra en Jerusalén, con el que parte y reparte su Cuerpo, con el que ora en el huerto, con el que tendría miedo al ser prendido, con el que humildemente se somete y deja prender por el Sanedrín, con el que siente hasta el alma que su amigo lo niegue, con el que se retuerce de dolor atado a la columna, con el que gritaría al ser coronado de espinas, con el que miraría incrédulo cuando alguien dijo “¡he ahí al hombre!”, con el que vivió la humillación extrema, con el que era mirado como un nazareno sin más, con el que temblaba camino al Calvario, con aquel a quien le quitaron sus vestiduras, con aquel que miró la cruz viendo en ella la gloria, con el que susurrando pronunció sus últimas palabras, con el que agonizaba sin poder respirar, con aquel a quien crucificaron en un madero hasta morir, con ese Jesús al que algunos amigos bajaron de ese madero, al que colocaron en un sepulcro, y del que recogieron su sangre. Y ahí está la Madre, en la soledad callada.

Cruzarse con esas miradas cambia la vida porque, además, se descubre que esa mirada sigue entre nosotros. Vivimos rodeados de crucificados que también buscan en nuestros ojos una mirada de compasión, en nuestras palabras consuelo, y en nuestras manos la caricia que hace tiempo olvidaron, y nuestra voluntad para ayudarles a salir adelante.

Es verdad, Cristo, que hoy sigues agonizando en muchas cruces. Prácticamente ninguna tiene el perfil que tenía la cruz en que te elevaron. En las de ahora el travesaño tiene formas diversas de tortura y de persecución, aunque el resultado es que terminas muriendo igualmente, eso sí, ahora muchas veces cada día a manos de quienes no soportan que otras personas crean en ti y no renieguen de hacerlo, mueres también porque no hay puerto seguro; o porque la canalización del agua es inexistente y está contaminada; mueres porque tu vida de ser humano, pobre y de piel oscura, vale menos que otras; mueres porque te matan los rituales vacíos; porque te encerramos en minúsculos sagrarios en templos que, además, tenemos cerrados a cal y canto, no sé si por afán de retenerte o por miedo a que salgas a nuestro encuentro y nos sigas cuestionando; mueres porque te separamos, te apartamos de la vida que tanto amas y te matamos en quien no te vemos, porque no miramos a nuestro prójimo, al inmediato, al que tenemos más cerca.

Las cofradías y hermandades de Zaragoza exprimís a fondo una palabra que, en este mundo un tanto loco que vivimos, casi nos da vergüenza pronunciar: la caridad.

La caridad no es esa limosna que casi nada soluciona, es la entrega generosa del tiempo, la escucha sin prisa, la gestión de fondos que se recaudan para multiplicarlos y crear los medios que devuelvan a cuantos más mejor, la dignidad de poder ganarse la vida por sí mismo, de poder enderezarse como Jesús enderezó a la mujer encorvada (Lc 13, 10-17).

Y, hablando de mujeres, hay dos en vuestras cofradías que son pura ternura: la Verónica, que no puede reprimir el deseo de acercarse a paliar el sufrimiento de quien ya no puede más, aunque lo presenten como blasfemo y traidor. Y María Magdalena, donde pasión y ternura se dan la mano y donde la fidelidad no tiene duda.

Las mujeres que hicieron lo que sintieron que tenían que hacer sin pedir permiso y sin esperar a que nadie les permitiera hacer lo que no podían dejar de hacer. Porque el amor y la entrega necesitan libertad, no prohibiciones u órdenes. Y allí estaban ellas, en el peor momento. Sin hablar porque sabían del valor del gesto.

Y junto a ellas y, sobre todo, junto al Hijo, la Madre; la fuerte y sencilla María. Esa que también acompaña al Hijo por las calles de nuestra ciudad y a la que llamáis bajo advocaciones como Confortación, Dolores, Dulce Nombre, Fraternidad, Angustias, Amargura, Perdón, Rosario, Ángeles, Lágrimas, Piedad, Misericordia y Soledad. María tiene tantas advocaciones como situaciones puede vivir una madre. Una Madre, María, que cuidó de su hijo y al que ahora va a ver morir.

Esa misma mujer, María, que un día, siendo muy joven se fio de Dios y aceptó ser su Madre, y que no entendió lo que el anciano Simeón le anunció en el templo, pero que, con el paso del tiempo, fue viviendo y asumiendo. Esa mujer que nos fue entregada, con las últimas palabras de Jesús como un regalo desde la cruz, y que el discípulo amado acogió en nombre de todos nosotros.

Esa Madre que miró al cielo en un grito silencioso cuando recibió el cuerpo de su Hijo al bajarlo de la cruz. Esa mujer que acunó a su niño del alma en llano, porque para una madre los hijos siempre guardan algo de niños, en soledad absoluta pese a su fe, pese a haberle escuchado decir al Hijo que al tercer día resucitaría…

También vosotros desde vuestras cofradías y hermandades cuidáis de los niños a quienes, con santa paciente –todo hay que decirlo– acompañáis en las procesiones, y vais enseñando qué es una cofradía o una hermandad, qué es la Semana Santa y, sobre todo, vosotros, abuelos y abuelas cofrades, les transmitís la fe que hacéis vida cada día y, especialmente, en la Semana Santa, donde parece, solo parece, que todo termina.

Os veremos acompañando a los pasos, en silencio, con vuestras caras cubiertas con capirotes, terceroles y velos, y ahí, en ese silencio estaréis cada uno de vosotros a solas con Dios, en la mayor intimidad y con la confianza de estar cara a cara. Nada habrá que no puedas convertir en oración en ese momento. Nada de lo que haces, piensas, amas, odias, sufres, disfrutas, esperas, temes, deseas… nada es indigno de Dios. Tan solo existe una regla, un método, un secreto, una sencilla e infalible manera de conseguir esto: simplemente, díselo a Dios en ese tiempo a solas con Él (cf. Luigi Giogia).

Mañana es Domingo de Ramos, y acompañaremos con algarabía la llegada de Jesús a Jerusalén; viviremos intensamente el Jueves Santo recordando, e intentando hacer realidad, el lavatorio de los pies; el Viernes Santo lloraremos con la muerte del que muere por amor; y llegaremos al Sábado de Gloria y lo único que sentiremos es que al amor está en vilo (cf. Mª Dolores López Guzmán) y casi contendremos la respiración cuando escuchemos el sonido de dos campanas que abrazan a María en su Soledad… ¡Acompáñala! Tú que paseas por Zaragoza, tú que vas tras ella en la procesión. No nos limitemos a mirarla y a admirarla. Que nos sienta cerca. Que sea ella quien encuentre nuestros ojos cuando nos mire.

Pero el Amor no se podía quedar en vilo para siempre y Jesús, que llevó su encarnación hasta el extremo de aceptar su muerte, nuestra misma muerte, nos hizo el mayor regalo que un ser humano puede desear: la Vida Eterna.

Por eso resucitó, para quitarle todo poder a la muerte y, al vivir nosotros nuestra Pascua, y despertarnos en la otra vida, poder vernos impresos en el rostro de Dios.

Por eso el Domingo de Resurrección nuestra ciudad se vestirá de blanco y azul y volverá a oler a incienso y flores y nos veremos las caras porque ¡CRISTO HABRÁ RESUCITADO! Y su Madre, pasadas las angustias, los dolores, y la soledad se llamará Esperanza y Consuelo y se encontrará con el Hijo resucitado en esta misma plaza y se bailarán jotas y habrá fiesta y, en nuestras casas, comida especial y buen vino. Porque es la mayor fiesta para un cristiano.

Y tendremos por delante cincuenta días en los que encenderemos un cirio en nuestras iglesias porqué ¡CRISTO HABRÁ RESUCITADO! Y ya no hay miedo a la tiniebla de la muerte. Pero hay que celebrarlo más. Que se nos note en la cara, que el semblante sea de fiesta.

Llegaremos a eso. De momento, mañana, empieza la semana grande para todo cristiano. Empieza la Semana Santa de Zaragoza 2023. ¡A vivirla a fondo, cofrades y amigos!.

Dª. Cristina Inogés Sanz
Zaragoza, 1 de abril de 2023